El transhumanismo, unido al fanatismo de la autonomía exacerbada, traerá opresión al débil

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El 17 y 18 de junio la Universidad Francisco de Vitoria albergó la que probablemente ha sido el mayor congreso crítico contra el transhumanismo en España, con cientos de asistentes en persona y por Internet y con numerosos expertos.

El transhumanismo implica usar la tecnología, no para curar y reparar lo dañado (como siempre se ha hecho) sino para ‘ampliar’ y ‘mejorar’ las capacidades del hombre, o al menos de unos hombres, los que paguen por ello. Drogas, prótesis o modificaciones genéticas irían en esa línea. Nadie se molesta en definir demasiado qué es «mejorar».

Los abusos pueden ser distintos en China que en Europa

¿Cuáles son los límites? Quizá unos en China y otros en Europa. Quizá en China los límites serán los que diga el Estado: podrán ampliar sus cuerpos con prótesis poderosas y drogas los más dóciles al Partido para servirle. O quizá obliguen a todos a ser modificados, «por su propio bien».

En Occidente el único límite podría ser el deseo del consumidor y la autonomía. Si «con mi cuerpo hago lo que quiero» para abortar o para esterilizarme, o para eutanasiarme, también puedo usar esa autonomía para cambiar mis brazos, piernas u órganos por otros biónicos, más fuertes, por drogas que me potencien… aunque eso acorte mi vida o me venda a una multinacional.

Hay mucha fantasía y chaladura en las promesas exacerbadas del transhumanismo, como las había en la del futuro luminoso y la sociedad sin clases del comunismo. Pero en su aplicación inmediata, en sus primeras fases, como al comunismo, se le va a dar mejor destruir lo viejo que sustituirlo por algo nuevo y mejor.

Dos días de expertos en la Universidad Francisco de Vitoria insistieron en mostrar que no se trata sólo de fantasías teóricas, sino de un movimiento dañino que va a dificultar abordar los verdaderos retos de justicia y solidaridad entre los hombres.

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Carter Snead: los gobiernos hacen mal en fomentar la autonomía exacerbada

Una de las grandes voces internacionales en el congreso fue -vía conexión telemática desde EEUU- Carter Snead, miembro de la Academia Pontificia Para la Vida desde 2016, director del Nicola Center for Ethics and Culture y experto en bioética pública.

«La bioética pública tiene que ver con los gobiernos, con lo que permiten, prohíben y fomentan. Trata temas como procreación, bebés, ancianos, moribundos, gente vulnerable y la fragilidad del cuerpo son los temas que trata, incluyendo experimentación con embriones, eutanasia, reproducción asistida, etc…», explicó.

Snead denunció que se están aprobando leyes en Occidente que insisten en presentar al ser humano como un individuo «sin conexiones ni enlaces, atomizado y desvinculado», de una autonomía exagerada. Las leyes modernas parecen pensar que un ser humano es una voluntad que, casi por casualidad, tiene un cuerpo. Familia, linaje, herencias, responsabilidades grupales… todo eso queda en nada ante la voluntad individual. «Ahora parece que la función de los gobiernos sea liberar al individuo de cada peso que dificulte ejercer su voluntad”.

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Carter Snead en una ponencia sobre bioética pública ante universitarios

Ocultan la realidad: que somos cuerpos frágiles y en interdependencia

«Pero la realidad es que los humanos somos cuerpos frágiles y enfermamos, somos vulnerables, dependemos todos unos de otros, tenemos límites naturales… Los seres corporales necesitamos redes de generosidad incondicional, dar con generosidad y recibir con agradecimiento, como dice McIntyre. Los seres humanos estamos hechos para el amor y la amistad. Una cultura que no entiende el cuerpo y su fragilidad no entiende al hombre. Y si no entiende esto, esta cultura dejará atrás a los débiles, a los enfermos, a los niños…»

Así, todo el discurso sobre hombres fuertes que con tecnología quieren ser superhombres y aplicar el triunfo de la voluntad, enseguida se convertirá en una pesadilla de fuertes machacando o hundiendo a débiles.

