He venido para anunciar la liberación a los cautivos

Mons. Cristobal Ascencio García
Mons. Cristobal Ascencio García

En este domingo, se nos presenta el inicio del Evangelio de san Lucas, que es el que estará iluminando nuestra vida en este ciclo litúrgico, sobre todo en el tiempo ordinario. Hoy nos presenta dos partes:

1a. En ésta, san Lucas desea dejar claro el objetivo de su escrito, es decir, que la fe que han recibido los creyentes no se sustenta en un personaje mítico, en una fantasía o en un Cristo elaborado por una comunidad de discípulos alucinados que se negaban a aceptar la muerte infame de su Maestro. Así, dirigiéndose a Teófilo, le dice: “Después de haberme informado minuciosamente de todo, desde sus principios, pensé escribirte por orden, para que veas la verdad de lo que se te ha enseñado”.

2a. En esta parte del Evangelio Jesús mismo nos presenta desde el principio su itinerario a seguir; parece que el evangelista desea dejar en claro la pasión que impulsa al profeta de Galilea y la meta hacia la cual se dirige. Escuchamos con detalle lo que Jesús hace en la sinagoga de su pueblo: “Se pone de pie, recibe el libro sagrado, busca él mismo un pasaje de Isaías, lee el texto, enrolla el volumen, lo devuelve y se sienta”. Jesús al elegir el texto de Isaías, desea exponer la tarea a la que se siente llamado. Es sumamente interesante, ya que el texto no habla de nuevas leyes, de normas, de organizar un culto más sofisticado, de fundar una religión más perfecta, sino que habla de comunicar liberación, esperanza, luz y gracia a los más pobres. Su mensaje está dirigido para crear esperanza en aquellos más desprotegidos. Toca realidades muy humanas enmarcadas en el sufrimiento, escuchemos lo que leyó Jesús: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar a los pobres la Buena Nueva, para anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor”.

El Espíritu de Dios está en Jesús, es el ungido y su misión son los pobres, hacia ellos debe orientar su vida y predicación, hacia los más necesitados, oprimidos y humillados. Jesús desde un principio deja clara su misión y durante su vida pública vemos que lleva adelante su cometido, sus preferidos son los pobres. No debemos olvidar que la “opción por los pobres, los oprimidos”, no es un invento de algún teólogo, ni una moda puesta en circulación por algún Papa, es la opción de Jesús desde un principio. Como Iglesia debemos seguir predicando la Palabra que libera de tantas opresiones. Una opresión es la pobreza, esa pobreza que impide salir adelante como personas; esa pobreza que oprime al ser humano y que en nuestro país crece, a pesar de tantos apoyos que ofrece nuestro gobierno a determinadas personas.

En nuestros días, en esta época que nos ha tocado vivir, en estos tiempos en los que somos testigos de tantos avances tecnológicos, pareciera que el ser humano hubiera alcanzado un nivel alto de humanidad, pero vemos lo contrario, nos hemos deshumanizado día con día. Aunque de las distintas constituciones a lo largo y ancho del mundo se haya quitado la palabra esclavitud, nos damos cuenta que la opresión no se ha erradicado de nuestras sociedades. Jesús dice: “He venido para anunciar la liberación a los cautivos”; es una expresión que se dice de manera rápida y es sencilla cuando estamos en tiempos de paz, pero estamos en tiempos complicados de opresión. Me ha llevado a pensar: ¿Cómo anunciar esa liberación a nuestra gente que vive cautiva, presa en sus comunidades, presa de sus miedos? Pero algo más fuerte y concreto, algo que nos lastima y debería indignarnos: ¿Cómo lograr la liberación de los caminos, la liberación de aquellos que han sido secuestrados en sus comunidades? ¿Cómo hablar de libertad en un mundo como el nuestro?

Ante estas situaciones, recuerdo aquellas palabras del papa Pablo VI: “Es un deber de la Iglesia ayudar a que nazca la liberación… y hacer que sea total”. Esas palabras que tienen su fundamento en Jesús mismo, me siguen alentando para no callar y seguir insistiendo en la necesidad de vivir en libertad; libertad interior, sí, libertad del pecado, pero también libertad exterior, que podamos trasladarnos de un lugar a otro sin temor. La Palabra que Jesús nos dejó es liberadora, y liberadora no sólo del pecado, sino también de las ataduras externas, que son expresión de un pecado social; dicha palabra debe ser proclamada desde la defensa de los oprimidos, de los descartados.

Como Iglesia creo que debemos reflexionar y lo hago como Obispo, que me encuentro en una Diócesis concreta, y me cuestiono: ¿A qué Jesús estoy siguiendo? ¿Qué Evangelio estamos predicando? ¿Estamos caminando en la misma dirección que Jesús? ¿Nuestras prédicas conducen a generar esperanza de liberación integral de las personas y comunidades oprimidas? Y oprimidas, no sólo por la violencia y la inseguridad, sino también con la marginación y el abandono.

Hermanos, cuando celebramos la Eucaristía, realizamos el “hoy se ha cumplido” de Jesús, porque la proclamación de la Palabra tiene la misión de ir transformando nuestras vidas. El hoy de Jesús, hoy se ha cumplido, ya que es una Buena Noticia que según Nehemías, en la primera lectura, quiere trasmitir la alegría y la fuerza que dan el saber que Dios nos ama y está contento de que seamos su pueblo: “No estén tristes, ni lloren, porque el celebrar al Señor, es nuestra fuerza”. La proclamación de la Palabra tiene la misión de volverse Palabra viva y encarnada entre nosotros; no se trata tanto de la letra escrita en un libro, como de la persona de Jesús, que es quien ha venido a traer Buenas Noticias de parte de Dios a los desvalidos, a los cautivos, a los ciegos, a los oprimidos. La asamblea que escucha, quienes escuchamos, tenemos la vocación de ser hoy y aquí, esta Buena Noticia como lo fue la Persona de Jesús.

Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Feliz domingo para todos!

Mons. Cristóbal Ascencio García
Obispo de Apatzingán

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Obispo de la Diócesis de Apatzingan