El escritor Martin Mosebach (1951), autor de numerosas obras de teatro, ensayos y novelas, recibió en 2007 el premio Georg Büchner, el más prestigioso de las letras alemanas. En español se han publicado algunas de sus obras, como La luna y la niña, El temblor y El príncipe de la niebla.
Católico inquieto ante el declive de la Iglesia, hijo de un protestante devoto que le enseñó a leer y meditar la Biblia y de una madre católica que le llevaba a misa, escribió en 2003 un libro considerado ya clásico, La herejía de la falta de forma. La liturgia católica y su enemigo (existe edición inglesa), donde aboga por la vinculación entre la fe y el rito.
Con motivo de la edición italiana de su libro Los 21, sobre los mártires coptos en una playa de Libia, Mosebach ha sido entrevistado por Giulio Meotti en Il Foglio.
«Que Europa se inspire en los mártires que la avergüenzan»
Martin Mosebach, el narrador, el novelista, el ensayista, el católico de la misa en latín, el conservador protector del estilo y guardián de la forma, el ganador del Premio Büchner, el columnista que desprecia la controversia. Recientemente, en el diario más antiguo en lengua alemana, el Neue Zürcher Zeitung, Mosebach escribió que los abusos sexuales en la Iglesia católica se remontan al Concilio Vaticano II, «cuando se derrumbaron las estructuras de la obediencia«.
Sesenta años es un tiempo muy corto en la historia de la Iglesia: «Durante este periodo la Iglesia, que hasta entonces había sobrevivido a los más duros golpes, se derrumbó en muchos lugares». El debilitamiento de toda autoridad y la Revolución sexual se encontraron con un sacerdocio privado de todos los elementos para mantener su disciplina: «Literalmente, de un día para otro, el orden que había caracterizado la vida cotidiana de un sacerdote fue trastocado. La sotana y el alzacuellos del sacerdote desaparecen: el sacerdote se vuelve invisible en público. Se suprimió la obligación de celebrar la misa todos los días: solo quienes conocen la tradición católica pueden apreciar el apoyo disciplinario que este ejercicio diario, combinado con la obligación de confesarse con frecuencia, puede garantizar. La pretensión de verdad de la religión cristiana es ahora sospechosa de ser totalitaria, violenta e intolerante». Se destruyó la liturgia de la misa: «Incluso hoy se escucha en los seminarios que el celibato caerá pronto».
Mosebach ha dedicado un extraordinario epitafio literario a los muertos de una masacre islamista, en el que explora un mundo cristiano asediado del que sabemos muy poco. En Italia, Edizioni Cantagalli (en la serie dirigida por Leonardo Allodi dedicada a Robert Spaemann) publica Los 21, «un viaje a la tierra de los mártires coptos»… y un gran fresco del cristianismo oriental.
Mosebach se dirige a la Europa moderna con una terrible advertencia: «Las civilizaciones mueren por la indiferencia hacia los valores peculiares en los que se basan«. Si efectivamente «el tiempo es temible no tanto porque mata como porque desenmascara», la historia del cristianismo copto, con su renacimiento 1400 años después de la invasión islámica, parece estar fundada en una certeza inquebrantable que nunca ha fallado. Esto es lo que nos cuenta Mosebach.
«Un cristianismo que no teme al tiempo que pasa y que desenmascara», escribe Allodi: «Si acaso, esto podría aplicarse algún día al Occidente moderno y a sus instituciones culturales, en las que ha arraigado una ‘cultura del rechazo'».
Un viaje al origen de los mártires
Mosebach vio por primera vez el vídeo completo de la decapitación en los ordenadores portátiles de los familiares de los cristianos asesinados en una playa libia. En El-Or, en el Alto Egipto. En la comunidad de hermanos, primos, padres, el vídeo se ve con compostura. Y orgullo. En la fila de los decapitados, señalaban a sus respectivos familiares, a sus hermanos: «Este es nuestro Samuel, este es nuestro Abanoub«.
Los 21 verdugos, vestidos de negro, aparecen como una serie de demonios sin rostro, una «horda infernal», mientras que los coptos -con monos naranjas que recuerdan a Guantánamo- avanzan con una compostura impresionante y al final, mientras los cuchillos demasiado pequeños se abren paso a través de sus gargantas, pronuncian suavemente el nombre de Aquel por quien están muriendo: Jarap Jesoa, Señor Jesús. Mosebach escribe que el vídeo es muy popular entre los coptos y que las familias de las víctimas siguen viéndolo en sus tabletas, un documento sublime del martirio: «Lejos de intimidarnos, nos da valor«.