Lo verdaderamente humano es apoyar redes que promuevan:

– una generosidad justa
– el reconocimiento de que dependemos unos de otros
– la hospitalidad con el extraño
– la misericordia con el que sufre
– la gratitud y humildad al recibir
– apertura al visitante inesperado
– la solidaridad, la dignidad, la veracidad
– la amistad verdadera que desea el bien del otro

En realidad, todas esas cosas son las que suelen ejercer los padres con los hijos, de forma generalizada, y las que el cristianismo suele fomentar como parte de la fraternidad de reconocerse como hijos de Dios en un mundo de fragilidad.

Quien va contra el cuerpo, enseguida va contra los hombres

El transhumanismo, que es hostil al cuerpo humano (porque el cuerpo humano es frágil) acaba siendo hostil a los humanos.

En la visión cristiana -la realista, la que combina generosidad, agradecimiento y realismo- la humildad es una virtud.

Pero, recuerda Carter Snead, la humildad es específicamente rechazada por muchos transhumanismos, igual que otras virtudes. Proponen más y más tecnología para que no dependamos unos de otros (algo que consideran humillante). A cambio, prefieren que dependamos de las máquinas.

Snead señala que no hay que estar contra la tecnología que se usa para curar, aliviar, para hacer terapia, para reparar lo dañado (como se ha hecho siempre con gafas o muletas), pero sí contra la que promete «enhancement», es decir, «ampliar» al hombre.

Hay que definir qué es ‘salud normal’… o todo será consumismo

Eso significa que es importante definir con seriedad qué es la salud «normal». Los médicos siempre buscan devolver la salud normal, estándar, sin haberse esforzado mucho en definirla. «Pero si desde la bioética pública no hay concepto de salud estándar o normal, todos nos convertiremos en transhumanistas«, advierte Snead.

Sin ese concepto, todos pediremos más prestaciones. La medicina ya no será el arte de reparar lo dañado, cuidar y aliviar, sino que será, simplemente, dar al ‘consumidor’ las ‘prestaciones’ que pida. Insistiendo: si salud es ‘lo que desee el individuo’ la medicina se convertirá en consumismo.

La eutanasia, por ejemplo, es eso: un médico que ni cura ni cuida, sino que aporta una prestación que no da ninguna salud, matar, simplemente porque lo pide un consumidor. Mañana puede pedir que quiten sus piernas y le pongan prótesis, o que le mantengan drogado porque le causa placer.

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Defender al pequeño y frágil

«La autonomía es importante pero es solo una parte pequeña del verdadero relato humano», concluyó Carter Snead. «El verdadero relato humano recoge cómo nos interrelacionamos. Las leyes del aborto presentan engañosamente al bebé y la madre como extraños que pelean por sus derechos, pero cualquiera que haya vivido el embarazo entenderá que eso no recoge la realidad, no recoge el milagro y la maravilla de la relación madre-feto. Los provida han de decir: ‘amamos a ambos, al bebé y la madre, y queremos amor y hospitalidad radical para ambos’. Y lo mismo con la eutanasia».

En cuanto a los mismos transhumanistas militantes -o teóricos y soñadores- ¿no conocen, no aman a personas frágiles y limitadas en su vida?, planteó Snead. «Si piensan en estos seres queridos frágiles, pueden empezar a entender que mientras ellos anhelan convertirse en poderosos ‘másters del universo’ que florecen con poder, irán dejando detrás, abandonando, a los más débiles».

Por desgracia, en el contexto actual de España, con la eutanasia ya legalizada, vendida como un derecho, un servicio, una prestación, cualquier eutanasista con ínfulas de «progreso» podría responder a Snead: «no, nosotros no abandonaremos a nadie; con gran misericordia, les convenceremos de que lo mejor es que firmen un papel, y luego un sedante y una inyección letal».

Carter Snead en una ponencia sobre bioética pública ante universitarios

 

P.J.Ginés/ReL.

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