Cuanto más valoran los padres su fe y más la viven, mayor es su inquietud por transmitirla correctamente a sus hijos. Y su sufrimiento se acrecienta cuando ven pulular en torno a ellos no solo las seducciones del mundo, comunes a todas las épocas, sino también fuerzas muy poderosas (la escuela sometida al dictado político, los medios, las nuevas tecnologías) al servicio de ideologías que pretenden pervertir su alma.
El sociólogo Christian Smith ha dedicado veinte años a estudiar la vida espiritual de los adolescentes y jóvenes y cómo les ha sido transmitida la por sus padres, y no solo en el ámbito cristiano. Ha escrito un libro al respecto junto con Amy Adamczyk, de próxima aparición en Oxford University Press: La transmisión de la fe. Cómo pasan los padres la religión a la generación siguiente.
Y hay una buena noticia, dice Smith a esos padres angustiados en un reciente artículo en First Things: “La buena noticia es que, de todas las posibles influencias, la que ejercen los padres sobre las convicciones y actitudes religiosas de sus hijos es, con abrumadora diferencia, la mayor”.
Pero esa buena noticia tiene una contrapartida: “Casi toda la responsabilidad humana por la trayectoria religiosa de los hijos recae sobre los hombros de sus padres”.
Apelando a la “evidencia empírica” de sus años de investigación, Christian señala que no hay congregación religiosa, grupo juvenil, escuela confesional, campamento, catequesis, peregrinación o lo que sea, nada, que pueda moldear la religiosidad de los jóvenes como pueden hacerlo sus padres».
Todas esas influencias “pueden reforzar la influencia de los padres, pero no pueden hacer casi nada para superarla o anularla”. Y lo que marca la diferencia, subraya, es “la importancia (o no) de las creencias y costumbres de los padres en su vida cotidiana: no solo los domingos, sino todos los días, semanas y años”.
Por supuesto, el éxito no está garantizado, porque en última instancia los hijos acaban decidiendo sobre su propia vida. Pero, “salvo casos excepcionales, lo que sí está garantizado es que los padres que no están especialmente comprometidos, atentos y dispuestos a transmitir su fe tendrán hijos menos religiosos que ellos, si es que llegan a serlo en alguna medida”.
Christian Smith y Amy Adamczyk han sintetizado en su libro veinte años de investigación sobre la transmisión de la fe de padres a hijos.
¿Qué consejos ofrece Smith a los padres que quieren mejorar la transmisión de la fe a sus hijos?
Primero: vivir auténticamente la fe
Ser ellos mismos: “Creer y practica su religión de forma auténtica y fiel. A los niños no se les engaña con actuaciones. Ven la realidad. Y cuando la realidad es auténtica y vivificante, pueden sentirse atraídos a vivir algo similar”.
Segundo: autoridad, no autoritarismo ni permisivismo
Educar en la fe se hace mejor en un entorno de “autoridad”, en el que los hijos conocen qué se espera de ellos y cuáles son los límites que, en todos los ámbitos de la vida, no deben traspasar. Pero, al mismo tiempo, se ven rodeados por sus padres de cariño, apoyo y atención.
Las alternativas son peores, sostiene Smith. Un estilo “autoritario”, es decir, estricto sin respaldo emocional, “deja a los niños pocas oportunidades para vincularse, comprometerse e identificarse” con lo que se les quiere transmitir, y por tanto “dificulta su interiorización”.
En el extremo contrario, el estilo “permisivo”, en el que los padres son “todo afecto y empatía”, transmite a los hijos que lo que hagan o dejen de hacer no importa mucho, “incluyendo todo aquello que se refiere a la religión”.
Una síntesis de “autoridad paterna y calor afectivo” permite ver a los hijos que sus padres les exigen porque les aman, y que, aunque sus actos tengan consecuencias, “esas consecuencias nunca incluirán el rechazo del amor y del respaldo”.
Tercero: hablar con naturalidad de la religión
Los padres que consiguen transmitir bien la fe a sus hijos, explica Smith, “hablan con sus hijos durante la semana, como parte normal de la vida familiar, sobre religión: lo que creen, lo que practican, lo que significa, lo que implica y por qué todo ello es importante”.
Se trata de no reducir la religión a momentos concretos (el domingo) o a asunto incómodo que solo se aborda excepcionalmente. La religión ha de ser “algo que somos y algo que nos importa”. No se trata de estar continuamente hablando de religión a los hijos, sino de mostrarles que la religión es importante y relevante en multitud de circunstancias y cuestiones.
Es aquí, subraya Christian, donde resulta fundamental “ser auténticamente lo que se es, no de decidir de golpe ponerse a sermonear”.
Cuando, en las investigaciones sociológicas correspondientes, se le pregunta por su fe aquellas personas que practican de alguna manera la religión de sus padres, la respuesta siempre es que la religión era un asunto del que se hablaba frecuentemente en casa cuando eran jóvenes.
Smith sugiere a los padres que, al abordar estas cuestiones, dejen que sus hijos “exploren y expresen sus propias ideas y sentimientos, en cualquier caso sin dejar que las conversaciones acaben en un todo-vale relativista”.
Cuarto: canalizar para interiorizar
Una cosa es que las influencias no paternas sean menos importantes que las paternas, y otra que sean irrelevantes. Por eso hay que “canalizarlas”, y eso significa “empujar, conducir, introducir sutilmente a los hijos en la dirección religiosa correcta”, sin que eso resulte controlador, cargante ni coactivo: “La finalidad de la canalización religiosa es que los hijos personalicen e interioricen su fe religiosa y su identidad de forma perdurable, de forma que, cuando se acerquen a la edad adulta, se vean a sí mismos como personas que creen y practican, y no como niños que siguen a sus padres”.
Para ello es bueno incorporar otras buenas influencias, y “las investigaciones muestran que entre las influencias canalizadoras más importantes figura la presencia de adultos que no sean de su familia en grupos religiosos que conocen bien a los niños y pueden involucrarles en hablar sobre temas serios”.
Por eso es importante vincular a los hijos al grupo religioso o comunidad parroquial, y animar a la existencia de buenos grupos juveniles y a integrarse en ellos. Tanto más es fundamental la atención a las amistades de sus hijos, y su participación en campamentos o retiros que les permitan “contactos, experiencias y modelos” que les sirvan para interiorizar la fe y su vivencia.
En resumen…
Para algunos padres, la responsabilidad sobre la fe de sus hijos puede resultar “abrumadora”, reconoce Smith, y algunos pueden pensar que socializar religiosamente a sus hijos puede “hacer que se rebelen”. Aparte de que puedan existir factores concretos que compliquen esa estrategia.
Pero lo que “todos los padres sí pueden hacer”, concluye, es:
-practicar en su propia vida la fe que quieren que asuman sus hijos;
-construir con ellos relaciones basadas en la autoridad y el afecto;
-orientarles hacia relaciones y actividades que pueden hacerles interiorizar mejor la religión;
-rezar para que Dios guíe a sus hijos a una vida en torno a la Verdad, el Bien y la Belleza.
C.L. / ReL.