«Parece que nuestra fe es compatible con todo, pero no es verdad»: es el peligro de las (bio)ideologías

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El transhumanismo y las bioideologías están en auge, en algunos casos mediante imposiciones políticas, y tienen como un objetivo común cambiar la naturaleza humana a través de la tecnología y de la ciencia. Y en esta carrera para conseguirlo no hay unos límites éticos o morales claros, sino que en muchas ocasiones prima aquello de “el fin justifica los medios”.

Otro rasgo común que comparten todas ellas es que Dios queda fuera de la ecuación, pues el objetivo es querer ser dios. Así lo cree Ángel Barahona, doctor en Filosofía y director de Humanidades de la Universidad Francisco de Vitoria de Madrid.

En una entrevista con José Antonio Méndez en la Revista Misión habla de la respuesta del cristianismo a estas utopías en alza afirmando que “lo que nos está sucediendo hoy es que el ser humano, que lleva en su naturaleza la necesidad de tener trato con Dios, está intentando sustituirle por ídolos. Al ver el progreso tecnológico y material, hemos abrazado la seducción de Satanás: Seréis como dioses”.

Barahona recuerda que “esa pretensión no es nueva, pero, por los discursos secularizados y ateos que se consolidaron en el siglo xx, la expulsión de Dios y de la religión es cada vez más sistemática, y por eso cada vez es mayor la sustitución de Dios por ídolos: la salud, el planeta, el trabajo, la tecnología, el dinero, el sexo, el poder, el cuerpo, el turismo, la paz mental, el prestigio, el cosmos, diosecillos exóticos, energías impersonales… Pero la vida plena no puede dárnosla el planeta, ni una pastilla, ni el sexo, ni el karma. Solo volvernos a Dios y reconocerlo Padre y Creador. El cristianismo tiene que denunciar el engaño de estas ideologías idolátricas y llamar al hombre a la amistad con Dios”.

El transhumanismo pretende conseguir la inmortalidad del hombre

El transhumanismo pretende conseguir la inmortalidad del hombre

En su opinión, estas bioideologías tratan de responder a las grandes preguntas que han ido acompañando al ser humano pero “diciendo que somos un cúmulo de moléculas fruto del azar, prescindible y sustituible por otras especies, que se puede tratar como piezas modificables o desechables de una máquina, y negando lo divino de la creación. Y son ideas que implican acciones concretas que nos afectan a todos, porque suplantar a Dios por ellas no solo es un sustitutivo de la religión, sino que, de hecho, ya se ha convertido en una especie de nueva religión sin Dios, que tiene creyentes, dogmas, prácticas… y fanáticos que imponen una ortodoxia de pensamiento y de actuación”.

Esta nueva fe que se quiere imponer afirma –según Barahona- que “la ciencia y la tecnología pueden explicarlos y realizarlo todo, que Dios es prescindible, y que podemos expulsarlo de la historia  y de nuestra vida para encontrar la autosatisfacción en la razón y en la tecnología. Y quienes se opongan a esta visión, son un lastre. Pero como advierte la Biblia, cada intento de la Humanidad por construir un edén artificial nos conduce al desastre”.

De este modo, este doctor en Filosofía habla de las diferencias entre el Reino de los Cielos y los paraísos terrenales que ofrecen estas nuevas ideologías: “en nuestra naturaleza hay un permanente eco del paraíso: lo tenemos grabado. Las ideologías intentan reproducirlo desde lo político, y las bioideologías, a través de la ciencia y de la tecnología. Pero su error es el mismo: no quieren entrar en el Paraíso a través de su puerta, que es Cristo, sino asaltarlo para nuestro disfrute sin Dios. Niegan que Cristo haya cumplido las expectativas humanas. La diferencia es que Él nos enseña que hemos sido creados para la vida eterna; que la muerte y el pecado son inevitables, pero han sido vencidos; que todo, sea felicidad o sufrimiento, tiene sentido. Y que, en este regalo que es la existencia, podemos aspirar, en nuestra libertad y responsabilidad, a vivir con alegría de la relación amistosa con Dios. Los demás son el medio para nuestra amistad con Dios, y por eso hemos de cuidarlos y combatir las injusticias, pero sin convertirlos en ídolos. El Reino, el anticipo del Paraíso, es la amistad con Dios”.

