En la colonia El Parque, de la alcaldía Venustiano Carranza de la Ciudad de México, el santuario de Nuestra Señora de Guadalupe y de la Santísima Hostia Sangrante, comúnmente como la Lupita, veía un movimiento inusual. El tapiado decorado que honra a uno de los milagros más controvertidos de la arquidiócesis de México, es adorno del templo convertido en capilla ardiente donde los fieles daban sus últimos respetos al obispo José Camargo Melo a por su deceso ocurrido la madrugada del 13 de diciembre.
Consumido por un cáncer, en 2017 los médicos no le daban más que unos meses de vida que se convirtieron en cuatro años de salidas y recaídas del mal contra el cual perdió la lucha. Su historia, de sobra conocida por quienes en 1978 recuerdan el milagro que sacudió a la Iglesia de la Ciudad de México, en ese tiempo, encabezada por cardenal Ernesto Corripio Ahumada.
En un templo atiborrado de fieles, la misa exequial inició las 8:25 pm. La liturgia era seguida con notable fervor de cientos de fieles quienes rezaban acongojados ante quien llamaron padre y patriarca. Ancianos y jóvenes, niños y adultos, sin importar sana distancia, escucharon la celebración de tres ministros que, con muy pequeñas variantes, la misa recordaba a la típica de Paulo VI, sólo que de espaldas al pueblo.
Presidida por quien ahora está a la cabeza de la Iglesia, el obispo José Roberto Álvarez Barajas, la celebración transcurrió enriquecida por los cantos incesantes de una comunidad de fieles quienes, previamente, daban sus condolencias a los religiosos y religiosas de la comunidad formada por Camargo Melo mismos que estuvieron en los últimos días de un difícil trance que devoró su organismo.
El obispo Álvarez Barajas, en un largo sermón, no sólo recordó las cualidades pastorales del controvertido obispo de la hostia sangrante, también dio cuenta del viacrucis de Camargo… Los cantos de la comunidad, de lamento y esperanza, daban señal del signo de la resurrección a la luz de la palabra del Libro de la Sabiduría y del Evangelio de Lucas.
El celebrante, quien estuvo a lado de Camargo Melo por más de 47 años, no sólo destacó sus cualidades pastorales que sembró en los fieles. “Por él entendí que hay que morir para vivir… Todos tenemos una historia con nuestro padre, la mía es larga, gracias a Dios, 47 años y medio tuve la gracia de convivir con él como hijo, como amigo, como hermano como discípulo, como un ser humano más a los que él transmitió, ante todo, la fortaleza de nuestra fe con obras. ¡Obras son amores, nos decía frecuentemente!”
Destacó la personalidad del yaciente como dotado de elocuencia, aún postrado, a decir de Álvarez Barajas, aún se le escucha en la comunidad: “En el silencio de sus voces, en la llama de su fe, en su perdón, en su fe que ha sido tan lacerada anteriormente y que ahora ha renacido… ¡A mi me está gritando nuestro padre José, con su presencia! ¡Sigue predicando!…
“Fue un hombre que nació para Dios y que le sacaba lo bonito a la vida” dijo el celebrante al recordar además de su fidelidad “como todo ser humano, por supuesto tuvo fallas… todos tenemos asperezas que limar…”
Álvarez Barajas no dejó de lado la agonía de Camargo ante el cáncer que le rebrotó en varias ocasiones desde el 2017. “Hicimos todo lo posible” y la enfermedad lo probó como oro en el crisol. “Los médicos le daban cuatro meses, máximo… Y en estos cuatro años siguió admirablemente, todavía en la Semana Santa salió, en medio del covid, supo aprovechar la tecnología que está al alcance de las ovejas para instruirlas en la historia que se ha vivido en este sagrado lugar”.
