Los mandamientos son los «pedagogos» que nos llevan a Jesús, dice Francisco.

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En la catequesis de su Audiencia General de hoy el Papa Francisco reflexionó sobre la carta de San Pablo a los Gálatas, en la que el Apóstol explica que el amor a Jesús es más importante que los mandamientos, pero al mismo tiempo destaca la importancia de respetarlos, ya que estos son los «pedagogos» que nos conducen al encuentro con el Señor.

Ciudad del Vaticano

La mañana del 11 de agosto el Papa Francisco presidió su Audiencia General en el Aula Pablo VI del Vaticano. En su catequesis, el Santo Padre reflexionó sobre la carta del apóstol San Pablo a los Gálatas (Gal 3,19) que presenta la novedad radical de la vida cristiana: «todos los que tienen fe en Jesucristo están llamados a vivir en el Espíritu Santo, que libera de la Ley y al mismo tiempo la lleva a cumplimiento según el mandamiento del amor».

El Pontífice explicó que ante la pregunta «¿para qué la ley?» cuestionada por los misioneros fundamentalistas que no comprendían la importancia de respetar los mandamientos recogidos por Moisés para el pueblo, y por tanto «confundían» a los Gálatas; el apóstol escribe: «Si sois conducidos por el Espíritu, no estáis bajo la ley» (Gal 5,18).

A pesar de que los detractores de Pablo sostenían que los Gálatas «tendrían que seguir la Ley para ser salvados», Francisco puntualizó que el apóstol no está en absoluto de acuerdo, ya que las disposiciones que surgieron en el “primer concilio” de Jerusalén celebrado con Pedro y los demás apóstoles eran muy claras, y decían: «Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros no imponeros más cargas que estas indispensables: abstenerse de lo sacrificado a los ídolos, de la sangre, de los animales estrangulados y de la impureza» (Hch 15,28-29).

Asimismo, el Papa destacó que en aquel tiempo había una profunda necesidad de respetar la ley, «porque era tiempo de paganismo» por lo que la ley se convirtió en un gran don para poder seguir adelante:

“La ley es la expresión de que un pueblo está en alianza con Dios. Cuando Pablo habla de la Ley, hace referencia normalmente a la Ley mosaica. La observancia de la Ley garantizaba al pueblo los beneficios de la Alianza y el vínculo particular con Dios. Estrechando la Alianza con Israel, Dios le había ofrecido la Torah para que pudiera comprender su voluntad y vivir en la justicia. En más de una ocasión, sobre todo en los libros de los profetas, se constata que la no observancia de los preceptos de la Ley constituía una verdadera traición a la Alianza, provocando la reacción de la ira de Dios”

El Santo Padre hizo hincapié en que los misioneros que se habían infiltrado entre los Gálatas sostenían que el vínculo entre Alianza y Ley mosaica era tan estrecho que las dos realidades eran inseparables.

Sin embargo, precisamente sobre esto punto -dijo Francisco- podemos descubrir la inteligencia espiritual de San Pablo y las grandes intuiciones que él ha expresado, sostenido por la gracia recibida para su misión evangelizadora:

En este contexto, el Apóstol explica a los Gálatas que, en realidad, la Alianza y la Ley no están vinculadas de forma indisoluble: «la Ley no es la base de la Alianza porque llegó sucesivamente».

Un argumento como este -añadió el Pontífice- pone en evidencia a los que sostienen que la Ley mosaica sea parte constitutiva de la Alianza:

“La Torah, de hecho, no está incluida en la promesa hecha a Abraham. Dicho esto, no se debe pensar que san Pablo fuera contrario a la Ley mosaica. Más de una vez, en sus Cartas, defiende su origen divino y sostiene que esta posee un rol bien preciso en la historia de la salvación. Pero la Ley no da la vida, no ofrece el cumplimiento de la promesa, porque no está en la condición de poder realizarla. Quien busca la vida necesita mirar a la promesa y a su realización en Cristo”

El Papa concluyó su alocución recordando que todos que los cristianos caminamos mirando a una promesa. De ahí la importancia de no olvidar la novedad radical de la vida cristiana: el amor a Jesús es más importante que los mandamientos y estamos llamados a vivir en el Espíritu Santo, que libera de la Ley y al mismo tiempo la lleva a cumplimiento según el mandamiento del amor.

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