El indulto a los golpistas del 1 de octubre ha pasado de ser un run-run a convertirse en el tema político principal. El ministro de Justicia lanza el globo sonda de la “normalización”. Y el presidente ‘cambia-colchones’ entra en tromba a vender que la “venganza” y la “revancha” no son valores constitucionales. Voilá. La decisión está tomada.
El Supremo responde airadamente: “no hay atisbo de arrepentimiento” y más bien parece un autoindulto porque los indultados son los socios que garantizan la gobernabilidad del Ejecutivo. Con estos mimbres, el PSOE se parte en dos. Vara advierte que no debería indultarse a quien no quiere ser indultado. Page -más explícito- dice que indultar sería “un grave error” que “condenaría” al PSOE. Guerra lo califica de “acto ilegal” y hasta Elorza afirma que “no hay duda de que volverían a hacerlo”.
En este ambiente aparece Iván Redondo -el gran ‘gurú’ de Sánchez que propició el desastre de Murcia y su cadena madrileña- para afirmar que hace falta un “liderazgo valiente”. O sea, órdago a la grande…
¿Por qué ese empeño de Sánchez en un discutido y discutible indulto?, ¿por qué arriesgar su reelección y la de sus barones? Ni ha habido petición de indulto, ni arrepentimiento. Más bien lo contrario. Lo que ha habido es una declaración expresa de que lo volverían a hacer. El gobierno va a tener muy difícil justificar las razones de “justicia, equidad o utilidad pública” que exige la Ley de Indulto.
Desde el catalanismo se afirma que el indulto sería un regalo envenenado a los nacionalistas. Yo creo lo inverso: es un regalo envenenado de la paz social. Con la excusa de la reconciliación y la convivencia, el Estado mostraría debilidad -no magnanimidad- y afianzaría su desprestigio. Si delinquir sale gratis, ¿por qué cumplir la ley?
El Código Penal es la ‘última ratio’ de la convivencia social. Quien lo viole debe de ser juzgado con todas las garantías y sancionado. Cumplir la ley y acatar las sentencias es lo único que garantiza la convivencia pacífica. Cualquier otra cosa es la ley de la selva. Es aceptar el chantaje para ‘comprar’ supuesta paz social. Tanto como aceptar la pataleta del niño para que deje de llorar: un inmenso error.
Puede que el adolescente Sánchez esté dispuesto al suicidio político a cambio de la estabilidad cortoplacista. Pero puede que esté pagando hoy la gobernabilidad de mañana, en la esperanza de que en dos años el asunto sea olvidado. Lo que es seguro es que su único criterio es su bienestar, no España. Es seguro que la unidad de la Nación le importa poco. Tan poco como respetar las instituciones a las que retuerce sin pudor ni escrúpulo alguno. Espero que las urnas le pasen factura. Con IVA.
El anzuelo del pescador
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