San Pablo queda como modelo de discípulo, que en una primera fase de su vida representó una amenaza para los cristianos y la misma existencia de la primera Iglesia. El libro de los Hechos señala tres momentos en los que Saulo de Tarso se comporta como partidario convencido de la erradicación del nuevo grupo religioso, que surge proclamando el Nombre del GALILEO, ajusticiado por la autoridades, del que dicen aquellos seguidores que está resucitado. Saulo de Tarso aprueba la lapidación de Esteban con participación en la misma (Cf. Hch 7,58;8,1). Saulo de Tarso persigue con saña a los cristianos de Jerusalén y encarcela a todos los que encuentra (Cf. Hch 8,3). Saulo de Tarso recibe autorización oficial para encarcelar también a los cristianos que encuentre en Damasco (Cf. Hch 9,1-2). Saulo de Tarso estaba radicalizado en el Judaísmo, y sus convicciones lo hacían estricto observante y celoso de la Ley. La vida de una persona era relativizada si ésta presentaba una amenaza para la religión. Desde las guerras de los Macabeos para defender la pureza del monoteísmo judío, no había ocurrido una situación similar como la persecución judía contra los cristianos, y Saulo de Tarso se significó por el celo y la vehemencia de su militancia religiosa.
Discípulo de Gamaliel
Antes de otras consideraciones, volvemos a pararnos a mirar el colapso del Judaísmo que fue incapaz de reconocer a JESÚS de Nazaret como el ENVIADO, el PROFETA, o el MESÍAS. Saulo de Tarso fue discípulo de Gamaliel, del que el propio libro de los Hechos de los Apóstoles hace notar una prudencia ausente en el resto del Senado judío incluida la clase sacerdotal. Gamaliel muy probablemente salva la vida de Pedro y Juan cuando el Sanedrín los somete a interrogatorio por haber curado al tullido de nacimiento; y es, entonces, cuando Gamaliel pronuncia su célebre sentencia cargada de eclecticismo: “no os metáis con esos hombres, pues si la cosa es de los hombres se desvanecerá por sí misma; y si es de DIOS os podréis encontrar luchando contra ÉL” (Cf. Hch 5,38-39). Aquel maestro de la Ley, que mostró una proximidad mayor hacia el Cristianismo, sin embargo no fue capaz de encontrar en la Revelación Antigua los datos suficientes, que diesen por buena la condición de MESÍAS esperado a JESÚS de Nazaret. Con rasgos distintos tenemos los casos de Nicodemo y José de Arimatea, que mantuvieron en secreto la condición de discípulos de JESÚS. Según el evangelio de san Juan, Nicodemo era maestro en Israel (Cf. Jn 3,10), pero el reconocimiento de JESÚS como el MESÍAS no lo llevó más allá de un seguimiento en secreto, que no repercutió en el estado de opinión del Sanedrín. Nicodemo tendrá una oportunidad de manifestarse como seguidor de JESÚS pero la evitará con todo cuidado cuando pide al Senado que escuche a JESÚS de Nazaret, y le recriminan que escudriñe las Escrituras y vea que de Nazaret no viene MESÍAS alguno (Cf. Jn 7,52) Ellos, los del Sanedrín tenían la certeza de la impostura de JESÚS. De nada habían valido los signos y milagros de JESÚS, su predicación y las muestras únicas de sus conocimiento de DIOS que dispensa una Misericordia infinita a todos los hombres. Un conjunto de circunstancias había conducido al máximo órgano interpretativo de las Escrituras a cerrar sus conclusiones religiosas en contra de JESÚS: aquellos hombres se sentían avalados en sus juicios y decisiones por la Ley y los Profetas. Esta legitimidad es la que impulsaba a san Pablo para acabar con todos los cristianos, que se cruzasen en su camino. Más aún: era obligatorio para cualquier judío que estimase su religión eliminar a los cristianos, que representaban la gran herejía del Judaísmo. La ofuscación de las conciencias, en este caso, produce vértigo al considerarlo, pues en el nombre del mismo DIOS se rechaza su máxima manifestación: JESÚS de Nazaret. Con el Prólogo del evangelio de san Juan, decimos: “vino a su casa, pero los suyos no lo recibieron, pero a cuantos lo recibieron les dio el poder de ser hijos de DIOS, si creen en su Nombre” (Cf. Jn 1,11-12) Quedémonos con la primera parte del texto , “vino a su casa y no lo recibieron”; y podemos añadir: “vino a su casa y con las Escrituras en la mano no lo recibieron”.