El viaje de Mosebach, con la mediación de diversas autoridades y eminencias eclesiásticas, le lleva a una remota aldea de la que proceden la mayoría de los veintiún decapitados. Es un mundo en el que hay teléfonos móviles, las casas de varios pisos del pueblo están sin terminar y los cerdos, burros y terneros están en la planta baja. El escritor visita todos los lugares importantes para esos jóvenes. Sus iglesias, sus lugares de peregrinación, recorre sus pueblos y se detiene en sus casas. Mosebach ve que la oscuridad se cierne sobre el horizonte occidental como su némesis.
Una herencia viva y transmitida
«Desde el final de la era constantiniana, en la que los coptos solo participaron en los tres primeros siglos, la Iglesia occidental debe preguntarse si está tan bien preparada para la transmisión de la fe en un mundo cada vez más secularizado como la Iglesia copta, una Iglesia que ha practicado durante mucho tiempo la resistencia a una mayoría hostil hasta el martirio», escribe Mosebach: «Por la adversidad de la historia, los coptos fueron abandonados a sí mismos durante más de un milenio; el ‘desarrollo’, la palabra mágica de la civilización occidental, les fue negado. Sin embargo, no han desaparecido ni se han petrificado: han mantenido viva la herencia apostólica del cristianismo primitivo y, desde la conquista primero persa-pagana y luego islámica, no han sucumbido a la tentación de recurrir a la violencia en nombre de Dios».
El de los 21 jóvenes cristianos coptos decapitados por el Estado Islámico el 15 de febrero de 2015 ha sido descrito como «el mayor caso de martirio cristiano de nuestro tiempo» (Anba Macarius, obispo copto). En la reunión con el obispo de la diócesis de Samalout, Mosebach recibió una pregunta tan desconcertante como reveladora: «¿Por qué quiere reunirse con estas personas? No espere demasiado. Son todos iguales. Puedes visitar cualquier familia copta y encontrarás la misma actitud hacia la Iglesia, la misma fortaleza y la misma disposición al martirio en todas partes. Aquí no hay una Iglesia occidental en una sociedad occidental. Somos la Iglesia de los mártires. No veo ningún problema en decir que ningún copto del norte de Egipto traicionaría la fe».
La comparación con Europa
Conversando con Il Foglio, Mosebach explica qué le impulsó a escribir este libro. «El vídeo completo del espectacular asesinato ritualizado de estos veintiún trabajadores cristianos en la playa de Libia me impactó profundamente. No solo fue un crimen contra personas inocentes, sino un gran testimonio de fe por parte de hombres corrientes que estaban dispuestos a morir por su fe en Jesucristo«.
En el vídeo todo el mundo pudo ver que en el momento de la decapitación, algunos de ellos gritaban el nombre de Jesús en árabe y susurraban oraciones. La persona cuyas palabras se escucharon más claramente fue Milad Saber, hijo de agricultores de una aldea del Medio Egipto. Era soltero, mientras que la mayoría de sus compañeros estaban casados, con uno o más hijos pequeños.
Occidente puede aprender una lección de toda esta persecución anticristiana, pero Europa parece fría y alejada de sus hermanos cristianos. «Debemos recordar que fueron los mártires los verdaderos evangelizadores y apóstoles en los primeros siglos cristianos», nos dice Mosebach. «El cristianismo es la religión de la cruz, Cristo no entendía esto simbólicamente. En el mundo occidental el cristianismo se está secularizando; el martirio sangriento es una vergüenza para nosotros. ¿De verdad los mártires tienen que ser tan obstinados en sus convicciones? Sentémonos todos a la mesa y encontremos un compromiso tolerable…»
Martin Mosebach, durante un reciente acto cultural en una librería.
En declaraciones al Welt hace algunas semanas, Mosebach dijo que «la pérdida de una religión desestabiliza un país». «Estoy convencido de que no solo es falso, sino también extremadamente peligroso desde el punto de vista político, que la gente crea que puede decretar el bien y el mal independientemente de la Revelación«, nos dice: «Hemos visto en los sistemas totalitarios ateos del pasado reciente lo que sucede cuando la moral quiere independizarse de la religión».
El hundimiento del cristianismo alemán
Alemania es el país que encabeza la secularización masiva de Europa. En un estudio encargado por la Conferencia Episcopal, los investigadores de la Albert-Ludwigs-Universität de Friburgo afirman que el número total de confesiones cristianas -sumando católicos y protestantes- caerá de los 45 millones actuales a 34 en 2035 y se reducirá a la mitad, hasta los 22 millones, en 40 años. El número de protestantes en la próxima generación se reducirá de los 21,5 millones actuales a 10,5 millones, y el número de católicos pasará de 23 millones a 12,3 millones.