Camargo Melo vio agravada su condición hace un año. Sus capacidades para hablar poco a poco le fueron menguado al punto de hacerle difícil comunicarse con los demás. “Lentamente se fue consumiendo, fueron muy difíciles los últimos meses. Y los soportó con paciencia… La última tomografía que le hicieron de un pulmón tenía 17 tumores…” Su sufrimiento fue asociado a los de Cristo en la cruz, “Nos permitió ser sus cirineos, nuestro amor fue enorme hacia él”, dijo el celebrante cuya parsimoniosa voz mantenía en expectativa a las adeptos congregados.
“Patriarca y maestro del cual Dios se valió” así Álvarez Barajas anunciaba algunos de los hechos por los cuales Camargo Melo fue llevado a la cárcel en la defensa del milagro de la hostia en la que creyó: “Para fortalecer nuestra fe en su presencia real y verdadera, en el milagro eucarístico de la Santísima Hostia sangrante que, incluso, le ganó la dicha de ser apresado injustamente por los hombres para ser apresado por la verdad… El primero es Dios y que el hombre jamás estará encima de la Palabra, la verdad y doctrina de Dios manifiesta en su plenitud en Jesucristo encarnado, presente en la eucaristía y visible ante nuestros ojos por la Santísima hostia sangrante”.
Las últimas horas de Camargo Melo transcurrieron de frente al dolor que también fueron “momentos de cielo” para quienes le cuidaron. “No podía tomar ni agua”, con un relicario en su pecho, quienes lo vieron en sus últimos momentos le pedían dejar de resistir para acatar con docilidad el momento máximo del tránsito de este mundo al otro. “Hubo en momento en que Dios se dejó sentir… reunidos y procurándole los auxilios sagrados… oramos juntos con él… No había nada más que decir, sé dócil y se fue en paz…»
El sermón acabó con el grito súbito de un feligrés: ¡Viva nuestro padre José! unido al aplauso espontáneo hacia quien, 43 años atrás, defendió lo que la lucha de su vida, el milagro de la hostia sangrante que injertó en una comunidad que sobrevive en ese barrio de la Ciudad de México. Ahí se escribía la vida de ese hombre nacido en 1942, quien profesó la vida religiosa mercedaria, ordenado sacerdote en 1966 por la imposición de manos del primer obispo de Toluca, Arturo Vélez Martínez.
Con su deceso se cierra ese momento cuando fue testigo, en una semana santa del discutido milagro eucarístico de 1978 que produjo un duro choque contra el cardenal Ernesto Corripio Ahumada y le hizo dejar la Iglesia católica para ponerse a la cabeza de un grupo de adeptos que formaron ahora una comunidad de la cual fue su obispo al ser consagrado en 1991 y llevado a la cárcel por los presuntos delitos de despojo y usurpación de funciones, delitos que libró creciendo así su aura e influencia.
Fue Camargo Melo quien quiso reconciliarse con la Iglesia católica. Repudiando a Corripio, pero presumiendo de particulares acercamientos e incluso amistad con el cardenal Norberto Rivera Carrera quien, afirman, dio ese permiso especial que presumieron en 2008 para que los sacerdotes de la iglesia de la Hostia sangrante celebraran en el mismo altar mayor de Basílica de Guadalupe, a los pies de la Virgen morena.
El obispo Camargo Melo quien, al final, vio frustrado el deseo del retorno no sólo por la llegada del arzobispo Carlos Aguiar, desentendido de este asunto, también por una personal coherencia y fidelidad de la “tradición católica” que esta comunidad pretende custodiar repudiando el ministerio del Papa Francisco.
Con el polémico padre Pepe, el “patriarca José”, se escribe así la última letra de este capítulo que formó, en su momento, una convulsión en la historia de la arquidiócesis de México y que, al final, quedó en el sueño de la reconciliación. Camargo Melo inició así su última procesión a una sepultura en el Desierto de los Leones… y después de 7 años, regresará a la Lupita a reposar en el templo junto al milagro que defendió en espera del día del juicio y de la resurrección.
Descanse en paz.
Por Guillermo Gazanini Espinoza