No sean «medio sacerdotes» o «monaguillos de lujo» sino siervos humildes: Francisco a Diáconos.

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«Es triste ver a obispos y sacerdotes pavoneándose, pero más aún a un diácono que quiere ponerse en el centro del mundo», afirma el Papa Francisco en la audiencia de esta mañana con los Diáconos de la diócesis de Roma y les recomienda que sean «buenos padres y esposos»: «Esto dará esperanza a las parejas que viven momentos de fatiga»

Ciudad del Vaticano

No «medio sacerdotes», ni «monaguillos de lujo», sino siervos solícitos que se entregan para que nadie quede excluido; “humildes”, “buenos esposos y buenos padres”; “centinelas” capaces de avistar a los pobres y a los alejados: así describe el Papa Francisco a los diáconos, en su discurso a los Diáconos Permanentes de la Diócesis de Roma recibidos en audiencia esta mañana en el Aula de las Bendiciones, confiándoles el mandato del servicio.

La tradición de las diaconías

Al comienzo de la audiencia, Francisco saluda a Giustino Trincia, nombrado ayer por el cardenal vicario Angelo De Donatis como nuevo director de Cáritas diocesana en sustitución de «Don Ben», el sacerdote rumano Benoni Ambarus, a quien Francisco había nombrado a su vez obispo auxiliar de Roma. Con afecto, el Papa saluda también a Andrea Sartori, diácono de 49 años al que se le confió la parroquia de San Estanislao, en la zona de Cinecittà, en cuya casa parroquial vive con su mujer Laura y sus cuatro hijos. Es una «antigua costumbre», dice el Papa, «confiar una iglesia a un diácono para que se convierta en una diaconía». Debemos recurrir a estas antiguas tradiciones que se remontan a las raíces de la Iglesia de Roma, recomienda el Papa: «No pienso sólo en San Lorenzo, sino también en la elección de dar vida a las diaconías».

El diaconado ayuda a superar la lacra del clericalismo

A continuación, el Papa se detiene en el ministerio del diácono: «El camino principal a seguir es el indicado por el Concilio Vaticano II», en particular la Lumen Gentium, que dice que a los diáconos «se les imponen  las manos no para el sacerdocio, sino para el servicio». Una diferencia «no insignificante», señala el Papa, porque el diaconado -antes reducido a una orden de paso hacia el sacerdocio- «recupera así su lugar y su especificidad». Y esto «ayuda a superar la lacra del clericalismo, que sitúa a una casta de sacerdotes ‘por encima’ del Pueblo de Dios».

“Los diáconos, precisamente por estar dedicados al servicio de este Pueblo, recuerdan que en el cuerpo eclesial nadie puede elevarse por encima de los demás”

El poder está en el servicio

En la Iglesia debe regir una lógica opuesta, «la lógica del abajamiento», dice Francisco: «Todos estamos llamados a abajarnos, porque Jesús se abajó, se hizo siervo de todos. Si hay alguien que es grande en la Iglesia es Él, que se hizo el más pequeño y el siervo de todos». Todo empieza aquí: «El poder está en el servicio, no en otra cosa». Si no se vive esta dimensión, advierte el Pontífice, «todo ministerio se vacía por dentro, se vuelve estéril, no produce frutos. Y poco a poco se vuelve mundano».

“La generosidad de un diácono que se entrega sin buscar las primeras filas perfuma de Evangelio, relata la grandeza de la humildad de Dios que da el primer paso para ir al encuentro incluso de quienes le han dado la espalda”

No a medios sacerdotes ni monaguillos de lujo

Hoy, sin embargo, hay otro aspecto al que prestar atención, que es la disminución del número de presbíteros, por lo que se ha multiplicado el compromiso de los diáconos «en tareas de suplencia que, aunque importantes, no constituyen la naturaleza específica del diaconado». Los diáconos, en efecto, enseña el Concilio, están sobre todo «dedicados a los oficios de la caridad y de la administración» y en los primeros siglos, cuando atendían las necesidades de los fieles en nombre del obispo, eran activos entre los pobres y los enfermos. Hoy, los diáconos romanos están muy presentes en Cáritas y en otras realidades cercanas a los pobres. Es un buen camino, dice el Papa Francisco, porque «así nunca perderán la brújula.»

“Los diáconos no serán «medio sacerdotes», ni «monaguillos de lujo», sino siervos solícitos que se desviven para que nadie quede excluido y el amor del Señor toque concretamente la vida de las personas”

No hacer que la vida gire en torno a la agenda

La espiritualidad diaconal es, pues, la espiritualidad del servicio: «Disponibilidad dentro y apertura fuera». «Disponibles por dentro, desde el corazón, dispuestos a decir sí, dóciles, sin hacer girar la vida en torno a la propia agenda; y abiertos por fuera, con la mirada dirigida a todos, especialmente a los que se han quedado fuera, a los que se sienten excluidos», recomienda el Papa. Y ofrece «tres breves ideas» que no van en la dirección de las «cosas que hacer», sino de «dimensiones que cultivar».

Hacer todo sin lamentarse

En primer lugar, ser «humilde». «Es triste ver a un obispo y a un sacerdote pavonearse, ¡pero es aún más triste ver a un diácono que quiere ponerse en el centro del mundo! Que todo el bien que hagan sea un secreto entre ustedes y Dios. Y así dará frutos», dice el Papa.  Y a continuación agrega: sean «buenos esposos y buenos padres».

«Esto dará esperanza y consuelo a las parejas que están atravesando momentos de fatiga y que encontrarán en su genuina sencillez una mano tendida. Podrán pensar: «¡Mira a nuestro diácono! Se alegra de estar con los pobres, pero también con el párroco e incluso con sus hijos y su mujer». Hacer todo con alegría, sin quejarse: es un testimonio que vale más que muchos sermones».

Centinelas para avistar a los alejados

Por último, el Papa quiere que los diáconos sean centinelas: «No sólo que sepan avistar a los alejados y a los pobres -esto no es tan difícil-, sino que ayuden a la comunidad cristiana a descubrir a Jesús en los pobres y en los alejados, mientras llama a nuestras puertas a través de ellos».

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