EN CUESTIÓN DE HORAS, EPISCOPADO MEXICANO PIERDE A DOS OBISPOS EMÉRITOS POR EL VIRUS.
A punto de cumplir 85 años en marzo, el covid-19 arrebató la vida al polémico obispo emérito de Ecatepec, Onésimo Cepeda Silva, quien desde principios de enero, cayó intubado por complicaciones de la enfermedad. Su familia había pedido discreción en la noticia de sus complicaciones y hospitalización. El II obispo de Ecatepec, Óscar Domínguez Couttolenc, dirigió un mensaje al presbiterio en esa ocasión solicitando oraciones por el obispo quien nació en la Ciudad de México, el 21 de marzo de 1937.
Polémico, controvertido, odiado y querido, Onésimo fue obispo fuera de lo común. Su formación sacerdotal tardía tuvo por antecedentes los estudios y carrera profesional que le hicieron abogado y hombre de negocios. Hijo del abogado Onésimo Cepeda Villarreal, el joven Onésimo fue un rebelde que rechazó a la Iglesia cuando un cura espetó que el cáncer padecido por su progenitor era consecuencia de un castigo divino por no haber entrado al seminario, en un inicio, en la Compañía de Jesús. “Yo en ese Dios, en esa Iglesia y en ti, no creo”. Por eso dejó toda actividad eclesial para seguir los pasos del padre, estudiar derecho y hacer “una exitosa” vida empresarial. Pero el Señor llamó y tenía otros planes, Cepeda Silva inició sus estudios sacerdotales y “dejándolo todo” fue ordenado sacerdote por Sergio Méndez Arceo, obispo de Cuernavaca, quien le impuso las manos hace 50 años, en octubre de 1970.
Extrovertido, versátil conservador y heterodoxo, fue autor y prolijo predicador en el Movimiento del la Renovación Carismática en la diócesis de Cuernavaca. Impulsó la creación del Seminario dedicado a San José en esa misma diócesis y ocupó varios puestos curiales e incluso incursionó en televisión como predicador en los Estados Unidos. Su título como abogado por la UNAM le valió para que en la Iglesia se le confiaran los cargos de representante ante órganos de gobierno y de las relaciones con el Estado.
Confesaría que proclamar a Cristo vivo fue uno de los propósitos que realizaron su sacerdocio por su pertenencia al movimiento de la renovación carismática que, según sus dichos, le llevó por todo mundo a predicar el Evangelio. El nuncio Girolamo Prigione le comunicó el designio del Papa Juan Pablo II para ocupar la sede de Ecatepec, una recién nacida diócesis superpoblada, pobre y conflictiva que se creó tomando territorio de la diócesis de Texcoco y de la arquidiócesis de Tlalnepantla, el 28 de junio de 1995
“Cristo quiere que sea obispo” le dijo el representante papal. El llamado era innegable, según Onésimo Cepeda. No se podía decir que no a la palabra de quien le estaba llamando. Contaría aquella anécdota que el recién nombrado obispo dijo al nuncio apostólico cuando señaló que Ecatepec tenía una virtud y un defecto. Como esposa del obispo, esa diócesis era “como una señorita” porque nadie le “había metido mano”, “¿Y cuál es el defecto?” cuestionó el nuncio, “¡Que está horrible la desgraciada, por eso nadie le mete mano!”
“Cuando llegué a Ecatepec, no tenía ni dónde colgar mis calzones”, así se refirió para matizar la serie de dificultades que enfrentó en la construcción de la diócesis. El Señor “me inspiró” para cristalizar uno de sus principales objetivos, la actual catedral, edificio bajo polémica que “hizo mucho ruido”, pero que fue uno de los elementos que distinguieron su episcopado. “Sin vanidad”, diría Cepeda, Ecatepec tuvo “un antes y un después” cuando fue elevada la diócesis y de la construcción de la catedral.
Llamando a los que Él quiere, Onésimo insistía en que Dios pone a sus escogidos para ponerlos donde quiera. Y en broma, supuso que a él le hubiera gustado ocupar la cátedra de la arquidiócesis de México, pero “Dios no cumple antojos ni endereza jorobados” dijo ante el cardenal cardenal Norberto Rivera cuando el emérito de Ecatepec cumplió 25 años de vida episcopal.
En esa ocasión, en agosto de 2020, el obispo Cepeda Silva resaltaría esa peculiar “predilección de Dios” como signo incuestionable del amor de Cristo que no está ajeno a los sinsabores, las calumnias y dardos de los que puede ser objeto cualquier pastor y así lo comparó, con un camino que se recorre con la cruz a cuestas para ser clavado en ella. “Ser obispo es una distinción” porque fue escogido por Dios a pesar de la miseria humana. “Así lo dice mi escudo episcopal, ‘Sé en quien he puesto mi confianza’, en Cristo y si Cristo está conmigo, ¿Quién contra mí?… Espero seguir siendo de Cristo, espero morir con Cristo, alabando su nombre porque no hay otra cosa más importante que ser escogido por Cristo…” señalaría en ese aniversario.
Fue el año pasado, en ocasión de la campaña para las elecciones intermedias que renovaron la Cámara de Diputados, que el obispo emérito coqueteó con un partido político sin mayor trascendencia. La polémica por su ambición electoral de ocupar una curul incluso le puso en el dilema mediático de dejar su ministerio, lo que rechazó afirmando en una entrevista: “Jamás voy a abandonar el ministerio para ser diputado por tres años, es una pendejada y yo como obispo estoy designado a juzgar a los dos activos de Israel en el cielo”.
La consternación por la muerte del clérigo aficionado a la fiesta brava también fue manifiesta por el obispo de Cuernavaca y secretario general de la CEM, Mons. Ramón Castro Castro. A través de un tuit llamó a la oración por el descanso eterno “agradeciendo por toda la riqueza y bien que dejó con su vocación. Dios le pague toda su entrega”.
Igualmente, el obispo de Ecatepec, Óscar Domínguez Couttolenc, comunicó con gran pesar el sensible fallecimiento del obispo emérito. A través de un comunicado señaló que se llevará un novenario por el descanso de su antecesor comunicando, posteriormente, el día y hora de la celebración de exequias en la catedral que él levantó en Ecatepec.
En cuestión de horas, dos obispos eméritos mueren por covid-19
Horas antes de comunicar la muerte de Onésimo Cepeda, la CEM informó de la muerte del emérito de la prelatura de Huautla, el josefino Hermenegildo Ramírez Sánchez a causa del covid-19. Según trascendió, el clérigo, quien tenía 92 años, falleció el sábado 29 de enero y la provincia de los Misioneros Josefinos dio cuenta de las causas de la muerte. Sus exequias se realizarán en la capilla de San José del Buen Consejo en Querétaro.
Ramírez Sánchez profesó como misionero Josefino en 1945 y fue ordenado presbítero en 1953. En 1975 fue elevado al episcopado obispo por la imposición de manos del delegado apostólico en México, Mario Pío Gaspari, además de Ernesto Corripio Ahumada, arzobispo de Antequera-Oaxaca y de Braulio Sánchez Fuentes, obispo de Mixes, para ser primer prelado de Huautla en Oaxaca. A los 76 años le fue aceptada la renuncia a la prelatura por causas de edad, sucediéndole Mons. Héctor Luis Morales Sánchez. El prelado emérito pasó los últimos años de su vida en la comunidad de descanso “San José del Buen Consejo” en San Juan del Río, Querétaro.
01 febrero, 2022.