Soft Power, Canadá y lo que permite el discurso.

Gladium
Gladium

Sabrá disculpar el lector que comience de la manera más árida posible: dando definiciones. Comprendo que al final del articulo entenderá el propósito de esto.

Bien, el concepto de soft power fue acuñado por Joseph. S. Nye en un artículo de 1990. El soft power por su sustantivo refiere a la capacidad para hacer que otros actores políticos hagan o se comporten según los intereses de un fulano, en su adjetivo de suave refiere a la manera en la que esto se logra. Es suave porque se fundamenta en el razonamiento y en el común sentir de las democracias de masas, en las que todos hemos vivido. El poder suave se encarga de comunicar un mensaje por vías no beligerantes, aún si tiene ánimos de polémica.

Poder suave es lo que hace China cuando abre institutos Confucio en todo el mundo, poder suave es Rusia y su agencia de noticias.

Estos dos son estados, no nos engañemos, que han basado su política exterior en el poder duro, esto es, el poder que implica un ánimo o de coacción o de condicionamiento para conseguir sus objetivos. La ocupación de Crimea, la represión en Hong-Kong, los roces con USA, son todos ejemplos del poder duro, y el lector ávido de los vaivenes de la política internacional sabrá identificar que ese ha sido el guion de estos actores.

El poder duro lo ejercen todos los Estados, es su naturaleza y para eso nacieron. Es fácil entonces darse cuenta de que nos llama a engaño la narrativa liberal, reacia como ha sido a presentar sus intenciones, históricamente optando por ser un gentle civilizer, que sabe cuándo usar el garrote –aunque sus agoreros niegan que usar el garrote sea necesario algina vez-, cuando negociar intercambios, pero más importante, sabe cuándo y cómo usar la propaganda para expandir un discurso, o crear las condiciones de posibilidad para que un discurso exista.

Es importante saber que, llegado el momento de los garrotazos, A puede vencer a B, pero no es de menor importancia el saber qué historia está en condiciones de ser contada como la ganadora o la que debió ser la ganadora.

Caso práctico:  Franco ganó la guerra civil española, venció en los garrotes, pero perdió en los textos, y en 1978 le entregó al poder a quienes a poco más de cuarenta años después, se vislumbran no menos impíos que aquellos a los que logró vencer. No es aventurado afirmar que la cacareada guerra cultural es la gestión del poder suave.

Con los conceptos establecidos, abordemos la manera en la que se cuenta la historia en la que vive la Iglesia, en la que vivimos como Iglesia. El caso de Canadá se presta para el análisis, no abordaré los detalles pues ya han sido tratados in extensu por otras plumas.

Identifiquemos pues a los actores:  el estado canadiense, la Iglesia de Roma en Canadá, los manifestantes, y en último lugar los ofendidos. ¿Cuáles son las condiciones de posibilidad para la existencia de este discurso, por qué este discurso y no otro? Indaguemos y comencemos a desenrollar la madeja.

Ya se ha apuntado que la visión del mundo que dirige este discurso concreto es el odio a Occidente y a la institución que lo ha creado: la Iglesia de Roma. ¿es simplista hablar de odio? Sin duda es un recurso fácil acusar de odiador a quien disiente con nosotros e incluso a quien nos interpela, ¿quién de nosotros no lo habrá experimentado en sus carnes? ¡¡Disientes conmigo!!, debe ser que me odias. El odio, sin embargo, nunca es inocente.

Apunto que se odia a occidente y a la Iglesia no por un desacuerdo coyuntural, un desencuentro en dos o tres cuestiones candentes, sino porque se quiere acabar con ellos en su naturaleza, es el signo de la posmodernidad, que tampoco olvida en una paradoja, el afán muy moderno de ver el fin del único rival que le sobrevivió pese a una y otra intentona de la Revolución: la Iglesia de Roma como institución antimoderna por antonomasia.

Es la visión universal del mundo, clásica, frente a visiones particularistas de muchos mundos que pretenden subsistir sin centros de gravedad, de diversidad sin verdad.

Es también la repulsa al fenómeno de la autoridad, el saber socialmente reconocido del que gozaba la Iglesia, pero esto es porque los más cercanos detentadores de la autoridad han sido ya antes atacados: el marido, el padre, el maestro, el Estado incluso, que ya no es visto como algo más que el garante de mis derechos.

Y en la enunciación de los hechos deberíamos coincidir tanto los agentes del anomos como quien esto escribe, y así es.

 

Concretemos la idea del poder suave.

Poder suave es la BBC hablando de campos de exterminio, es CNN hablando de genocidio, es cada noticiero dando la macana con la labor imperialista y epistemicida de la Iglesia. ¿El objetivo? Crear un común sentir, contribuir a una agenda legislativa concreta en Canadá para la que no se tienen –aún- los votos necesarios, justificar los atentados de grupos situacionistas, quizá conseguir una capitulación más de la Iglesia frente a los parroquianos liberales. Justificarse, en fin, frente a ese dios que ni oye ni ve ni se deja ver ni oír al que la intelligentzia ha nombrado Humanidad

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