Pregunta que el próximo cónclave para elegir al nuevo Papa, no puede esquivar

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En la sociedad actual no sólo desaparece Dios, sino también la idea del hombre creado “a su imagen y semejanza”. Las dos cuestiones forman un todo, para una Iglesia llamada a dar razón de la esperanza que hay en ella (1P 3, 8-17). De ellas depende que la Iglesia se mantenga en pie o caiga. Son su prioridad absoluta, ineludible en un cónclave que quiere estar a la altura de sus deberes, en la elección del futuro sucesor de Pedro.

El cardenal Camillo Ruini respondió a la pregunta sobre Dios en un post anterior de Settimo Cielo, comentando un reciente ensayo de un especialista en ciencia estadística, Roberto Volpi, titulado “Dio nell’incerto” [Dios en la incertidumbre]:

> Evidencia de cónclave. Esas preguntas demasiado olvidadas sobre Dios y sobre el hombre (7.4.2022)

Y a la pregunta sobre el hombre, Ruini responde en esta segunda parte de su reflexión, a partir de los descubrimientos de la ciencia sobre el origen y la evolución de la especie humana. Pero, sobre todo, identificando ese umbral decisivo en el que el hombre, al llegar por fin a una posición erguida, pudo por primera vez ver el cielo en forma natural y continua, y a partir de ahí percibir una “otra parte”, abrirse orante al misterio, y así distinguirse radicalmente de todas las demás especies animales. Exactamente como sostiene Joseph Ratzinger, para quien “lo que distingue al hombre de los animales es la capacidad de pensar en Dios y de rezar”.

A pesar de ello, se sabe que la superioridad espiritual y trascendente del Homo Sapiens es ampliamente negada hoy en día, anulando en consecuencia la idea del nacer, del morir, del engendrar y del libre albedrío. Aniquilando el misterio del Dios que se hace hombre.

La reflexión de Ruini se centra precisamente en la reivindicación de esta diferencia esencial entre el hombre y todas las demás criaturas, una diferencia no cuantitativa sino cualitativa, afirmada desde las primeras páginas del Génesis y no contradicha por la ciencia.

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Pero antes de dar espacio al texto del cardenal, es importante señalar la “carta abierta fraternal” dirigida el 11 de abril a los obispos de Alemania por más de 70 cardenales y obispos de varias naciones.

Los firmantes ven en el “Camino Sinodal” que se está llevando a cabo en Alemania la desastrosa sustitución de la única razón de ser de la Iglesia -el testimonio de la fe salvífica en Jesús “verdadero Dios y verdadero hombre”- por una agenda dictada totalmente por el espíritu de estos tiempos: clero casado, mujeres sacerdotes, la homosexualidad hecha virtud, democracia en lugar de la jerarquía.

Un “Camino Sinodal” tal, que según juzgan los firmantes de la carta, conduce inexorablemente a un “callejón sin salida”. Con el peligro inminente de un cisma.

Entre los primeros firmantes de la carta hay cuatro cardenales de tres continentes: el nigeriano Francis Arinze, el estadounidense Raymond Burke, el sudafricano Wilfred Napier y el australiano George Pell.

Entre los obispos hay 48 de Estados Unidos (entre ellos Salvatore Cordileone, de San Francisco; Samuel Aquila, de Denver y Charles Chaput, emérito de Filadelfia), 14 de Tanzania, 4 de Canadá, 2 de Ghana, 1 de Camerún, 1 de las Islas Vírgenes y 1 de Italia. el obispo emérito de Reggio Emilia-Guastalla, Massimo Camisasca.

Pero seguramente muchos otros cardenales y obispos añadirán su firma a la carta (la dirección «ad hoc» es  episcopimundi2022 at gmail.com). Es suficiente con pensar que una carta abierta análoga ya fue enviada el 9 de marzo pasado a los obispos de Alemania por nueve obispos de la Conferencia Episcopal del Norte de Europa (Dinamarca, Suecia, Noruega, Finlandia e Islandia), y otra más fue enviada el 22 de febrero por el presidente de la Conferencia Episcopal de Polonia, Stanislaw Gadecki.

En definitiva, en la jerarquía de la Iglesia se difunde la conciencia de lo crucial que es la elección de las prioridades, en el camino que hay que recorrer hoy y mañana, tanto con el actual como con el futuro Papa.

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He aquí, pues, el texto del cardenal Ruini. Para quienes deseen continuar su reflexión, una guía fascinante para explorar la idea del hombre en la Biblia se encuentra en el que quizá sea el documento más bello elaborado por la Santa Sede en los últimos años, firmado por la Pontificia Comisión Bíblica y titulado “¿Qué es el hombre?”, lamentablemente disponible sólo en los idiomas italiano, coreano y polaco.