Pero además, recalca que “Satanás, para alejarnos de Él, nos promete avances y filosofías que nos harán omnipotentes y capaces de vivir sin cruz, como dioses”. Pero la verdad es otra. Ángel Barahona señala que “el dolor, la soledad, la injusticia, la muerte… nos llegan, queramos o no. Y la persona que es feliz aquí es aquella que no se cree mejor que Dios o capaz de vivir sin Él, sino la que humildemente reconoce que Dios lleva la historia humana y cada historia personal, y que todas las cosas, incluso las que nos escandalizan, tienen un sentido que debemos descubrir con la luz de la Palabra y de los sacramentos. El Evangelio no es la promesa de convertirme en un ser incorruptible y puro, sino el anuncio de que Dios asume mi precariedad y mis miserias para glorificarlas, acompañándolas y sanándolas dentro del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia”.

Tras el análisis de este intento de echar a Dios de este mundo, ¿cómo debe la Iglesia enfrentarse a este avance? El director de Humanidades de la Universidad Francisco de Vitoria lo tiene claro: “con valor y fidelidad”. Ante esta batalla se muestra “optimista” pues está convencido de que la “Historia la lleva el Espíritu Santo” y todo lo que está pasando “es una fuerte llamada a la conversión”.

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Sin embargo, estas bioideologías no son ajenas a la Iglesia sino que también afectan a los católicos. Ángel Barahona afirma que “muchos de nosotros nos hemos contaminado de las nuevas idolatrías, y parece que nuestra fe es compatible con todo, pero no es verdad. ¿Puede haber persecución por denunciar los engaños de los idólatras? Sí, pero nos alienta el testimonio de los mártires, que aumentan más que nunca”.

Además, recalca que “el Espíritu Santo ha pegado un bocinazo y está suscitando profetas que anuncian al pueblo lo que no quiere oír. Puede que no entre los obispos, pero sí entre otros miembros de la Iglesia, e incluso entre personas de fuera que denuncian la fatuidad de los ídolos contemporáneos. Hoy crece la insatisfacción y se barrunta que los ídolos solo nos llevan al vacío existencial. Cada uno tiene que asumir su responsabilidad en la Iglesia, y si un obispo no dice lo que debe, yo tengo que ser testigo de Cristo en mi entorno”.

No tiene miedo de que sean pocos los que asuman esta responsabilidad. Barahona afirma no tener duda de que si los católicos son fieles a Dios “montones de personas que son creyentes de estas nuevas ideologías verán el dolor en la vida, comprenderán por qué huían del sufrimiento, mirarán al que traspasaron y creerán en Él. Dios es duro en sus advertencias cuando el hombre puede enmendarse, pero misericordioso con quien ya se ha equivocado y reconoce su error. Los católicos tenemos el antídoto para el nuevo veneno con que el demonio nos tienta y tenemos la responsabilidad de ofrecérselo al mundo”.

Y la cruz, ¿tiene sentido en el futuro con estas bioideologías? “Todas las ideologías surgen como un escándalo ante la cruz; por eso intentan quitarla del medio. Los intentos de paliar el sufrimiento son bien acogidos, pero fracasan cuando prescinden de Dios, porque se acaban volviendo contra el hombre: ¿Que la madre sufre? Matemos al hijo. ¿Que el enfermo sufre? Eutanasia. ¿Que hay opresión en un país? Obliguémosles a huir por el desierto. Borrar al Crucificado multiplica el sufrimiento y nos roba la posibilidad de conversión que nos da la cruz. Por eso, aunque prometan erradicar el sufrimiento, vendrá multiplicado”, concluye.

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