Defendamos las palabras mamá y madre.

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Escribo estas líneas en el día de Santa Mónica, ese ejemplo de madre cristiana con la que la ideología de género pretende terminar, que con su oración constante consiguió la conversión de su hijo San Agustín y que en su búsqueda de apoyo y consuelo ante los disgustos que le daba su hijo oyó un día estas consoladoras palabras: “Hijo de tantas lágrimas no puede perderse”.

Creo que si preguntásemos a la gente cuáles son las palabras que por su significado les parecen más bonitas, no tengo la menor duda que en los principalísimos lugares aparecerían las palabras mamá y madre. Y pienso que el motivo sería la estrecha relación que tienen con el amor y lo más noble que hay en el ser humano.

Y sin embargo la ideología de género, en una clara demostración de sus vínculos con lo demoníaco y con la estupidez, pretende suprimir estas palabras del vocabulario normal.

En esta línea de maldad y estupidez se encuentra la Asociación Médica Británica (BMA por sus siglas en inglés), que facilitó en 2017 a sus 160.000 médicos afiliados un manual de lenguaje en el lugar de trabajo según los patrones de la ideología de género, en el que se recomienda a los doctores no utilizar el término «madre» para referirse a las mujeres embarazadas ya que podría herir la sensibilidad de «individuos que han dado a luz y no se identifican como mujeres». Debo reconocer que en unas olimpiadas de la estupidez yo daría a este manual la medalla de oro.

En la película La vida de Bryan de 1979, uno de los cómicos de Monty Python decide ser mujer como un gag más de la película. ¡Qué lejos estaría de pensar que ese gag cómico iba a formar parte de la legislación de muchos países y sería considerado como un derecho humano fundamental!

Desde luego, si preguntamos cuáles son las necesidades básicas del ser humano, casi todo el mundo nos responderá: cariño y comida. Dios ha dispuesto que el entorno más adecuado para la crianza y educación de un niño sea la familia, a ser posible una familia monógama, estable y donde el padre y la madre se quieran. El niño necesita un entorno de cariño y percibe el afecto que sus padres le tienen. El enorme cariño que una madre normal siente por su hijo es sencillamente evidente y una de las mayores razones para pensar que el ser humano vale la pena.

Cuando pienso en esos desgraciados que tratan de borrar del vocabulario normal o de los documentos oficiales las palabras padre y madre para sustituirlas por progenitor A y progenitor B, no puedo por menos de pensar que lo que se intenta es erradicar del ser humano el amor, y es que no debemos olvidar el aspecto diabólico de la ideología de género.

Por otra parte, es evidente que los niños pequeños ya quieren ser políticamente correctos y en vez de decir mamá y papá, como cualquiera lo puede ver en su propia familia todavía no destruida por la ideología de género,  balbucean así: “Pro, pro, progenitor A y pro, pro, progenitor B”. Como ya decían los romanos “questio de nomine est questio de re” (la cuestión sobre el nombre, es ya cuestión sobre el fondo del asunto). Lo cual es lógico, porque decir Progenitor A es más fácil y se dice antes que Mamá. Pregunto: ¿hasta cuándo hemos de aguantar legisladores imbéciles?

La Conferencia Episcopal Española, en su documento La verdad del amor humano de 2012 nos pone en guardia contra la manipulación del lenguaje y nos dice: “De esos intentos de deformación lingüística forman parte, por señalar solo algunos, el empleo, de forma casi exclusiva, del término ‘pareja’ cuando se habla del matrimonio; la inclusión en el concepto de ‘familia’ de distintos ‘modos de convivencia’ más o menos estables, como si existiese una especie de ‘familia a la carta’; el uso del vocablo ‘progenitores’ en lugar de los de ‘padre’ y ‘madre’; la utilización de la expresión ‘violencia de género’ y no la de ‘violencia doméstica’ o ‘violencia en el entorno familiar’, expresiones más exactas, ya que de esa violencia también son víctimas los hijos” (nº 58).

Recemos para que en nuestro país y en muchos otros los gobernantes tengan sentido común y actúen en consecuencia.

 

por el p. Pedro Trevijano

 Opinión 

31 agosto 2021

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