Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor, en este decimosexto domingo del Tiempo Ordinario.
En este día celebramos el IV aniversario de la ordenación episcopal de Mons. Pedro Sergio de Jesús Mena Díaz. Su labor pastoral junto a un servidor ha sido incansable en estos cuatro años, multiplicando la presencia episcopal a lo largo y ancho de nuestra Arquidiócesis. Demos gracias al Señor que quiso darnos en su persona a otro sucesor de los apóstoles como apoyo a mi ministerio en favor de nuestra Iglesia Particular.
El domingo pasado escuchamos en el santo evangelio según san Marcos, cómo Jesús envió a los doce apóstoles a su primera misión. Hoy tenemos la continuación del relato en el momento en que los apóstoles regresan de su misión y le quieren contar a Jesús cómo les fue, pero hay tanta gente a su alrededor que no le dejan tiempo ni para comer. Entonces Jesús invita a los doce a ir a un lugar apartado para que descansen.
Jesús es el buen Pastor que no piensa en sí mismo, pues él también necesitaba comer y reposar; sin embargo, piensa más bien en el descanso de sus apóstoles y en el tiempo que necesitan de privacidad para compartirle su experiencia misionera. Sin despreciar a la multitud, Jesús quiere dedicar tiempo a su pequeño grupo de donde saldrán las columnas de la Iglesia, pues así como en la construcción de un edificio hay que apuntalar muy bien los cimientos y las columnas; lo mismo es en la Iglesia, en razón de las multitudes a las cuales luego los apóstoles deberán servir.
Es la misma razón por la que hoy y siempre el obispo debe dedicar un tiempo particular a sus sacerdotes, diáconos, seminaristas y religiosas, porque luego ellos a su vez atienden a las multitudes. Al igual que Jesús, nosotros hemos de aprender a dedicarnos a todos, pero de la misma manera aprender a sacar un espacio para el pequeño grupo, para la persona individual. De igual modo, cada quien debe ver cómo aplicar esta enseñanza dentro de su familia, de su trabajo, de la escuela, de toda sociedad y de toda la humanidad, para no descuidar a los más cercanos.
A Jesús “se le frustró” esta buena intención de convivir con sus discípulos a solas, pues la multitud se dio cuenta de que él se había embarcado junto con los doce y corrieron por tierra, de modo que al desembarcar Jesús ya lo estaba esperando al otro lado del lago. Tenemos que aprender de la multitud a seguir a Jesús y no dejar que se nos pierda de vista, aunque a veces tengamos que hacer mayores esfuerzos en su seguimiento.
Quizá tú o yo en lugar de Jesús, nos hubiéramos puesto furiosos con la gente si no nos deja comer, descansar o realizar un proyecto personal que es algo necesario; en cambio Jesús al ver a la multitud “se compadeció de ellos, porque andaban como ovejas sin pastor” (Mc 6, 34) y se puso a atenderlos enseñándoles muchas cosas. A nosotros Jesús todavía nos continúa enseñando con este testimonio.
Pidan por nosotros los sacerdotes, para que seamos incansables en nuestra entrega al Pueblo de Dios, para que nos olvidemos un poco, cuando sea necesario, de nuestros deseos, proyectos personales y derechos, por más buenos que sean estos. Lo mismo hemos de pedir para nuestros gobernantes y todos los servidores públicos, para que atiendan, tanto a la gente, al pequeño grupo, así como a toda persona, con el respeto que merece su dignidad humana, como lo haría el mejor de los comerciantes que trata de ganarse a la clientela.
En la primera lectura de hoy tomada del Libro del Profeta Jeremías, se nos presenta la profecía del Pastor con mayúscula, que vendrá personalmente a reunir al rebaño, así como de los pastores que Él mismo dará a su pueblo, diciéndolo con estas palabras: “Yo mismo reuniré al resto de mis ovejas… Les daré pastores que las apacienten” (Jer 23, 3-4). San Juan Pablo II en el año 1992 nos regaló una Exhortación Apostólica sobre la formación de los sacerdotes en la situación actual, a la que dio nombre de “Pastores dabo vobis”, nombre que significa: “Les daré pastores”.
