La palabra eterna

Pablo Garrido Sánchez
Pablo Garrido Sánchez

Antes que algo existiese estaba la PALABRA. DIOS salva la infinita distancia entre ÉL y los hombres mediante la PALABRA. El corazón humano está hecho para recibir la inspiración de la PALABRA. La voz de la PALABRA busca al hombre en todo tiempo y lugar. La PALABRA guía con seguridad a sus profetas y deja testimonio escrito de su revelación. La PALABRA modela, a la manera del alfarero, el corazón del hombre con sus pensamientos e intenciones. La PALABRA deja su impronta en todo lo que está en la existencia, que manifiesta orden, finalidad y la consistencia indiscutible de haber sido pensada y diseñada. Ningún hombre puede reconocer su destino último si la eterna PALABRA no se lo revela. La temporalidad es consubstancial al modo de vida presente, sin embargo la profunda aspiración es la permanencia para siempre, que se hace posible porque la PALABRA nos llama a la plenitud de la Vida. “La Ley fue dada por Moisés, la Gracia y la Verdad vienen dadas por JESUCRISTO la PALABRA eterna”. Cualquier lugar y tiempo declara que necesitamos a DIOS, y la voz de su PALABRA se deja oír inmediatamente que lo reconozcamos. La PALABRA que nos crea es la única que nos recrea para la Vida Eterna, y fuera de ELLA no se da la existencia ni la Salvación. Vivimos en procesos de llamada personal dados por la PALABRA. Al igual que el Siervo de YAHVEH, en el tercer cántico de Isaías (Cf. Is 50,4-9), cada mañana –cada día- el SEÑOR tiene que despertar nuestro oído para escuchar como el discípulo; ofreciendo, a su vez, una palabra de aliento al abatido. No basta sentirse interpelado por la PALABRA un día o un momento. Los procesos transformadores de la Gracia se disponen para no ser interrumpidos: “hay que nacer de nuevo” (Cf. Jn 3,3-6). El Sacramento del Bautismo es el punto de partida para una vida en la Gracia, que idealmente está pensada por DIOS para un crecimiento espiritual ininterrumpido a ejemplo de JESÚS, “que iba creciendo en estatura, sabiduría y Gracia, ante DIOS y los hombres” (Cf. Lc 2,80).

 

El bautizado

El dilema planteado en el primer concilio de la Iglesia se puede formular así: circuncisión o Bautismo. El cristiano es el bautizado en CRISTO. En el antiguo catecismo se decía muy bien y de forma clara: “soy cristiano por la Gracia de DIOS”. Unos padres pueden recibir el don de la vida en cada uno de los hijos que DIOS les concede, pero después depende de ellos el hacer cristianos a los hijos recibidos. El bautizado es el cristiano que se define como “discípulo de JESUCRISTO”. En pocas líneas tenemos el plan de vida de un bautizado. Al hacerse discípulo de JESUCRISTO el seguimiento ocupará todas las energías disponibles a lo largo de la vida: “si vivimos, vivimos para el SEÑOR; si morimos, morimos para el SEÑOR. En la vida y en la muerte somos del SEÑOR” (Cf. Rm 14,7-8;2Tm 2,11-13). La vida en CRISTO del bautizado es un don y un privilegio. La vida de cualquier persona no es un camino de rosas sin espinas: ese tipo de vida no existe, ni para los que tiene la tarea de publicitar la gran felicidad que obtienen de todos los bienes de consumo. No hay nada ni nadie que pueda llenar el ámbito espiritual personal, mas que DIOS; y nadie vive en una burbuja aislado de infortunios, enfermedades, dolores y sufrimientos. Pero el cristiano tiene para todo lo anterior el don de fortaleza en esas mismas situaciones quebradizas por la propia debilidad. Por eso el cristiano que vive la espiritualidad del Bautismo recibido es un privilegiado, que se inclina con facilidad para el agradecimiento y adoración a su DIOS. Cada bautizado forma parte de la innumerable multitud de bienaventurados, que son marcados por el Ángel (Cf. Ap 7,3-8) para entrar en la Gloria por una de las doce puertas de la Ciudad Santa. Por tanto, el bautismo recibido es la gran semilla de eternidad y glorificación, que espera el despliegue de todo su potencial espiritual mientras aún vivimos en este mundo. Entre tanto participamos ya aquí de la fraternidad eclesial, que debe crear un potente campo de influencia en el mundo que nos rodea. El bautizado es portador del Reino de DIOS, y en comunión con otros bautizados tiene la misión de formar comunidad fraterna. En otros tiempos se decía que la puerta de entrada en la Iglesia era el Bautismo; pero es mucho mejor pensar que el bautizado es “piedra viva en la construcción del templo del SEÑOR” (Cf. 1Pe 2,5). El bautizado entra en la Iglesia en cuanto que forma parte de su construcción. La condición espiritual de la Iglesia no merma para nada el protagonismo de los bautizados en la misma.

 

El poder de la Palabra

En la Iglesia y en la vida social primero es la palabra. Cuando nos vamos al ámbito específicamente cristiano la Palabra humana tiene el carácter añadido de la unción, pues bebe de la fuente misma del VERBO. En la Santa Misa, como les ocurrió a los discípulos de Emaús (Cf. Lc 24,30-32), la Palabra precede a la Fracción del Pan. En el Sacramento del Bautismo la Palabra ungida del ministro ordenado es la portadora eficaz del Bautismo en el niño o el adulto: “yo te bautizo, en el nombre del PADRE, y del HIJO, y del ESPÍRITU SANTO”. La Palabra pronunciada con poder realiza lo que dice, porque está en perfecta sintonía con el VERBO que así lo dispuso: “haced discípulos de todos los pueblos, bautizando en el nombre del PADRE, y del HIJO, y del ESPÍRITU SANTO” (Cf. Mt 28,19). El discípulo de JESÚS pasa a ser portador de DIOS con el sello indeleble de la TRINIDAD. En el comienzo de todo está la Palabra y por ella se construye y mantiene la Iglesia. Habitamos la Iglesia edificada por la predicación ungida de la Palabra. Puede haber maestros y doctores que expliquen, exhorten o den sentido a los enigmas de la Palabra, pero esta debió llegar a cruzar el corazón por la fuerza de la predicación ungida, pues primero es la Palabra.

 

Discípulos del VERBO

“Por la Palabra que os he dado estáis ya limpios” (Cf. Jn 15,3). Un singular privilegio haber escuchado la voz humana del VERBO eterno. Las Palabras del MAESTRO nacían de la fuente misma del VERBO eterno de DIOS. El calado de las mismas no lo podemos medir, pero JESÚS les da el justo valor: “por mis Palabras estáis limpios”; o lo que es lo mismo, sois criaturas nuevas, aunque todavía les quedaba un largo trecho a los discípulos para completar su andadura en este mundo con el fin de llevar adelante la misión encomendada. Aquellos eran los discípulos privilegiados a los que el MAESTRO despertaba el oído cada día con el objetivo de aprender y comprender las lecciones fundamentales destinadas a ellos mismos y a la misión para la que habían sido elegidos: “YO SOY  la Vid y vosotros los sarmientos” (Cf. Jn 15,5). Este es el resultado del Bautismo: la unión vital con JESÚS. La savia de la Vid discurre por todo el sarmiento con objeto de conseguir el mayor fruto posible. El ESPÍRITU SANTO mantiene la Vida en toda su complejidad entre JESÚS –la Vid- y los discípulos –los sarmientos-. Esta alegoría de la “Vid y los sarmientos” recoge lo que el Bautismo realiza en los cristianos de todos los tiempos. En los primeros siglos del Cristianismo, sabemos que el Sacramento del Bautismo se recibía después de un tiempo prolongado de catecumenado: “por mi Palabra estáis ya limpios”. De nuevo comprobamos que la Palabra está primero y el acontecimiento bautismal se produce cuando el efecto de la Palabra se ha producido.

 

La Cruz es la verdadera Vid

“YO SOY la verdadera Vid, y mi PADRE es el VIÑADOR” (Cf. Jn 15,1). La vid, el lagar donde se pisa la uva y el vino, son imágenes que se van conjugando para evocar el Misterio de la Redención.  La Cruz de JESÚS es la verdadera Vid y a partir de ella no cesarán los ríos de la Gracia sobre la humanidad. La Cruz no es un madero inerme, pues se ha convertido en el altar del SACRIFICIO donde reposa la GLORIA de DIOS. Y el PADRE es el dueño absoluto de todo el acontecimiento y cuidará de forma escrupulosa de los sarmientos –discípulos- unidos a la VID de su absoluta propiedad: su mismo HIJO.

 

La continuidad de los salvados

El bautizado está salvado a condición de “permanecer” en el cumplimiento de la Palabra del MAESTRO: “si permanecéis en MÍ y mis Palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis” (Cf. Jn 15,7). Las Palabras de JESÚS señalan el punto justo para la conjunción de voluntades entre el MAESTRO y el discípulo. Las Palabras de JESÚS marcan el itinerario del discípulo, su misión y destino. Cuando nos encontramos en los peldaños iniciales de la escala pensamos que se puede pedir según el capricho personal, pero la cosa no va en esa línea, sino que en la conjunción de voluntades el discípulo habrá sintonizado con certeza con la voluntad del MAESTRO, al que pedirá todo lo que redunde para su mayor Gloria.

 

De Jerusalén a Antioquia de Siria

De la excelsa doctrina del Cenáculo en Jerusalén, a pocas horas de los acontecimientos decisivos de la Redención, pasamos a la miopía espiritual de los judaizantes, que pretendían devolver a las prácticas del Judaísmo a los gentiles que iban entrando en las filas del Cristianismo. La cosa viene resurgiendo con cierta periodicidad según presenta el libro de los Hechos de los Apóstoles, y esto exige la celebración del primer concilio de la Iglesia. Antioquia comenzaba a ser un núcleo importante del Cristianismo y las críticas de algunos provocaron verdaderas dificultades con el riesgo de paralizar la expansión del Evangelio. Antioquia de Siria formará parte en los siglos siguientes de los cinco patriarcados del Cristianismo, junto con Jerusalén, Alejandría, Constantinopla y Roma, que actuará como árbitro en los distintos conflictos que inevitablemente se van a producir. Durante los primeros siglos, hasta el siglo once, los nombramientos de obispos los realizaba cada patriarcado por su cuenta y con posterioridad daban conocimiento a Roma de los mismos. Con el Cisma de Oriente, en mil cincuenta y cuatro, las cosas cambiaron ostensiblemente. Pero ahora nos toca volver la mirada al Concilio de Jerusalén, que es el tema de la primera lectura de este domingo.

 

El Concilio de Jerusalén (Hch 15)

Lo que se va a dilucidar en el primer concilio de la Iglesia atiende a la Salvación. ¿Quién nos salva?, ¿JESUCRISTO o la Ley de Moisés?, ¿el Bautismo o la circuncisión? A nosotros nos queda muy lejana esta disputa, incluso resulta desconocida, pero en aquel momento, piensan algunos, pudo ahogar definitivamente al Cristianismo naciente. Por tanto, nos encontramos ante una deliberación de calado, que decidirá la trayectoria del Cristianismo en su relación con el Judaísmo matriz. El debate conciliar se va a producir en el plano de los hechos y en la justificación doctrinal con base en la Escritura. Ante los ojos de los evangelizadores, el ESPÍRITU SANTO dejó ver diferentes signos, que habrían de tenerse en cuenta; y por otro lado nada debía contradecir el fondo de la Revelación dada por DIOS al Pueblo elegido.

 

Fariseos convertidos

Algunos de la facción de los fariseos abrazaron la Fe, pero no lograban desprenderse con facilidad de su ortodoxia anterior. “Bajaron algunos de Judea, que enseñaban a los hermanos: si no os circuncidáis según la costumbre mosaica, no podéis salvaros. Se produjo, entonces, una discusión no pequeña de Pablo y Bernabé contra ellos; y decidieron que Pablo y Bernabé subieran a Jerusalén donde los Apóstoles y presbíteros para tratar esta cuestión” (v.1-2). La trayectoria de Pablo de Tarso le daba una autoridad especial para discutir sobre el asunto con aquellos mantenedores de las esencias. Pablo había sido discípulo aventajado de Gamaliel, por lo que estaba en condiciones de mantener una discusión con autoridad con aquellos que actuaban a modo de inspectores de las comunidades. En la carta a los Gálatas, san Pablo aporta detalles que no recoge el libro de los Hechos de los Apóstoles sobre este suceso. En Antioquia tenía también su cuartel general el apóstol Pedro, que ante los “inspectores judaizantes” cayó en la simulación y fue severamente reprendido por el apóstol Pablo (Cf. Gal 2,11-14) En aquella reprimenda al apóstol Pedro se le recordó lo que él mismo había vivido, y parece que le sirvió para tomar el papel de cabeza de la Iglesia cuando se imparta la doctrina oficial en las conclusiones de este primer concilio.

 

Un minuto para especular

Una obviedad: la envidia es muy mala. Más aún, la envidia mata. Mucha mentira puede esconder el aparente ánimo de hacer justicia a todo trance. Allí estaban los de siempre, los que nunca faltan, fruncido el ceño y ataviados para dictar sentencias sumarísimas, pues aquellos seguían prisioneros de seiscientas trece normas inservibles por las que se situaban en la aristocracia religiosa. Pero es muy fácil que se añadiese un factor más prosaico: el gran desnivel económico entre las comunidades de Antioquia y la Iglesia madre de Jerusalén. La población de Jerusalén no rebasaba los cincuenta mil habitantes, salvo en las grandes fiestas que se podía incrementar notablemente. Pero Antioquia era una gran ciudad de quinientos mil habitantes con un nivel comercial óptimo, pues se encontraba en la ruta de los comerciantes que viajaban entre la zona occidental y oriental del imperio. Por su iluminación nocturna, se decía que en Antioquia nunca caía la noche, además de su arquitectura romana con un gran sistema de alcantarillado y agua corriente en las casas principales. Nada que ver con Jerusalén cuya fuente de intercambio comercial era el mismo Templo, del que se beneficiaban directamente los sumos sacerdotes y algunos otros de la secta de los fariseos. Es cierto que gracias al interés de Herodes el Grande, el Templo de Jerusalén con la prolongación de la plataforma del Monte Síon y las arcadas subterráneas que la sustentaban hacían de toda aquella construcción una obra espectacular, que prestigiaba por sí sola a la ciudad. Pero las comunidades cristianas eran pobres y precisaban del auxilio de las nuevas comunidades que se iban formando.

 

¿Diplomacia, caridad cristiana?

El fondo de la cuestión que se empieza a ventilar en el primer concilio es algo tan decisivo como la Salvación, no tanto en sí mismo el Bautismo o la circuncisión. La verdadera disyuntiva era la Fe en JESUCRISTO o la Ley de Moisés con su legislación social y cúltica. La discusión parece ser no fue un ejercicio de diplomacia moderna, sino “una agitación y discusión no pequeña” (v.1). Alguien tenía que “dar un puñetazo en la mesa”, en lenguaje coloquial; o coger un látigo y echar a los traficantes del Templo (Cf. Jn 2,15) El “puñetazo en la mesa” lo da Pablo de Tarso, al que le estaba empezando a costar la vida defender la Fe en JESUCRISTO, y no estaba dispuesto a permitir que cuatro engreídos, hinchados de humo se dispusieran a echar por tierra la obra del ESPÍRITU SANTO en los gentiles.

 

Reunidos en Jerusalén

Menos mal que Jerusalén es la “Ciudad de la Paz”; y allí fueron enviados por la Iglesia de Antioquia Pablo, Bernabé y algunos otros hermanos. En Jerusalén estaban Apóstoles principales y presbíteros presididos por Santiago, el pariente del SEÑOR. De nuevo se produce una agria discusión (v.7). El libro de los Hechos reivindica al apóstol Pedro y lo dispone en continuidad con lo acontecido en “casa del centurión Cornelio” (Cf. Hch 10,1ss). A renglón seguido de la conversión y bautismo de la casa de Cornelio y de un grupo de amigos próximo y reducido, el Apóstol dio cuentas precisas ante los responsables de la comunidad de Jerusalén, que terminaron dando gloria al SEÑOR por manifestarse también entre los gentiles (Cf. Hch 11,18).

 

Hechos del ESPÍRITU SANTO

Pedro tiene que argumentar con lo que DIOS ha realizado a favor de los gentiles y él fue testigo: “Sabéis que DIOS me eligió para que por mi boca los gentiles oyeran la Palabra y creyeran. DIOS, conocedor de los corazones, dio testimonio en su favor comunicándoles el ESPÍRITU SANTO como a nosotros; y no hizo distinción entre ellos y nosotros” (v.7-9). El poder de la Fe y la exclusividad de la misma con respecto a la Ley de Moisés para la Salvación era algo cercano a lo empírico, pues el ESPÍRITU SANTO venía manifestando acciones carismáticas, a las que los evangelizadores tenían obligación de dar todo el crédito. En casa de Simón el curtidor, Pedro había recibido una revelación por la que se le hizo entender, que no había para el SEÑOR personas de primera y de segunda categoría: todos los hombres han sido creados por ÉL y están llamados a ser contados como hijos suyos (Cf. Hch 10,9-16.34). Pablo y Bernabé, por su parte, aportaron todas las señales que el ESPÍRITU SANTO había realizado entre los gentiles (v.12). Santiago, cabeza de la Iglesia de Jerusalén, dirige la Palabra a los reunidos en aquella asamblea para ofrecer el argumento apoyado en la Escritura (v.16-18). Y concluye diciendo, que no se moleste a los gentiles que se acerquen a DIOS (v.20).

 

“El ESPÍRITU SANTO y nosotros”

Está muy bien la fórmula empleada por Santiago para dar conclusión a las sesiones del Primer concilio de la Iglesia de Jerusalén: “el ESPÍRITU SANTO y nosotros hemos decidido” (v.28). Prudencia y piedad inspiraron las disposiciones finales: “abstenerse de la fornicación, de la sangre animales estrangulados y de lo sacrificado a los ídolos” (v.29). Las recomendaciones finales y conclusivas no debían atribuirse por entero al ESPÍRITU SANTO, por lo que fue muy oportuno incluir el “nosotros” en las disposiciones. El sesgo judaizante no desaparecía del todo, pues a la parte del “nosotros” veía conveniente tomar precauciones con respecto al consumo de la carne. Gracias a la poderosa acción del ESPÍRITU SANTO los gentiles podían evitar el cumplimiento de los seiscientos trece preceptos reinventados por los rabinos para la Ley de Moisés. La advertencia sobre la fornicación era pertinente, pues las noches de Antioquia podían deslumbrar al más virtuoso con una potente iluminación y las mujeres haciendo gala de sus vestiduras semitransparentes y adornadas con profusión de joyas. Además los templos dedicados a las diosas Afrodita y Artemisa contaban con la práctica de la prostitución sagrada apreciada siempre entre los ciudadanos helenizantes. Por tanto nos encontramos en un medio social difícil en el que el Cristianismo se enfrenta a un ambiente nada favorable. El pansensualismo de aquellos tiempos nada tiene que envidiar al reinante en el momento presente, y sin embargo la fuerza del Evangelio se abrió camino.

 

El CAMINO que conduce al PADRE

Muchas horas de consideración nos espera para ahondar la revelación de este capítulo catorce de san Juan. Veamos el siguiente versículo: “Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros sí me veréis, porque YO vivo y también vosotros viviréis. Aquel día comprenderéis que YO estoy en el PADRE y vosotros en MÍ y YO en vosotros” (v.19-20). Este versículo es clave para situar el campo de percepción de la experiencia cristiana. La comprensión intelectual aporta certeza a la Fe, lo mismo que la Fe nutre de experiencia religiosa a la razón. Sucederán apariciones del RESUCITADO, probablemente sueños proféticos y visiones intelectuales, pero nada de eso es preciso para la certeza de verse inmerso en la comunión con DIOS. Este punto de partida es muy necesario para determinar los caminos ordinarios de la Gracia, que nos aportan mayor profundidad real o santidad. La presencia del MAESTRO pasa a una dimensión distinta, que no es menos real, aunque desaparezca del campo de los sentidos físicos, y en gran medida de la percepción espiritual. También en este campo aprendemos a vivir la pobreza. Los considerados como grandes místicos tuvieron intensas noches oscuras, en las que no nos detenemos y deberíamos hacerlo.

 

La Palabra escuchada es cauce de unión

“Si alguno me ama, guardará mi Palabra y mi PADRE lo amará, y vendremos a él, y haremos morada en él” (v.23) En este versículo se enuncia lo que se da en llamar la “inhabitación de DIOS en el alma”. Este es el punto más alto de la Gracia. El hombre se convierte en “portador de DIOS” -TEOFORO-. La persona se despreocupa de solicitar dones o gracias parciales. Quien se sabe inhabitado por DIOS que es TRINIDAD no necesita nada más: “sólo DIOS basta”, como  bien dice santa Teresa de Ávila. ¿Bajo qué condición acepta DIOS inhabitar en el corazón de la persona? JESÚS también lo dice: al que se disponga a guardar su Palabra. La Palabra revelada transmite “algo de DIOS” y está a nuestra disposición para ser valorada, contemplada y guardada en la memoria. Se cumple la ley espiritual: la Palabra está primero. Para que DIOS venga, la Palabra tiene que ser escuchada, y ya sabemos que la Palabra vibra con la voz del BUEN PASTOR.