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II – LA PREGUNTA SOBRE EL HOMBRE

 

por Camillo Ruini

Después de habernos ocupado de la pregunta sobre Dios, veamos ahora cómo responde Roberto Volpi a la otra gran pregunta, la del hombre: las partes segunda, tercera y cuarta de su libro “Dio nell’incerto. L’altra scommessa di Sapiens” [Dios en lo incierto. La otra apuesta del Sapiens]. El discurso es mucho más largo y articulado que para la pregunta sobre Dios, por lo que me veré obligado a proceder en forma más selectiva.

Al comienzo encontramos una precisión importante: mientras la ciencia no puede decir nada certero sobre lo anterior al Big Bang, tiene mucho que decir respecto a la vida y al hombre. La cuestión es si son totalmente aceptables las tesis del evolucionismo neodarwiniano.

Volpi vuelve a elegir a Joseph Ratzinger como interlocutor preferido. A Ratzinger no le convence la idea de que la vida, y en particular el hombre, no sea más que el producto de errores aleatorios en los procesos de reproducción, posteriormente sometidos al escrutinio de la selección natural. Volpi observa que la evolución está ciertamente impulsada por tales errores, pero el neodarwinismo no ha explorado suficientemente la forma en que opera el azar. En otras palabras, no existe un azar indiferenciado que opere independientemente de todo lo demás. El azar está condicionado por el “estado de la vida en el ser”, es decir, por la cantidad y la calidad de los seres vivos en nuestro planeta. Una misma mutación aleatoria puede ser completamente improductiva o muy útil, según el terreno en el que caiga y el momento en que lo haga. Las mutaciones aleatorias y la selección natural explican la evolución interna de las especies individuales, pero no los grandes saltos en las especies que se produjeron especialmente en el Cámbrico, más de quinientos millones de años atrás.

En lo que a nosotros respecta más directamente, el género Homo se ha beneficiado ciertamente de mutaciones aleatorias que han mejorado su aparato fonatorio, y nosotros, los Sapiens, tenemos un aparato fonatorio perfecto gracias a ello, pero el azar sólo ha podido contribuir a estos resultados gracias a la estación vertical que es exclusiva de las diferentes especies del Homo, y en particular gracias a la estación perfectamente vertical del Sapiens. Por eso nuestro lenguaje es mucho más avanzado que el de las demás especies del Homo, mientras que los chimpancés, los primates más cercanos a nosotros con los que compartimos más del 98% de nuestro ADN, no tienen ni pueden tener nunca un verdadero lenguaje, un lenguaje de palabras, porque no tienen la estación vertical. En opinión de Volpi, “es la estación vertical la que hace al hombre”, en el sentido preciso de que lo crea y lo estructura por lo que es.

Siempre en virtud de su estación perfectamente erguida, que han tenido durante muchos miles de años, los Sapiens tienen un “cono de eventos” delante de ellos que es extremadamente sensible a su necesidad de lectura e interpretación del ambiente. Por lo tanto, tienen mucha más información que procesar, almacenar y categorizar, además de compartir mediante ese medio altamente eficaz que es el lenguaje. Así, sus cerebros se han vuelto enormemente más articulados, complejos y plásticos.

Gracias a la estación perfectamente erguida, también podemos ver el cielo en forma natural y continua. De este modo, sentimos el “otro lugar” que se eleva sobre nosotros y nos cuestiona. El cielo nos sugiere una forma de abordar el misterio, lo incomprensible: la invocación, la oración. Ratzinger lleva todo esto al extremo: para él, lo que distingue al hombre del animal es la capacidad de pensar a Dios y de rezar. De hecho, sin una visión natural y continua de los cielos no es posible concebir a Dios, pensar en él y rezarle. El “hombre religioso” hace así su aparición. La “construcción del alma” comienza con la aparición y maduración del sentimiento religioso, que implica la idea, el descubrimiento de que no sólo hay materialidad en el hombre, sino también otra dimensión, espiritual y trascendente. El “hombre religioso” hace así su aparición. La “construcción del alma” comienza con el surgimiento y la maduración del sentimiento religioso, que implica la idea, el descubrimiento de que no sólo hay materialidad en el hombre, sino también otra dimensión, espiritual y trascendente.

Pero a pesar de todo esto, la superioridad del Sapiens sigue siendo ampliamente negada: no habría diferencia fundamental, cualitativa, sino solo cuantitativa entre nuestra mente y la de los animales. En la base de esta negación hay, para Volpi, una gran subestimación tanto de la posición erguida como de la capacidad de abarcar siempre todo el cono de eventos. También se olvida que, a partir de cierto nivel, la cantidad se convierte en calidad. La cantidad de información que procesa el Sapiens no tiene parangón: por eso sólo el Sapiens está en condiciones de pensar en forma abstracta y simbólica, y tiene plena conciencia de sí mismo en el mundo. Por tanto, la mente humana no es una variante de la mente animal: es “otra mente”.

