Para entender un proceso de sanación como un todo y no como una serie de elementos aislados, tenemos que comprender que existen heridas causadas por lo que nos ocurre y otras generadas por lo que hacemos. Por ejemplo, si un niño es abandonado de pequeño por sus padres, ese es un factor externo, pero si hace algo moralmente indebido o peca siendo adulto y es consciente de sus actos, esto es un factor interno.
Sea cual sea el escenario, existen situaciones de las cuales podemos y debemos hacernos cargo para sanar, y la pregunta más importante para empezar a discernir es: ¿a qué le echo la culpa de mis problemas?
El discurso de la “nueva era” es externalista y plantea que el problema está afuera para que el cambio no dependa del individuo. Es allí donde encontramos que esta forma de pensar le abre las puertas a los cuarzos, a la alineación de los planetas o a cualquier otra circunstancia o elemento externo para explicar conductas que tienen su raíz dentro del ser humano.
Por el contrario, la forma de pensar del cristiano es internalista o, como llamaríamos los psicólogos, de locus de control interno o lugar de control interno, y permite que sea el individuo, en este caso el adulto, quien tome la responsabilidad de lo que le ocurre. Estas dos visiones antagónicas son la base desde la cual partimos para conocernos y hacer un proceso metódico de la sanación de nuestras heridas, en la que la visión internalista está inspirada por Cristo y la otra es la visión del espíritu del mal.
Es importante, entonces, reconocer que el pensamiento externalista, que lleva al pecado, parece agradable y luce muy bien, pero no le conviene a la persona, así como hay conocimiento que podría tener, y tampoco le conviene. Es así como en muchas ocasiones el cristianismo parecerá duro de practicar y la “nueva era”, en cambio, resultará fácil. ¡He aquí la lucha en la que estamos metidos!
Comprender esta diferencia nos permite entender cómo el discurso externalista es atractivo, pero peligroso, ya que incluso, como católicos, podemos equivocarnos y dejarnos influir por la “nueva era”.
¿Cómo educar a mis hijos en una visión internalista para que asuman responsabilidades?
Mateo 15, 11. “No es lo que entra en la boca lo que contamina al hombre; sino lo que sale de la boca, eso contamina al hombre”. Ahora bien, lo que sale de la boca proviene del corazón y eso es lo que contamina al hombre. De ahí que podemos decir que lo que hace daño está dentro de la persona: del corazón provienen malos pensamientos, homicidios, fornicaciones, robos, falsos testimonios y calumnias.
A partir de acá entendemos que Cristo nos ofrece la sanación y el demonio simula sanar. Realmente su verbo favorito es aliviar. Por ejemplo, cuando el hombre está triste y se toma un whisky o fuma marihuana, siente alivio, pero no se cura, mientras que cuando hace una oración de sanación siente alivio y, además, se cura. Es decir, hay una diferencia fundamental entre dos cosas que parecen iguales, pero que son en su estructura diferentes.
Darle poder a los factores externos significa que si yo toco algo contaminado, me contamino. Frases como: “si yo veo una película me contamino”, “el internet es malo y los adolescentes se contaminan con este”, “mis amigos hacen que me porte mal”, etc. son visiones que ponen el foco en el factor externo.
En cambio, como las heridas emocionales y los pecados emanan del corazón de cada persona, la solución que propone Cristo es un trabajo que viene de adentro hacia afuera, facilitado por la gracia, que es un regalo del Señor.
El modelo internalista hace que nosotros nos movamos desde adentro y se compone de los siguientes elementos: gracia, examen de conciencia, arrepentimiento desde el corazón (contrición de corazón), confesión como acto libre (reconciliación), sanación y obras de misericordia.
Aquí es fundamental orar para obtener la gracia y dejar el orgullo al lado que no nos deja reconocer las heridas, el pecado ni nuestra propia responsabilidad. Esta negación hace que la persona se victimice y sienta que el problema está afuera.
Como conclusión, al poner el problema adentro, yo soy el que tiene que responder. Si bien Dios me ayuda, la responsabilidad de mis actos es mía.
Esto es muy importante para que cuando hablemos con nuestros hijos, utilicemos un lenguaje internalista, un lenguaje cristiano. Por ejemplo, si un niño dice: “se me perdió el lápiz” -como si el lápiz misteriosamente se hubiese escapado de la cartuchera-, debemos hacerle ver en dónde está poniendo la responsabilidad para que comprenda el poder de hacerse cargo y que es mejor decir: “perdí el lápiz”.
Esa es la tarea que debemos asumir como padres, sin embargo, enseñarle a nuestros hijos cómo tomar responsabilidad de sus actos no es suficiente, pero seguro va a ser un buen inicio. Recordemos que no estamos delegando la responsabilidad en ellos, ya que siguen siendo menores y están bajo nuestra potestad y cuidado, pero es importante que seamos la base de su sanación a partir de una oración profunda y sistemática.
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