Después de la pandemia, México vivió la Semana Santa en expectativa de fe y de esperanza gozosa en la resurrección de Cristo. Poco a poco, la gente recupera de nuevo la vida y los fieles regresaron a los templos para meditar, orar y agradecer, reflexionar la pasión en un acto de fe y reconocer que el Señor venció el imperio de las tinieblas para devolvernos la luz admirable de la gracia y reconciliación.
Cristo no quedó suspendido en la cruz ni bajó a los infiernos para permanecer al arbitrio de la naturaleza y ser consumido por las fuerzas de la corrupción de la carne. Al tercer día resucitó de entre los muertos, un dogma que es el núcleo de la fe que abre la historia más allá de sí misma.
Aun cuando la pandemia no se ha retirado y son miles los que nos han dejado por haber padecido bajo la cruz de la enfermedad, nuestro país anhela este paso que le resucite a una vida distinta. Con sufrimiento, la pasión parece interminable, extendiéndose en los momentos más aciagos donde miles cargan la cruz; sin embargo, persiste la esperanza de hacer de México un lugar donde la resurrección sea el anuncio de buenas noticias.
Interminable pasión, la de miles de personas desaparecidas cuyas familias no agotan la esperanza por conocer la verdad y rencontrarse con ellos; vía dolorosa de quienes sufren la pérdida de algún ser querido debido al paroxismo de la violencia luchando por el elemental derecho a una justicia pronta, expedita y reparadora. Camino de la cruz, el de migrantes maltratados, víctimas de la avaricia, y que ahora se levantan anhelando el respeto y dignidad inherentes a su condición de personas. Lacerante pasión, ante promesas y promesas, reformas y contrarreformas, transformaciones y desilusiones, hartos de polarizaciones. Es la pasión sin fin de México al cargar su cruz más pesada impuesta por la ambición autoritaria que utiliza el infortunio de millones de pobres que son presa de un sistema agresor e injusto que los ve sólo como botín de procesos de revocación.
Para salir de los infiernos, México debe operar un cambio de mentalidad que no sea de membrete o patrocinado por subliminales propósitos de transformación que esconden detrás mezquinas ambiciones. La nueva forma de ver las cosas debe surgir desde cada persona capaz de renovar la realidad completa arrebatándola del poder del egoísmo y maldad. La resurrección de Cristo es acontecimiento capaz de hacer lo impensable. El anuncio de quien padeció, murió y bajo a los infiernos, adquirió vitalidad por la fuerza de un hecho que nadie ideó. Eso nos debe impactar para hacer posible la resurrección de la nación mexicana. Como han afirmado los obispos de México: En la humanidad glorificada de Jesucristo Resucitado está también la nuestra. Esta es la raíz de nuestra esperanza; celebrar su Pascua es vibrar con el misterio de su resurrección (PGP 2031-2033 No, 126)