Jesús enseñaba con autoridad

Pbro. Crispín Hernández Mateos
Pbro. Crispín Hernández Mateos

Las lecturas de este domingo nos invitan a reflexionar sobre el ministerio de la Profecía, es decir, hablar en nombre de Dios la Palabra de Dios, ser enviados como mensajeros de la Buena noticia, pero con la fuerza del Espíritu Santo, para certificar la veracidad del profeta.

 

  1. JESÚS SE PUSO A ENSEÑAR EN LA SINAGOGA

Enseñar al que no sabe es una de las obras de misericordia espirituales, porque eso ayuda a la persona a valerse por sí misma, a crecer como persona y a adquirir conocimientos y habilidades sobre algún aspecto de la vida. La enseñanza de Jesús no es académica sino pastoral, una enseñanza acerca del amor, el perdón y la misericordia divinos, y este aprendizaje no nos induce a un conocimiento sino a una experiencia con Dios. Enseñar es conducir, orientar, guiar, sembrar, cultivar, formar, hacer crecer, etc. La enseñanza es una obra del amor. En la sinagoga Jesús enseñaba acerca del Reino de los Cielos, acerca del proyecto redentor del Padre. Jesucristo respaldaba su enseñanza con sus actos, por eso decían que enseñaba como quien tiene autoridad (cf. Mc 1,21-28). La educación es la mejor herramienta para conducir a un pueblo a una libertad auténtica. Dejemos que Jesús nos conduzca hasta el Padre, mediante la luz del Espíritu Santo, pues Él nos guiará a la verdad plena (Cf. Jn 16,13).

  1. ¿DÓNDE APRENDIÓ ESTE HOMBRE TANTAS COSAS?

De su relación diaria y asidua con Dios (cf. Lc 6,12 y Mc 6,46), le viene el poder y la sabiduría, además de ser guiado o conducido por el Espíritu Santo (Mt 4,1a). Las cosas de Dios se aprenden en una relación estrecha con Dios, una relación filial y de confianza (cf. Gal 4,4-6). Jesucristo afirmaba: «Nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.» Lc 10,22 (cf. Mt 11,27) Jesucristo estaba en el seno del Padre y desde esta comunión intima le viene toda su autoridad (cf. Jn 1,1). Las personas no se asombran de las obras que hace sino de quién las hace: «el hijo del carpintero» Mc 6,3. Por eso, aunque hiciera muchos milagros, no los convencía, pues el desconcierto era mayor que la fe. No reconocieron la presencia maravillosa de Dios en esas obras porque su mirada estaba centrada en una persona no valorada ni aceptada del todo en su Sinagoga.

  1. TODOS HONRAN A UN PROFETA, MENOS LOS DE SU TIERRA

El profeta anuncia el bien y denuncia el mal. Jesucristo pasó toda su vida haciendo el bien (cf. Hec 10,38), por eso lo reconocieron como un gran profeta, incluso, equiparado a Elías o Jeremías (cf. Mt 16,14-15) y más grande que Jonás (cf. Mt 12, 41). El profeta es llamado desde el seno de su madre para anunciar la palabra de Dios (cf. Is 49,1 y Jer 1,5), no lo elige el Pueblo sino Dios, por ello, su papel es mucho más sagrado y delicado que otro ministerio. La profecía que Jesús cumple es esta: “El Espíritu del Señor está sobre mí porque me ha ungido para dar la buena noticia a los pobres…” Lc 4,18. Es una misión que desempeña con amor, libertad y creatividad, cambiando el mundo del revés: pues libera al pobre de la opresión del rico, devuelve la vista al ciego, sana los corazones afligidos, etc. Las obras que ha hecho fuera necesita hacerlas ahí en su tierra (cf. Lc 4,23), y las hace, pero sin tanta trascendencia.  No seamos indiferentes a la presencia liberadora de Cristo y reconozcamos su obra salvadora en nuestro corazón y vida.

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