 

La Palabra es de DIOS

El PADRE habla en la Palabra del HIJO. El PADRE habla en su VERBO: “El que no me ama no guarda mi Palabra; y la Palabra que escucháis no es mía, sino del PADRE que me ha enviado” (v.24). El HIJO no habla como lo haría un emisario cualquiera, sino que en el mismo acto de  comunicación, el PADRE habla en la Palabra del HIJO. El Amor se convierte en el Arca que guarda lo valioso y sagrado. El Amor a la Palabra del HIJO permite la acción transformadora que acerca hacia DIOS hasta llegar a la unión perfecta después que crucemos a la otra orilla de la vida presente. Las tres corrientes confluyen en el corazón despierto a la Palabra: la corriente del Amor, la corriente de la Palabra-Fortaleza- y la corriente de la Vida.

 

El corazón del discípulo

Los conceptos de Reino de DIOS y de Parusía pertenecen a los evangelios sinópticos; y el evangelio de san Juan subraya el vínculo con JESÚS para determinar la plenitud de la manifestación de DIOS. DIOS reina cuando emerge la Fe en el Hijo del hombre. La inhabitación es la plenitud de DIOS para el hombre en este mundo y por eso JESÚS habló de estas cosas a los discípulos antes de irse al PADRE. En el evangelio de san Juan, el movimiento de ascenso al PADRE por parte de JESÚS representa, al mismo tiempo, una mayor posibilidad de interiorización espiritual en el hombre. La Parusía como momento cumbre de la revelación de DIOS a la humanidad ocurrirá como cierre de la Historia, pero cada cristiano vive la oportunidad de realizar su Parusía personal y singular.

 

La acción del ESPÍRITU SANTO es insustituible

“El ESPÍRITU SANTO, el PARACLITO, que el PADRE enviará en mi Nombre, os lo enseñará todo, y os recordará todo lo que YO os he dicho” (v.26) Todo sería devuelto al caos más oscuro, si desapareciera la acción del ESPÍRITU SANTO. Lo mismo que en el comienzo de la Creación el RUAH de DIOS actuó sobre el caos inicial, así también el ESPÍRITU SANTO en cada época de la Historia tiene que poner su orden para bien de los hombres. El ESPÍRITU SANTO mira al hombre particular y a la humanidad en su conjunto. Como en la visión del valle lleno de huesos el ESPÍRITU del SEÑOR actúa sobre todos los huesos que representan a todo el Pueblo de Israel, y lo hace también de forma particular (Cf. Ez 37,1ss). Cada uno de nosotros asimilamos la porción de Vida y Verdad de acuerdo con el momento de la Historia que nos toca vivir; pero la revelación del Evangelio espera mucho más tiempo para desentrañar su Verdad, y sólo el ESPÍRITU SANTO lo puede hacer.

 

La Paz del SEÑOR

“La Paz os dejo, mi Paz os doy. No doy mi Paz como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde” (v.27). Las cosas relacionadas con el más allá, de forma especial, precisan de una Gracia singular para ser asimiladas. Somos muy vulnerables y la incertidumbre aumenta en gran medida el desvalimiento. Las palabras de JESÚS sobre la Paz son tomadas como bendición pascual. La Paz del SEÑOR afirma su Resurrección y establece un nuevo orden espiritual. El mundo no podrá jamás ofrecer la Paz del MESÍAS verdadero, porque en el mundo reina masivamente los intereses egoístas, que acuerdan treguas a la violencia con el fin de aumentar las ganancias de alguna de las partes. La Paz del SEÑOR nace de su mismo Amor, que se ofrece buscando el bien espiritual del hombre.

