Los militares del ejército birmano atacaron con fuego de artillería la aldea de Kayan Tharyar, a 7 km de Loikaw, capital del estado de Kayah, con el objetivo de golpear a supuestos grupos rebeldes. Una de las granadas de mortero alcanzó la iglesia, matando al menos a dos mujeres e hiriendo a muchos que habían buscado refugio allí.
Los habitantes de la aldea de Kayan Tharyar creían que la iglesia parroquial sería un «lugar en el que podrían refugiarse con seguridad de los accidentes y tiroteos en la zona, pero trágicamente no ha sido así», escriben los jesuitas. La catedral del Sagrado Corazón de Pekhon (a unos quince kilómetros de Loikaw) también resultó dañada por el fuego de artillería.
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Los jesuitas que trabajan pastoralmente en la región han condenado estos «crímenes atroces de la manera más enérgica posible» y piden que los militares birmanos rindan cuentas de lo sucedido. «Los militares – escriben los religiosos -, deben cesar inmediatamente los ataques contra los civiles y contra las iglesias. Las bombas han destruido edificios, reduciéndolos a escombros con imágenes que recuerdan un claro escenario de guerra».
El nivel de confrontación está aumentando en Myanmar, donde, hasta el 23 de mayo, han muerto al menos 818 personas desde el golpe de Estado militar del 1 de febrero, al que siguió una amplia protesta popular. El 24 de abril, se registraron varias víctimas en la ciudad de Mindat, asediada desde que los militares se negaron a liberar a siete manifestantes. Los lugareños reaccionaron como pudieron, incluso disparando o utilizando botellas incendiarias, y los militares porvocaron muertos y heridos. El 17 de mayo, los medios de comunicación gubernamentales afirmaron que se utilizaron cohetes de 107 mm para atacar la base aérea de Taungoo y su unidad militar en Bago (al norte de Yangon): la noticia muestra cómo está aumentando el nivel de confrontación, que los analistas temen que pueda degenerar en una guerra civil generalizada.
El padre Maurice Moe Haung, sacerdote birmano de los Misioneros de la Caridad, residente en Italia, comenta a la Agencia Fides:
«Hoy la tarea de los fieles católicos en Myanmar es cada vez más difícil. Hay inocentes indefensos que viven una tragedia sin precedentes y la gente intenta defenderse con armas caseras. Hay un uso desproporcionado de la fuerza armada que alimenta la espiral de violencia. Hoy nos unimos al Papa para decir una vez más: basta de violencia».
La rebelión contra la Junta sigue enardeciendo el centro y la periferia: las protestas siguen afectando a las ciudades, 30 de las cuales están bajo toque de queda de 20 a 4 horas, mientras que en Yangon y Mandalay, epicentros de la rebelión, el toque de queda comienza dos horas antes. Ni siquiera las zonas rurales están exentas de violencia, detenciones y redadas militares.
Mientras tanto, la Junta ha declarado que disolverá la Liga Nacional para la Democracia (LND) por fraude electoral y tomará medidas contra los traidores que amañaron los comicios de noviembre, de los que el partido de Aung San Suu Kyi salió vencedor con más contundencia que nunca antes.
Por su parte, el gobierno clandestino formado en el extranjero parece más bien empeñado en dar la «ciudadanía» a la minoría étnica rohingya: tras la petición de Estados Unidos, el nuevo ejecutivo planea proporcionar tarjetas de identidad a la minoría expulsada de Myanmar y habría dado a Maung Zarni -conocido activista de la causa rohingya- un papel en el Ministerio de Cooperación Internacional.
Fides,