Ucrania, una tierra vasta, atormentada y dividida entre la identidad europea y rusa. Su milenaria historia es tan rica como convulsa. Era capital de las tribus eslavas, la Rus de Kiev, cuna del legado cultural que se disputan rusos y ucranianos.
La guerra en esa parte de Europa no es nueva. Ucrania es tierra sufriente que ha padecido invasiones, divisiones, codicia y represión. Bajo Stalin sufrió de los más deleznables genocidios cuando el poder soviético condenó a la hambruna a su pueblo. Cuando la URSS desapareció, la independencia abrió una era de logros y tensiones entre sus vecinos europeos y Rusia. Herederos de un poderío militar y nuclear que se desmanteló, los eslavos prorrusos de Ucrania pronto optaron por un protectorado del gran vecino antes que formar parte de una identidad europea. Ucrania se convertía en un codiciado botín al ser un punto estratégico en Europa.
Aunque lo que pasa en esa parte del mundo puede ser ajeno a nosotros, la realidad admite que en la aldea global nada es aislado. Pronto, de alguna forma y de escalar el conflicto, habría repercusiones internacionales que todavía no son plenamente apreciadas en sus dimensiones. Es claro que un enfrentamiento militar entre Europa -con Estados Unidos detrás- y Rusia traería efectos devastadores al viejo continente y quizá al mundo entero.
Por otro lado, la fe ortodoxa guarda un papel fundamental. El cristianismo bizantino fundó la identidad de los eslavos y es motivo de orgullo nacional. Diferente a lo que representa el catolicismo romano, la fe ortodoxa rusa tiene un sentido político que justifica todo. En Ucrania, la Iglesia decidió la autocefalía separándose del patriarcado de Moscú cuando, en 2019, el de Constantinopla apoyó a Kiev para ser autónomo. Eso fue un punto de inflexión en las complejas relaciones del caótico conjunto de autocefalías. Kirill, patriarca de todas las Rusias, aprovechando esta coyuntura de la invasión, afirmó su carácter supremo sobre las iglesias ortodoxas en la influencia rusa y aunque manifestó su compasión a quienes sufren con la calamidad de la guerra, es clara la alianza con Vladimir Putin quien afirmó que la identidad nacional rusa se había roto con la proclamación de la autocefalía ucraniana.
Si bien las distintas iglesias ortodoxas han rechazado el premeditado ataque ruso, el patriarcado de Moscú afianza así sus pretensiones que le consolidan como una Iglesia que goza de prebendas y beneficios estatales. En 2016, el gobierno ruso le otorgó un presupuesto de 2.600 millones de rublos, poco más de treinta millones de euros, además de donaciones y actividades comerciales. En esta guerra, Putin tiene el respaldo de la Iglesia y la ortodoxia rusa crece en influencia.
“Las guerras son una derrota para todas las partes implicadas. El único que goza es el diablo que ya baila sobre las cabezas de los cadáveres y juega con el dolor de las viudas, los huérfanos y las madres de duelo”, dijo Anba Raphael, obispo ortodoxo copto de la diócesis de El Cairo. Y aunque sean cosa de Satanás, en este mundo hay quienes sacan ganancia de la guerra. Sean políticos o patriarcas.