 

La vuelta del SEÑOR

San Mateo concluye su Evangelio con una promesa solemne: “YO estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Cf. Mt 28,20). San Juan nos conduce a considerar la “vuelta del SEÑOR” en la doble vertiente mencionada: la inhabitación personal y la Parusía. El movimiento de este cuarto evangelio va en ese sentido hasta el final: “ve y diles a mis hermanos, subo a mi PADRE y vuestro PADRE; a mi DIOS y vuestro DIOS” (Cf. Jn 20,17). El RESUCITADO sube al PADRE y en la medida de su Ascensión permanece interior al hombre. Da a entender que sólo en la Resurrección puede tomar parte de una forma nueva de la persona y vida de sus discípulos, haciéndolos verdaderamente hermanos: “habéis oído que os he dicho, me voy y volveré a vosotros. Si me amaráis os alegraríais que me fuera al PADRE, porque el PADRE es más que YO” (v.28). La tradición desde un principio ha entendido, que la inferioridad del HIJO con respecto al PADRE concierne a su dimensión humana, pero no se refiere a la naturaleza divina. El régimen de apariciones del RESUCITADO tuvo su tiempo, tras el que los discípulos poseerán una Presencia del RESUCITADO a través de la vía sacramental tan real y cierta como la anterior, pero de un modo diferente. La Ascensión al PADRE rompe para siempre la limitación de la condición humana, que adquiere definitivamente las mismas dimensiones del VERBO. El Amor de los discípulos debe purificarse para acceder a formas de encuentro alejadas de lo sensible. El resultado será una Paz y Alegría que el mundo no podrá alterar, y mucho menos quitar.

 

La conciencia de CRISTO

El Evangelio en san Juan, de forma especial, no rebaja en ningún momento la conciencia que JESÚS tiene de SÍ como VERBO de DIOS. JESÚS sabe de SÍ mismo y de la misión encomendada por el PADRE. Con este conocimiento habla a sus discípulos para cimentar su Fe. JESÚS está ahora con sus discípulos y se tiene que ir. Al comienzo de este capítulo les informa de lo que hará en su vuelta al PADRE. Cuando las moradas eternas sean habilitadas, JESÚS volverá a llevar a todos y cada uno de los suyos. En otros momentos JESÚS habla de su muerte envuelta en la Gloria de la victoria de DIOS, sin privar a ese hecho de todo su dramatismo( Jn 13,31). El RESUCITADO se va a presentar con las señales de la crucifixión, y JESÚS los instruye en los hechos que van a suceder para que su Fe se sostenga en la Palabra. Y se vuelve a cumplir el axioma: en el principio está la Palabra.

 

Apocalipsis 21,10-14,22-23

El vidente del Apocalipsis recibe la orden de no sellar las palabras del libro, pues el tiempo de su cumplimiento está cerca (Cf. Ap 22,10). El libro de la gran revelación está dado para entrar en la consideración de los designios de DIOS sin añadir o quitar nada de su contenido (Cf. Ap 22,18-19). Desde el principio del libro, la revelación la ofrece el que es el ALFA y la OMEGA, el PRINCIPIO y el FIN, que da su Mensaje a las Iglesias de todos los tiempos (Cf. Ap 22,13.16).

 

DIOS es la herencia del vencedor

El Apocalipsis ofrece imágenes de las moradas eternas abiertas por la Redención de JESÚS, el HIJO de DIOS. La Ciudad Santa es la morada de DIOS con los hombres y el autor sagrado la describe tomando como recurso la luz, las piedras preciosas y el oro como el más noble de los metales. La Ciudad Santa tiene una forma del todo regular y sus medidas responden al diseño pensado por DIOS y mostrado por los Ángeles. El Ángel del SEÑOR hace la presentación de la Ciudad Santa al vidente (v.9) La Ciudad Santa es descrita con apariencia del jaspe translúcido, lo mismo que el oro que forma parte de las murallas. Las distintas gemas y piedras preciosas mencionadas resaltan la belleza y santidad de las moradas eternas donde nada contaminado tiene cabida. Las doce puertas de la Ciudad Santa se distribuyen en grupo de tres a cada lado del cuadrado, y en cada puerta figura un Ángel, el nombre de una tribu del Pueblo de Israel, y el nombre de un apóstol del CORDERO. La visión trata de acercarnos a la morada de DIOS con los hombres con los mejores recursos a nuestra disposición para aspirar en realidad a lo que “ni el oído oyó, ni el ojo vio, lo que DIOS tiene preparado para los que lo aman” (Cf. 1Cor 2,9).

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