La Encíclica «Ecclesia de Eucharistia» de san Juan Pablo II da la razón al arzobispo Cordileone: los proabortistas no pueden comulgar

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El pasado viernes el arzobispo de San Francisco, Salvatore Cordileone, pidió a los sacerdotes de su diócesis que no den la Comunión a la política proabortista Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de los Representantes de Estados Unidos.

Esta decisión, fue apoyada públicamente por no pocos obispos de Estados Unidos, quienes resaltaron la valentía de Cordileone por haber tomado esta drástica pero necesaria decisión.

Tampoco han faltado voces, que han criticado la decisión del arzobispo de San Francisco. Los críticos son los mismos que intentan colar doctrinas y teorías de género dentro de la Iglesia, por lo que suponemos que Monseñor Cordileone se pondrá esas críticas como medallas.

En el año 2003, el papa Juan Pablo II publicó la Encíclica «Ecclesia de Eucharistia» que trata sobre la Eucaristía y su relación con la Iglesia. En dicha Encíclica, el papa polaco afirma que «desgraciadamente, junto a estas luces, no faltan sombras. En efecto, hay sitios donde se constata un abandono casi total del culto de adoración eucarística. A esto se añaden, en diversos contextos eclesiales, ciertos abusos que contribuyen a oscurecer la recta fe y la doctrina católica sobre este admirable Sacramento. Se nota a veces una comprensión muy limitada del Misterio eucarístico. Privado de su valor sacrificial, se vive como si no tuviera otro significado y valor que el de un encuentro convival fraterno. Además, queda a veces oscurecida la necesidad del sacerdocio ministerial, que se funda en la sucesión apostólica, y la sacramentalidad de la Eucaristía se reduce únicamente a la eficacia del anuncio. También por eso, aquí y allá, surgen iniciativas ecuménicas que, aun siendo generosas en su intención, transigen con prácticas eucarísticas contrarias a la disciplina con la cual la Iglesia expresa su fe. ¿Cómo no manifestar profundo dolor por todo esto? La Eucaristía es un don demasiado grande para admitir ambigüedades y reducciones».

 

Examen y penitencia

 

Como siempre se ha enseñado, es indispensable estar en gracia para poder recibir al Señor. Es otro de los aspectos que recuerda Juan Pablo II cuando dice que «la integridad de los vínculos invisibles es un deber moral bien preciso del cristiano que quiera participar plenamente en la Eucaristía comulgando el cuerpo y la sangre de Cristo. El mismo Apóstol llama la atención sobre este deber con la advertencia: «Examínese, pues, cada cual, y coma así el pan y beba de la copa » (1 Co 11, 28). San Juan Crisóstomo, con la fuerza de su elocuencia, exhortaba a los fieles: «También yo alzo la voz, suplico, ruego y exhorto encarecidamente a no sentarse a esta sagrada Mesa con una conciencia manchada y corrompida. Hacer esto, en efecto, nunca jamás podrá llamarse comunión, por más que toquemos mil veces el cuerpo del Señor, sino condena, tormento y mayor castigo».

San Juan Pablo II recurre también al Catecismo de la Iglesia Católica que establece:

«Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar».

«Deseo por tanto, reiterar que está vigente, y lo estará siempre en la Iglesia, la norma con la cual el Concilio de Trento ha concretado la severa exhortación del apóstol Pablo, al afirmar que, para recibir dignamente la Eucaristía, «debe preceder la confesión de los pecados, cuando uno es consciente de pecado mortal», argumentó Wojtyła​.

De igual modo recuerda en la Encíclica que «la Eucaristía y la Penitencia son dos sacramentos estrechamente vinculados entre sí. La Eucaristía, al hacer presente el Sacrificio redentor de la Cruz, perpetuándolo sacramentalmente, significa que de ella se deriva una exigencia continua de conversión, de respuesta personal a la exhortación que san Pablo dirigía a los cristianos de Corinto: « En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios! » (2 Co 5, 20). Así pues, si el cristiano tiene conciencia de un pecado grave está obligado a seguir el itinerario penitencial, mediante el sacramento de la Reconciliación para acercarse a la plena participación en el Sacrificio eucarístico».

El papa Juan Pablo II sentencia que «en los casos de un comportamiento externo grave, abierta y establemente contrario a la norma moral, la Iglesia, en su cuidado pastoral por el buen orden comunitario y por respeto al Sacramento, no puede mostrarse indiferente. A esta situación de manifiesta indisposición moral se refiere la norma del Código de Derecho Canónico que no permite la admisión a la comunión eucarística a los que «obstinadamente persistan en un manifiesto pecado grave».

Aplicación del Código de Derecho Canónico

Es precisamente lo que ha hecho Monseñor Cordileone de acuerdo con el canon 915. El arzobispo estadounidense ya avisó a la política demócrata en una carta el pasado mes de abril que «si no repudiaba públicamente su defensa del «derecho» al aborto o si no se abstenía de referirse a su fe católica en público y recibir la Sagrada Comunión no me queda más remedio que hacer una declaración, de que no debe ser admitida a la Sagrada Comunión».

Dicho y hecho. Al no haber repudiado públicamente su posición sobre el aborto y al seguir refiriéndose a su fe católica para justificar su posición y recibir la Sagrada Comunión, «ese momento ha llegado», afirmó Cordileone.

«No debe presentarse para la Sagrada Comunión y, si lo hace, no debe ser admitida a la Sagrada Comunión, hasta el momento en que repudie públicamente su defensa de la legitimidad del aborto y confiese y reciba la absolución de este pecado grave en el sacramento de la Penitencia», decretó el arzobispo de San Francisco en referencia a Nancy Pelosi.

Infovaticana.

24 de mayo de 2022.

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