Hoy celebramos el nacimiento de San Juan Bautista, una fiesta muy popular en nuestras comunidades que nos da la oportunidad para reflexionar no solamente en su persona sino en la misión de todo cristiano.
La narración que nos ofrece San Lucas sobre su nacimiento pone en evidencia un oficio, un nombre y una misión.
Zacarías, sacerdote del templo, esperaría que su único hijo podría ocupar la misma función sacerdotal que él desempeñaba. Sin embargo, Juan es escogido para un oficio diferente: precursor del Mesías, el último de los profetas. Dejando el templo se va al desierto y desde ahí anuncia la presencia del Mesías en medio del pueblo. Predica un nuevo modo de conversión y deja de lado los sacrificios.
Su nombre, “Dios concede gracia”, testifica la acción de Dios en medio del pueblo.
Y su misión: presentar a Jesús como el verdadero Mesías.
Dios lo forma maravillosamente en el seno de su madre para ser luz de las naciones, y de la mudez de su padre, brota la palabra nueva de esperanza que exige la preparación de los caminos y que descubre a Jesús como el anunciado de todas las naciones.
Un oficio, un nombre y una misión que le dan sentido al más grande de los profetas.
Esta fiesta es una oportunidad también para nuestra reflexión sobre el sentido más profundo de nuestra vida: no importan los títulos ni los oficios, importa mucho más si estamos siendo fieles a nuestra misión. No importan las apariencias ni los reconocimientos, se requieren hombres y mujeres que sean fieles a su misión de enderezar caminos, de defender la verdad y de construir la justicia.
Es reconocido por el mismo Jesús como el más grande de los profetas, y cómo se necesita en nuestro tiempo que cada discípulo sea un verdadero profeta que hable en nombre del Señor, que anuncie esperanza y que denuncie las injusticias, que relacione al pueblo con Dios. Hoy al celebrar el nacimiento de Juan el Bautista, demos gracias a Dios por nuestro propio nacimiento porque también a nosotros nos ha formado de un modo maravilloso, pero examinemos si somos fieles al nombre que se nos dio como cristianos (“ungidos del Señor”), como profetas y con la misma misión de Juan: hacer presente en nuestro mundo a Jesús el Mesías.