La Academia Juan Pablo II por la Vida Humana y la Familia fue instituida en octubre de 2017 como Fundación. Es una organización no gubernamental, independiente de toda institución civil y religiosa, de alcance internacional, que agrupa a personas comprometidas en la defensa de la vida y de la familia, en forma acorde a la visión antropológica y a la moral de la Iglesia Católica, especialistas en las distintas ramas del conocimiento humano, para exponer las verdades morales que enseña la Iglesia, por medio de la razón humana, y así favorecer su comprensión tanto a católicos como a todos los hombres y mujeres de buena voluntad.
Fue fundada por el filósofo austríaco Josef Seifert, y entre sus miembros se cuentan muchas personalidades que formaron parte de la Academia para la Vida vaticana, instituida por Juan Pablo II en 1994, hasta que Benedicto XVI renunció en febrero de 2013.
En estos días la Academia acaba de publicar una declaración, firmada por su presidente emérito, Josef Seifert, y por su actual presidente, Thomas Ward.
Texto de la declaración: “La Academia Juan Pablo II para la Vida Humana y la Familia desea comunicar que los católicos y todos los hombres y mujeres razonables deben desconfiar de la infiltración de un sentimiento pagano New Age centrado sobre la Tierra y que se está insinuando sutilmente en determinados estratos de nuestra cultura.
Los actuales partidarios del credo primitivo en una “Diosa Tierra” han desarrollado su obsesión en una época genéricamente ecológica, llevándola a una personalización de su “divinidad”; varios representantes de este credo han dado resonancia en forma inocente y no tan inocente a esta religión arcaica.
La idea que “Gaia”, la Pachamama, o sea, la “Madre Tierra”, está “indignada” y castiga a la humanidad a causa de la tala de árboles y al envenenamiento de distintos géneros es un retroceso a ese paganismo que en una época tenía a la humanidad encadenada en la esclavitud.
El hombre, sometido a Dios, es el pináculo de la Creación. La Tierra ha sido creada como un escenario en el que los hombres debían ser puestos a prueba. La Tierra no es un fin en sí misma. Hablar de ella como tal es antropomorfismo pueril; imputarle características humanas -como que la Tierra “siente” o la Tierra “sana”– lleva a la convicción que la tierra inanimada y la belleza de la naturaleza que florece en ella tiene un espíritu propio. Esto equivale a retroceder al culto pagano de las cosas.
“Los hombres deberían morir para que la tierra pueda renacer” es el mensaje implícito contenido en un artículo, reciente y brevemente aparecido en el sitio web del Vaticano. Esto se asemeja a la celebración del sacrificio humano para aplacar a los dioses paganos irritados por el abuso o por el descuido del hombre, en este caso la diosa Gaia.
Es inmensamente triste que el papa Francisco haya querido alentar esta cosmovisión hablando de una “tierra que se sale de sus casillas” o de que está indignada, mientras al mismo tiempo niega que la justicia de Dios incluya el castigo del Infierno, tan claramente avisado por Nuestro Señor.
La Iglesia fundada por Jesucristo resucitado cree como siempre en el Juicio Universal y en la Misericordia de Dios, que seguramente envía las calamidades como advertencias a Sus hijos en la Tierra.
Documentos como éste prueban que son “los pequeños en la Iglesia” los que comprenden las verdades que Dios revela constantemente a la humanidad y que mantienen su mensaje puro e incontaminado, para el bien de todo el género humano.