Aunque agradecemos y confiamos en el regalo que el Señor nos promete de darnos pastores, “la Iglesia no puede dejar jamás de rogar al dueño de la mies que envíe obreros a sus campos (cfr. Mt 9, 38) ni de dirigir a las nuevas generaciones una nítida y valiente propuesta vocacional, ayudándoles a discernir la verdad de la llamada de Dios para que respondan a ella con generosidad; ni puede dejar de dedicar un cuidado especial a la formación de los candidatos al presbiterado” (PDV n. 2).
Colaboremos para que haya muchos jóvenes respondiendo al llamado del Señor al sacerdocio, para que nuestro Seminario de Yucatán cuente con los medios espirituales, materiales, académicos y de toda especie, para la mejor formación de nuestros futuros sacerdotes. En nuestro seminario actualmente hay muy pocos alumnos y necesitamos llenarlo, porque las necesidades pastorales en un futuro próximo se multiplicarán sobremanera.
El salmo 22 que hoy proclamamos, en varias versiones de la Biblia aparece como salmo 23. Los cristianos de otras denominaciones en general, lo conocen como salmo 23 y lo recitan de memoria con mucha devoción. Con la misma devoción y confianza hemos de recitarlo hoy y siempre diciendo: “El Señor es mi pastor, nada me faltará”. Todos los cristianos hemos de dejarnos conducir bajo la guía de este buen Pastor, porque él siempre nos conducirá por el sendero recto renunciando a todos los senderos “chuecos” que la maldad nos propone; y también debemos alegrarnos, no sólo de los logros que podemos conseguir en esta vida bajo su conducción, sino también y principalmente de la seguridad para la vida eterna, como dice el salmo: “Viviré en la casa del Señor por años sin término”.
La segunda lectura, tomada de la Carta del Apóstol san Pablo a los Efesios, nos presenta cómo Cristo rompió la barrera que existía entre los judíos y todos los paganos, para conseguir que existiera un solo pueblo reconciliado, en paz por su sangre derramada en la cruz. La más perfecta unidad entre los pueblos se alcanza por los méritos de Cristo, pero también bajo sus enseñanzas.
Si alguno sembrara división bajo el nombre de Cristo sería alguien que no está entendiendo las verdaderas enseñanzas del Señor, pues él es nuestra paz.
Todas las acciones de violencia que suceden en México, así como en cualquier lugar del mundo, no son obra de Cristo ni de un verdadero cristiano, ni siquiera porque el autor de la violencia llevara una cruz o cualquier otra imagen al cuello; ya que muchos asesinos están llenos de imágenes católicas que utilizan sin respeto como amuletos de buena suerte, mezclándolas con imágenes que no tienen nada de cristianas. Oremos por la unidad y la paz en nuestro México, tan lleno de asesinatos y de divisiones. Que sea este un tiempo nuevo para construir la unidad.
Es mucho lo que tenemos que orar por la paz, la justicia y la unidad entre los pueblos en estos días. Pensemos, por ejemplo, en todos los pueblos donde la gente se ve obligada a huir por la violencia, la inseguridad y la pobreza, en los pueblos que se han convertido en lugares de destino, como Brasil, Chile, Estados Unidos, incluso nuestra propia ciudad: la unidad entre los pueblos podría resolver los graves problemas de migración, refugio y trata de personas. Oremos por Venezuela donde la crisis humanitaria continúa haciendo sufrir a nuestros hermanos, expulsando a muchos de ellos fuera del país. Oremos también por nuestros hermanos de Cuba, que están viviendo una verdadera crisis, para que los ciudadanos sean escuchados por un gobierno con oídos y brazos abiertos a todas las voces del pueblo.
Que tengan una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo!
+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán