Saberes y sabores: Quiero se padre de familia.

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“Al parecer, cada uno al nacer trae empaquetadas esas habilidades y destrezas innatas. Me distinguí por pensar, cuestionar, confrontar, solucionar o, al menos, buscar posibles formas de resolver cualquier situación que se presentase. Poco me ocupé con las manos, la educación que me dio mi madre fue tradicional; me decía que podría ser “tenedor de libros”, como un contador privado, porque escuchaba bien; entonces más esmero ponía en el colegio, bueno, eso pretendía. En una ocasión, cuando estaba en el último año de la instrucción primaria, llegó mi maestro Narciso Sosa Palomino, de feliz memoria, y nos dijo a todos que era un día especial y sería distinto. Nos ordenó mover los mesabancos hacia la pared. Los compañeros, a grito en cuello, exclamaron: “¡HURRA!”. Una vez desocupado el espacio, con autoridad dijo: “¡hagan un círculo, todos abajo!, ¡silencio!”.

“A ver, piensen en aquello que desean ser cuando sean grandes”. Uno a uno pasaron a exponer sus pretensiones futuras y hubo de todo: doctores, abogados, ingenieros, maestros, hasta un bombero y demás. De pronto, el grupo gritó ¡Ruan, Ruan! Y con el índice de su diestra, el maestro Sosa me señaló, por lo que no tuve otra alternativa que pasar al círculo. Lentamente, cual un acusado, daba pasos cortos hasta llegar al centro de aquel grupo de compañeros estudiantiles. Un silencio profundo invadió el escenario, todas las miradas estaban sobre mí como flechas al tiro al blanco. Mi corazón latía fuerte cual redobles de una banda de guerra durante los honores a la bandera. Entonces escuché una voz que preguntó: “Ruan ¿qué quieres ser de grande?”. Con mi rostro erguido, dije con fuerza: “quiero ser padre de familia”. Semejante a un rayo ante mi vista y oídos, todo el grupo empezó a reír en coro “jajaja, jajaja”, desconcertado, en ese momento, me preguntaba ¿qué dije mal? Porque eso es lo que realmente quería ser. De un salto cual cervatillo me dirigí a mi lugar. Momentos después se acomodaron nuevamente las bancas y los niños, todo volvió a la normalidad.

Al escuchar las campanadas de la hora del recreo, a diferencia de otras veces en las cuales salía casi corriendo, mis piernas se frenaron y me seguía cuestionando “¿qué dije mal?”. A punto de dar un paso para salir del salón, escuché una voz que me dijo: “¡Ruan, hijo, ven!”. “Y ahora qué hice”, me preguntaba interiormente. Llegué al escritorio del maestro y echándome el brazo comentó: “felicidades, qué profesión tan especial has elegido, nunca te arrepentirás, pues esa es la mejor inversión que un hombre puede hacer, lamentablemente en mi caso casi todo está perdido”. Como si fuéramos dos grandes amigos empezó a contarme su vida. No recuerdo bien qué tanto me dijo, solo pude decirle que él era el mejor maestro que había tenido. Desde entonces solíamos conversar de vez en cuando. Con él siempre pude aprender y aclarar mis dudas académicas sobre aritmética, geometría y literatura.

Hoy festejo con fanfarrias la gran felicidad que, por gracia y misericordia de Dios, me ha concedido el ser padre de una gran familia; mi esposa Angélica, mis hijos Ruan, Ángel David, Daniel y la princesita Angeliquita, a quien con cariño le digo Marita.

Soy tan feliz toda vez que estamos juntos. Recuerdo aquella ocasión en la cual juntos, como familia, hicimos la letra de una canción; para nosotros era un himno que nos daba identidad.

 

Somos la familia.

Tenemos una meta.

Juntos lo vamos a lograr

lo importante es que todos

nos amemos, en familia

lo vamos a lograr.

Con esfuerzo y trabajo

echándole las ganas

siempre lo vamos a lograr.

 

Cómo olvidar esos momentos en donde, siendo unos niños, mis hijos cantaban esos acordes como soldaditos en marcha.

Me parece que el desarrollo de las habilidades nace en el corazón, al menos ese ha sido mi caso. Sin tener moldes o modelos Dios me ha ido formando como Padre de familia.

 

Profesión excelsa, mayúscula y especial” (fragmento libro Experiencia de un alma; autor: Ruan Angel Badillo Lagos).

 

RUAN ÁNGEL BADILLO LAGOS.

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