La carta abierta enviada el 7 de junio por monseñor Carlo Maria Viganò al presidente estadounidense Donald Trump no ha caído en el vacío. Trump dijo que estaba honrado por haber recibido el llamado tan potente y evocativo del prelado italiano y Viganò estuvo en condiciones de explicar claramente a Trump cómo están en juego no solo un enfrentamiento entre las fuerzas opuestas de signo político, sino más aún, una verdadera y auténtica batalla espiritual, la batalla de los hijos de la luz contra los hijos de las tinieblas, combate que trasciende el plano político, porque se sitúa en el plano de naturaleza escatológica. Es que no se puede explicar el globalismo mundialista sólo con las angustias y categorías parciales de la economía o de la geopolítica.
La voluntad de instituir una especie de super gobierno mundial es algo estrechamente ligado a un religión que nada tiene que ver con el cristianismo. Por el contrario, la “religión” de este pensamiento que expresa el “nuevo orden mundial” es la negación exacta de la Verdad revelada por Cristo. Las referencias de carácter satanista, esotérico y anticristiano; la práctica abominable de la pedofilia que comienza a “legitimarse”, encubierta mediáticamente; la reiterada quema y vandalización de iglesias en Europa, en especial en Francia, son una muestra cabal de la feroz tempestad anticristiana que abruma a Europa y a todo el mundo occidental.
El mismo odio anticristiano que se expresan en los disturbios del Movimiento antirracista “Vidas Negras Importan”, financiado por George Soros y por grandes capitales anglosajones, que pide abiertamente la remoción de las imágenes de Cristo, de los santos y de grandes figuras católicas españolas, con la excusa mentirosa que expresarían un inexistente “privilegio blanco”.
No es casual esta ofensiva siniestra en Italia y Europa, dado que Occidente fue la cuna del cristianismo: las verdaderas raíces de Europa son grecorromanas y cristianas. Por este motivo, el gobierno mundial y su religión esotérica no pueden surgir si primero no se elimina toda huella de identidad de la verdadera Europa cristiana.
Las fuerzas oscuras mencionadas por Monseñor Viganò en su Carta están trabajando en Italia y en Estados Unidos, gobernado por un hombre que, después de décadas de presidentes elegidos en las salas del club de Roma o del Grupo Bilderberg, está desafiando abiertamente el Estado Profundo. Por eso hay un intento de subvertir el orden democrático en los Estados Unidos a través de milicias reclutadas y contratadas por hombres como George Soros que recientemente financiaron a esos con 220 millones de dólares.
El globalismo quiere poner fin a la presidencia de Trump para recuperar la Casa Blanca y Estados Unidos, sin cuyo poder es prácticamente imposible establecer un súper gobierno mundial. En este sentido, el diálogo de Viganò con el otro lado del Atlántico podría haber escrito un nuevo capítulo en la historia del nuevo orden mundial.
Y si bien es cierto que la crisis del Covid-19 ha dado una fuerte aceleración al deseo de construir una dictadura global en manos de las grandes élites internacionales, es igualmente cierto que una alianza entre el Presidente estadounidense y Viganò podría ser una especie de contrapeso, porque el arzobispo italiano representa uno de los pocos interlocutores confiables a nivel internacional que tiene Italia respecto a la administración Trump.
Así, la batalla se entrecruza en dos niveles. Por un lado, Trump tratando de secar ese pantano de poder industrial, militar y financiero que desde siempre infecta a Washington, el llamado Estado Profundo. Por otro lado, el arzobispo que intenta poner un freno a la decadencia de un sector de la Iglesia cada vez más postrado a los templos paganos del globalismo y abiertamente comprometido en una obra de desmantelamiento de la Iglesia de Cristo.
En medio de este enfrentamiento épico, Italia se encuentra en el medio, ya que podría revelarse como el eje que decidirá de qué parte depende el equilibrio. El país, su historia milenaria y, sobre todo, el hecho de ser la sede de la Iglesia Católica son los elementos que convierten a Italia en el peor enemigo del nuevo orden mundial liberal.
La descristinización tan anhelada por las élites internacionales no puede dejar de pasar por la eliminación de la cultura italiana, cuna originaria de la Iglesia de Cristo.
No es casualidad entonces que Italia haya sido el país que probablemente ha visto surgir la peor dictadura jamás vista en la Europa occidental de posguerra.