«El Espíritu de Dios está faltando en este proceso electoral»: Gustavo Rodríguez Vega, Arzobispo de Yucatán (México).

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Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor que hoy ascendió a los cielos.

La primera lectura es del Libro de los Hechos de los Apóstoles como lo ha sido durante todo el Tiempo de Pascua, pero ahora nos regresamos al inicio del texto, donde el autor, que es san Lucas, se dirige a su destinatario, que es un tal “Teófilo”; así que podría tratarse de una persona en concreto que llevaba ese nombre, así como de un nombre genérico, pues “Teófilo” significa “amigo de Dios”, y por lo tanto, está dirigido a ti, a mi y a todos los amigos de Dios.

En principio, se refiere al primer libro y su contenido, el cual no es otro sino el tercer evangelio, el de san Lucas, que narra todo lo que Jesús hizo y dijo. Ahora viene el libro actual en el que narrará el nacimiento de la Iglesia y su desarrollo en los primeros años del cristianismo, mismo que inicia, repitiendo la narración del momento de la Ascensión del Señor, para conectar ambos libros, que son una sola obra en dos partes.

Destaca el hecho de que Jesús les ordena que permanezcan en Jerusalén en espera del Espíritu Santo, que vendrá a bautizarlos conforme a la promesa del Padre. Luego resalta la pregunta que le hacen a Jesús: “Señor, ¿ahora sí vas a restablecer la soberanía de Israel?” (Hch 1, 6), pues con esa pregunta denotan que no entendieron el mensaje ni la misión de Jesús, ya que sólo mantenían la esperanza del restablecimiento del reino de Israel, mientras que Jesús vino a anunciar un Reino Universal para los creyentes de cualquier nación. Pero Jesús no se desespera ante esta pregunta, sino que aprovecha para anunciar al Espíritu que vendrá sobre ellos y los fortalecerá para ser sus testigos “en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los últimos rincones de la tierra” (Hch 1, 8).

También destaca en este relato el dulce reproche de los ángeles que les dicen que ya no sigan ahí parados mirando al cielo. La Iglesia no nació para estar parada y viendo al cielo, sino que su vocación es misionera, para estar atenta a las realidades de este mundo, para iluminarlas con la luz del Evangelio. Jesús no bajará del cielo para solucionar nuestros problemas, pero está junto a nosotros de un modo nuevo para que, alentados por su Espíritu, nosotros los enfrentemos con los criterios de Dios.

El texto de la segunda lectura está tomado de la Carta a los Efesios. Aquí el Apóstol exhorta a los efesios, y por el mismo medio, Dios nos exhorta hoy a nosotros para vivir en la unidad, esto significa vivir una vida digna de nuestra vocación. Donde hay unión ahí está el Espíritu Santo, don de lo alto; mientras que donde hay rivalidades y divisiones está el espíritu del mal.

La forma en que en México hemos vivido los procesos electorales denotan que estamos muy lejos de una democracia auténtica y perfecta, en la que se pueda realizar la contienda electoral sin odios, sin resentimientos, y sin búsqueda desesperada del poder. Una contienda en la que se denote el genuino interés de todos los contendientes por servir a la nación y no por servirse de ella. El Espíritu de Dios está faltando en este proceso electoral, y espero que al concluir los procesos en Yucatán no queden familias fracturadas, ni amistades terminadas, ni mucho menos grupos de Iglesia divididos. Demos cabida al Espíritu Santo entre nosotros, en cada corazón, porque él es Espíritu de Unidad.

El texto hace referencia a la Ascensión del Señor de una manera muy positiva. No como un redentor que nos abandona, sino como un triunfador que “subiendo a las alturas, llevó consigo a los cautivos y dio dones a los hombres” (Ef 4, 8). Entre los dones que deja están todas las encomiendas particulares, para que entre todos construyamos el Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia.

En seguida hay unas palabras que le dan sentido a nuestra fe, expresando que Jesús está sentado a la derecha del Padre, a donde llegó llevando nuestra humanidad, para reinar junto a Él. Dice el texto: “¿Y qué quiere decir “subió”? Que primero bajó a lo profundo de la tierra. Y el que bajó es el mismo que subió a lo más alto de los cielos, para llenarlo todo” (Ef 4, 9-10).

Los marinos, echan el ancla al fondo del mar para estar seguros, mientras que los creyentes, con la Ascensión de Jesús, tenemos nuestra ancla echada hacia lo alto del cielo; lo que nos da la esperanza cierta de poder llegar a donde él ha llegado y nos espera. En María, madre de Jesús y madre nuestra, tenemos una segunda ancla, que fortalece aún más nuestra esperanza de llegar a donde ella ha llegado junto a su Hijo.

En el santo evangelio de hoy, según san Marcos, tenemos otro aspecto importante de la Ascensión, es decir, que Jesús hizo una última encomienda, el mandato solemne al enviar a los discípulos a evangelizar. Les dice: “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura (Mc 16, 15). Esta tarea es de todos los miembros de la Iglesia, no es sólo de los clérigos. Hay algunos envíos oficiales de parte de la autoridad del Papa o de un obispo, pero cada bautizado debe saberse permanentemente enviado, para que, en medio de su familia y en medio de sus quehaceres, pueda estar siempre llevando la Buena Nueva con su testimonio de vida.

Luego el evangelista de una manera muy breve, clara y sencilla, habla de la Ascensión en pocas palabras diciendo: “El Señor Jesús, después de hablarles, subió al cielo y está sentado a la derecha de Dios” (Mc 16, 19). La Ascensión de Jesús fue un gesto muy claro para señalar que su tarea estaba plenamente cumplida, y que ahora tocaba a sus discípulos continuar la obra en cuanto recibieran al Espíritu. San Marcos pone como acto seguido a la Ascensión el hecho de la evangelización. Dice: “Ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba su predicación con los milagros que hacían” (Mc 16, 20).

Alguien podría preguntar ¿dónde están los milagros? Efectivamente, la primera evangelización fue acompañada de abundantes milagros, como para acreditar o confirmar, como dice el texto, su predicación. A lo largo de estos dos mil años no han faltado los milagros, y de hecho, cada celebración Eucarística es un milagro nuevo del Señor que se hace presente y se nos entrega en su Cuerpo y en su Sangre.

Hay otras palabras de este texto que conviene reflexionar, donde dice: “El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado” (Mc 16, 16). Si se interpreta mal este versículo se puede creer que luego de estar bautizado ya estamos salvados en automático. La inmensa mayoría de nosotros fuimos bautizados de niños; pero sea de niños o de adultos, son necesarias siempre las obras que demuestran la fe.

Los que fuimos bautizados de niños, fuimos bautizados en la fe de nuestros padres, pero luego tenemos toda una vida para tomar personalmente nuestra fe y hacerla vida. Hay dos momentos singulares donde hacemos nuestra la fe en la que fuimos bautizados, en la Primera Comunión y en la Confirmación, por algo sostenemos una vela en nuestras manos, pues su luz significa nuestra fe que estamos dispuestos a cuidar y a compartir.

Siempre es la vida de caridad la que da sello de autenticidad a nuestra fe. Por algo dice san Pablo en la Carta a los Gálatas que, como seguidores de Cristo Jesús, lo que importa es la “fe que actúa por medio del amor” (Ga 5, 6). Y como dice el apóstol Santiago en su carta: “De la misma manera que un cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta” (Sant 2, 26).

Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo resucitado!

 

+ Gustavo Rodríguez Vega
Arzobispo de Yucatán

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