En 1963 hubo 400 ordenaciones en Alemania; en 1993 bajaron a 238; en 2013 a 98; en 2015 a 58... Así lo revela una investigación del diario de la catolicísima Baviera, el Süddeutsche Zeitung: «La Iglesia católica en Alemania se enfrenta a una dramática escasez de sacerdotes. Nunca antes tan pocos hombres en Alemania se convirtieron en sacerdotes católicos».
Incluso la diócesis de Maguncia, donde nació el cardenal Gerhard Müller, no ha ordenado un solo sacerdote en un año. La archidiócesis de Colonia es la mayor de Alemania y una de las más ricas del mundo, pero tiene previsto reducir sus parroquias de quinientas a cincuenta para 2030.
En un dramático artículo publicado en el Frankfurter Allgemeine Zeitung, el ensayista Markus Günther explicaba que el cristianismo en Alemania «parece estable, pero en realidad está al borde del colapso. Pastores y obispos, pero también muchos laicos activamente comprometidos, ven paisajes florecientes donde en realidad no hay más que un desierto».
«Como alemán, por supuesto, me disgusta ver que se cierran monasterios en todas las regiones de la vieja cristiandad y que los católicos bautizados abandonan la Iglesia en masa», nos dice Mosebach: «Por otro lado, sé que no recomendaría a nadie entrar en uno de estos monasterios, aunque a menudo incluyeran una iglesia maravillosa. Es un bien que estos monasterios estén cerrados, se hayan quedado vacíos ya que hacía tiempo que habían roto con la tradición monástica católica. Porque los católicos que abandonan la Iglesia hoy en día ya no saben lo que es la Iglesia por culpa de los obispos, que en las décadas posconciliares hicieron que la teología degenerara en las facultades y en la educación religiosa –la fe católica es desconocida en gran parte de Alemania por culpa de la Iglesia– ¡entre los católicos, eso sí! Sospecho que el futuro cristianismo alemán estará compuesto por pequeños grupos que hayan redescubierto la tradición católica».
Islamización
Mientras tanto, en Colonia, la ciudad de los Reyes Magos, se ha autorizado al muecín a llamar a la oración desde las cincuenta mezquitas. «La importancia del islam en Alemania aumentará y la del cristianismo disminuirá». Así se expresaba en diciembre el prestigioso sociólogo Detlef Pollack, principal experto en tendencias religiosas del país, en el Neue Zürcher Zeitung: «En 2022, por primera vez, menos de la mitad de los alemanes pertenecerán a una de las grandes iglesias. Hay una licuefacción. Las comunidades musulmanas en Alemania son indudablemente vitales en comparación con la mayoría de las comunidades cristianas. Por el contrario, el islam es una religión muy dinámica que busca la visibilidad».
Dentro de treinta años, según el Pew Forum, habrá 17 millones de musulmanes en Alemania, frente a 22 millones de cristianos católicos y protestantes, muchos de los cuales solo nominales (ya un tercio de los católicos está pensando en dejar la iglesia).
¿La fuerza del islam es solo el espejo de nuestra decadencia? «La opinión pública ilustrada alemana contempla con asombro el fenómeno de una religión que creían muerta pero que, de repente, ha regresado con exigencias muy serias para sus creyentes, que se guardan muy mucho de protestar; mientras, los católicos alemanes enloquecen y los últimos católicos que quedan abandonan sus edificios», nos dice Mosebach. «Pero los dirigentes de la Iglesia alemana siguen un instinto de muerte, que desgraciadamente no tiene nada que ver con la voluntad de testimonio de los mártires».
Luego está la cultura de la cancelación, que no solo hace estragos en los monumentos, los cuadros, la música, las palabras y los libros, sino también en el interior de la Iglesia, con los recortes continuos a la misa antigua: «La cultura de la cancelación es una señal de que la pérdida de la religión está produciendo religiones sustitutivas, con estrictos mandamientos y prohibiciones y amenazas y excomuniones para los desobedientes. Pero la actual cultura de la anulación puede no durar mucho tiempo, incluso si después aparece algo peor. La Europa descristianizada seguirá teniendo sorpresas desagradables. Como consuelo están las iglesias martirizadas de la ortodoxia y de Oriente y en África».
Traducido por Verbum Caro.