Hemos avanzado tanto en la evolución cultural que prácticamente hemos eliminado la evolución biológica. El éxito del Sapiens moderno es asombroso: basta pensar que ahora somos 7.800 millones de individuos repartidos por todo el planeta. Sapiens es la última especie del Homo, la más compleja y la más inteligente. Por lo tanto, no se puede negar su unicidad, incluso en el sentido de su soledad: somos la especie con la que el género Homo terminará casi con toda seguridad su recorrido. Nadie duda de esto, pero curiosamente casi nadie habla de ello, debido a la infravaloración tanto del Sapiens como del Homo. ¿Qué pasará, se pregunta Volpi, con la inteligencia y la conciencia desarrolladas por nuestra especie? Una de las respuestas se refiere a las civilizaciones extraterrestres.

Debemos ver entonces si esas civilizaciones existen. Hasta ahora, todas las investigaciones, realizadas con instrumentos cada vez más potentes, no han dado ningún resultado y, sin embargo, la gran mayoría de los científicos considera que hay muchas civilizaciones extraterrestres en el universo, tal vez infinito. Pero si limitamos la discusión a nuestra propia galaxia esta mayoría disminuye. Volpi es mucho más prudente: para él, dado que ni siquiera sabemos cómo empezó la vida, es muy extraño pretender que la vida pueda alcanzar fácilmente inteligencias como la nuestra, o incluso superiores. Por lo tanto, es probable, o al menos posible, que en todo el universo no existan individuos, además de nosotros, dotados de pensamiento abstracto y simbólico.

Nunca antes habíamos sido tan críticos con el género humano como ahora, pensando que es la perdición de la naturaleza, la que de por sí sería buena. Pero, como advierte Ratzinger, esta concepción no es cristiana: Dios creó la naturaleza para nosotros y sin nosotros no tiene esperanza. Es cierto que nuestro comportamiento es a menudo erróneo, miope y perjudicial para la creación, pero en el fondo el hombre sabe que la tierra es su hogar y tiende a protegerla. ¿Estaremos a la altura de esta tarea? Podríamos apostar por nosotros mismos: los pesimistas, que incluso culpan al hombre de los daños causados por los terremotos y los virus, apostarían por el no, mientras que los moderadamente optimistas, como el propio Volpi, apostarían por el sí.

En cuanto a mí, la apreciación que he expresado respecto al modo en que Volpi responde a la pregunta sobre Dios permanece intacta, si no acrecentada, por la respuesta a la pregunta sobre el hombre. Dentro de los límites de mi limitada competencia, me parece convincente la tesis de que el azar está múltiplemente condicionado, con todas las consecuencias que derivan de ello. También me ha impactado el sano realismo con el que Volpi trata la cuestión de las inteligencias extraterrestres. Pero sobre todo admiré y compartí la oportuna y apasionada defensa de Volpi de la irreductible diferencia entre el hombre y los demás animales. Aquí están verdaderamente en juego tanto el humanismo como el cristianismo.

Pero tengo un gran interrogante: Volpi remite la causa u origen de esta diferencia irreductible a la estación vertical. La pregunta se centra entonces sobre el origen de la propia estación vertical. La respuesta es conocida: cambió el clima y, por tanto, la vegetación de las zonas de África donde vivían los primates que son nuestros antepasados. Por eso, a lo largo de muchos milenios, estos primates asumieron gradualmente la posición erguida. En todo eso no hay nada de extraordinario ni diferente de los factores habituales de la evolución biológica. En consecuencia, la diferencia irreductible entre el hombre y los demás animales puede explicarse adecuadamente dentro de una concepción correcta de la evolución, ciertamente diferente de la darwiniana o neodarwiniana, pero una concepción tal que no implique nada ontológicamente diferente de nuestra realidad corporal, nada parecido a un alma propiamente espiritual, y mucho menos inmortal.

Como hemos visto, Volpi habla de la “construcción del alma”, que tendría su origen en el sentimiento religioso, y del descubrimiento de la existencia en el hombre de una dimensión distinta de la materialidad, una dimensión espiritual, trascendente y religiosa. Pero mi impresión es que estas expresiones tampoco deben entenderse en el sentido de una diversidad y trascendencia del ser, sino más bien de la capacidad, que ciertamente tenemos, de pensar y hacer opciones de vida que van mucho más allá del mundo material.

Sea cual sea la respuesta que Roberto Volpi podría dar a este interrogante, su libro “Dio nell’incerto” es, en mi opinión, algo nuevo en nuestro panorama cultural, una novedad en algunos aspectos preciosa.

 

SANDRO MAGISTER.

CIUDAD DEL VATICANO.

VIERES 15 DE ABRUK D 20

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