Ceder a las tentaciones adormece las conciencias porque se justifica el mal disfrazándolo con buenas intenciones. Esta es una de las reflexiones del Papa Francisco, en su alocución antes del rezo mariano del Ángelus de este primer domingo de Cuaresma, que propone el pasaje evangélico que lleva a Jesús al desierto donde, por cuarenta días, es tentado por el diablo (cf. Lc 4,1-13).
El veneno de las pasiones
“El desierto -dijo el Santo Padre- simboliza la lucha contra las seducciones del mal para aprender a elegir la verdadera libertad”. Y la experiencia de Jesús antes de comenzar su misión pública es precisamente “una lucha espiritual” para combatir las tentaciones, como la de “sacar provecho” de ser Hijo de Dios, y aumentar su poder. Una “propuesta seductora”, afirmó Francisco, que solo conduce a la esclavitud del corazón, pues “nos obsesiona con el ansia de tener, reduce todo a la posesión de cosas, de poder y de fama”. Las tentaciones son el «el veneno de las pasiones» en las que se arraiga el mal, pero se vencen con la Palabra de Dios.
“No hay que aprovecharse, no hay que utilizar a Dios, a los demás y las cosas para uno mismo, no hay que aprovecharse de la propia posición para adquirir privilegios. Porque la verdadera felicidad y la libertad no están en el poseer, sino en el compartir; no en aprovecharse de los demás, sino en amarlos; no en la obsesión por el poder, sino en la alegría del servicio”, subrayó el Pontífice.
Con la tentación no se dialoga
El Santo Padre recordó que las tentaciones, que nos acompañan en todo el camino de la vida, se presentan muchas veces bajo una «aparente forma de bien», «con ojos dulces», «con cara de ángel», incluso enarbolando religiosidad. Esto es un engaño del diablo que es astuto y hace que una mala acción o caer en la tentación se justifique con las buenas obras o gestos de la cotidianidad. “Si cedemos a sus halagos -puntualizó Francisco – acabamos justificando nuestra falsedad enmascarándola con buenas intenciones”.
“Con la tentación no se debe dialogar, no debemos caer en ese adormecimiento de la conciencia que nos hace decir: “En el fondo, no es grave, ¡todos lo hacen así!”, agregó el Santo Padre al recordar que Jesús, no pacta con el mal, se opone al diablo con la Palabra de Dios.
Un desierto cuaresmal
Al concluir su reflexión, el Papa invitó a vivir el tiempo de Cuaresma como un tiempo en el desierto, es decir, dedicado al silencio y a la oración para que “podamos detenernos y mirar lo que se agita en nuestro corazón”.
“Hagamos claridad interior, poniéndonos ante la Palabra de Dios en la oración, para que tenga lugar en nosotros una lucha beneficiosa contra el mal que nos hace esclavos, una lucha por la libertad”, concluyó el Pontífice, al pedir a la Virgen que nos acompañe en el desierto cuaresmal y nos ayude en nuestro camino de conversión.
Alina Tufani Díaz – Ciudad del Vaticano