Las lecturas de este domingo nos presentan a Jesucristo como el verdadero Pan del Cielo, aquel Pan que da la vida al mundo; por ello, busquemos este alimento que no perece sino que nos abre las puertas del Cielo.
- «NO TRABAJEN POR ESE ALIMENTO QUE SE ACABA, sino POR EL ALIMENTO QUE DURA PARA LA VIDA ETERNA»
Todas las cosas materiales son perecederas, pasajeras y temporales, incluyendo los alimentos, por ello, por más que nos aferremos en tenerlas jamás permanecerán siempre con nosotros. El trabajo también nos afana como a Martha, nos cansa, nos desgasta y nos estresa; por ello, procuremos hacer en nuestra vida cosas que realmente valgan la pena: como construir una amistad, fortalecer una hermandad, unificar una familia, solidificar un matrimonio, disfrutar de las cosas bellas de la vida, encontrar a Dios y amarlo. Jesús nos invita a no hacer tesoros en la tierra donde la polilla los corroe (cf. Mt 6,19), ni tampoco a ser avariciosos ni insensatos con los bienes materiales, pues bien sabe «que la vida de un hombre no depende de la abundancia de bienes que posea» Lc 12,15. Por ello, nos insiste en buscar «el Reino de los cielos y sus justicia divina y todo lo demás vendrá por añadidura» Mt 6,33. Tú ¿por qué tipo de alimento trabajas?
- EL PAN DE DIOS ES AQUEL QUE BAJA DEL CIELO y DA LA VIDA AL MUNDO
Todo lo que viene del cielo es bueno: la vida, la paz, la comunión, la gracia, el perdón, la misericordia, el pan, etc.; por ello, recibámoslo con humildad y sencillez sin pensar que lo merecemos. Dios envió a su hijo para salvarnos (cf. Jn 3,17), es justo que lo recibamos con fe y con amor. Pensamos que el mundo sin Dios es nada, que le falta todo: paz, alegría, verdad, justicia, santidad, un alimento que le de vida verdadera. Dios mismo se ofrece para salvarlo, para guiarlo por el camino de la vida. Jesucristo, en este texto, hablaba de sí mismo, sabiendo que iba a entregar su Cuerpo y su Sangre para dar vida al mundo (cf. Jn 6,52-59). La vida que Dios da al mundo consiste en su amor, su paz, la verdad, el bien, la misericordia. ¿Qué estamos haciendo para que esta vida llegue a todos sin excepción?
3. EL QUE VIENE A MI NO TENDRÁ HAMBRE y EL QUE VIENE A MI NO TENDRÁ SED
El hambre y la sed son las dos principales necesidades humanas en cuanto a la vida física, pues no podemos vivir mucho tiempo sin comer ni beber. El hambre humana se sacia con alimento material, pero el hambre de Dios con un alimento espiritual, por ello, estar cerca de Jesús significa que no nos falta este tipo de alimento. La Palabra de Dios es el alimento que nutre el corazón y el alma del discípulo misionero, pero el Cuerpo y la Sangre de Cristo es el alimento por excelencia de los hijos de Dios. Jesús nos invita a ir a Él, para estar cerca de Él y ser parte de su familia: no nos hagamos oídos sordos a esta invitación generosa. El discípulo de Cristo también tiene hambre y sed de justicia y de paz, la cual se sacia trabajando por un mundo más justo y humano. Estar en comunión con Jesús implica una vida plena, llena de gracia y de paz, por ello, no dejemos que el pecado nos separe de esta gracia divina. Y tú ¿has aceptado la invitación de Cristo?