El único recurso
Lo expuesto en el punto anterior es de máxima importancia y gravedad, y debemos seguir avanzando ya que la condición humana lo tiene difícil; o, lo que es lo mismo, las personas singulares lo tenemos complicado sin la directa intervención del SEÑOR. No nos creamos que el caso de Saulo de Tarso pertenece a la excepcionalidad que en nada toca a los demás. Veamos una de sus sentencias enigmáticas, ya convertido y baqueteado en el ministerio apostólico: “DIOS encerró a todos en el pecado para tener misericordia de todos” (Cf. Rm 11,32). ¿Cuántas veces el individuo y la sociedad en general se han visto encerrados en túneles sin salida? ¿Tenemos ojos para ver las ocasiones en las que DIOS actuó de forma notable para salir de las mazmorras particulares y sociales? La situación presente ofrece unos motivos de preocupación del todo inéditos que mueven a la desesperanza e incluso al miedo, cosa altamente preocupante en sí misma. Un factor que sobresale en la actualidad es el alcance de las nuevas tecnologías, que son capaces de modificar las mentes y las conciencias de cientos y miles de millones de personas en una dirección. Siempre ha estado como objetivo prioritario del poder el dominar la mente y la conciencia de los individuos. La diferencia con otros tiempos es que hoy eso objetivo se puede lograr con muchísima facilidad. Los disfraces de conciencia son adoptados por personas de rasgos culturales distintos. No es DIOS en este caso el que nos ha encerrado, sino otras instancias sociales, económicas y políticas, las que nos van encerrando en patrones de pensamiento, que procuran en todo momento el sometimiento y la entrega voluntaria de nuestra libertad y voluntad. Es asombroso como se van acelerando los procesos sociales que consiguen similitud de conciencia y comportamiento entre grupos muy distintos y distantes. La nueva religión tiene como arma principal a las nuevas tecnologías en unos medios cuya impronta es la inmediatez, que impida la reflexión y la toma de conciencia moral. Pero el hombre tiene un ámbito interno en el que DIOS manda y puede intervenir, y es en ese punto donde puede producirse un giro de ciento ochenta grados, que llamamos conversión. El caso de Saulo de Tarso nos quedó como ejemplo de lo que sucede cuando la persona alejada por el motivo que sea es interceptada por la luz divina.
Camino de Damasco
Saulo se mueve dentro de la jurisdicción religiosa del Templo de Jerusalén, que alcanzaba hasta Damasco. Hacia allí se dirigía con un grupo de los de la guardia del Templo a la captura de los subversivos cristianos, que con su Mensaje de concordia, paz y Misericordia universal, estaban alterando gravemente las prerrogativas del Pueblo elegido. El destino de este grupo hereje tenía que ser la extinción. De éstas y otras ideas similares estaba llena la cabeza y el corazón de Saulo, que recibe durante aquel camino emprendido, la revelación del RESUCITADO: “cuando iba de camino, lo rodeó una LUZ venida del Cielo, y ,cayo en tierra y oyó una voz que le decía, Saúl, Saúl, ¿porqué me persigues? ¿quién eres, SEÑOR? YO SOY JESÚS a quien tú persigues” (Cf. Hch 9,3-5). Al SEÑOR le basta un instante para modificar la dirección y sentido de una persona; y el porqué tal cosa sucede de forma drástica en unos, y en otros no ocurre un hecho similar, es un verdadero misterio que pertenece a los designios inescrutables de la Misericordia de DIOS. Pero el hecho aquí descrito forma parte de un modelo de conversión que se repetirá a lo largo de los siglos hasta nuestros días con variantes y matices distintos. Ahora bien, queda de manifiesto que el SEÑOR interviene y actúa en la vida de los hombres con verdadero poder, y en último término cualquier giro personal hacia ÉL viene dado gracias a su intervención. Esta manifestación del RESUCITADO está en otro orden de revelación que el mantenido con los discípulos en vida del MAESTRO, pues la Fe de Saulo de Tarso no exigía prioritariamente una constancia de la continuidad de apariencia entre el JESÚS histórico y el JESÚS resucitado. Además, la certeza sobre la identidad de JESÚS no deriva de la apariencia, sino del propio JESÚS, cuya manifestación se corresponde mejor con la LUZ, siendo ÉL la LUZ. Al perseguidor, todas las dudas, equívocos y contrariedades se le habían disipado en un instante: la nueva LUZ lo había invadido, una voz le habló como nunca había escuchado, y una identidad clara y definida personificaba aquella LUZ: JESÚS de Nazaret, el mismo a “quien tú persigues”. Saulo acababa de tener una revelación de un orden similar al de Moisés en el Sinaí, pero ahora “el YO SOY” se manifestaba a los hombres “en el camino”. La militancia en el Judaísmo para Saulo había terminado y sus persecuciones hacia los cristianos, pues él había sido convertido en cristiano por una acción extraordinaria de la Misericordia Divina.
De la conversión a la transformación personal
Tras un accidente nuclear como el de Chernóbil, algunos pudieron ser rescatados con graves lesiones cuyas secuelas duran toda la vida después de un periodo de hospitalización y tratamiento intensivo. Días de naufragio, perdidos en el mar durante días sin agua ni comida, con un hálito de vida son rescatados y recuperados, pero algunas secuelas durarán el resto de los días. Algo así opera la acción de la Gracia en aquella persona que por sí mismo no puede salir del páramo en el que se encuentra atrapado después de mucho tiempo: Alguien lo rescata y lo dispone para una nueva vida, pero la transformación personal es una tarea conjunta, en lo sucesivo, de la misma Gracia que lo rescató y sus decisiones personales. Siguiendo al mismo libro de los hechos, leemos: “YO le mostraré todo lo que tendrá que padecer por mi Nombre” (Cf. Hch 9,16). A Saulo de Tarso le esperan incontables noches oscuras activas y pasivas, en el decir del místico san Juan de la Cruz, de las que da buena cuenta en sus cartas, y hacen verdaderas estas palabras del SEÑOR a Ananías extrañado del cambio súbito de aquel que unas horas antes aparecía como perseguidor declarado de los cristianos.
Secuencias distintas
El Libro de los Hechos marca un itinerario distinto de la carta a los Gálatas con respecto a los periodos siguientes a la conversión de Saulo de Tarso. El testimonio de san Pablo en Gálatas es el siguiente: “cuando AQUEL que me llamó desde el seno de mi madre tuvo a bien revelar en mí a su HIJO, para que lo anunciase entre los gentiles; al punto, sin pedir consejo a la carne ni a la sangre, sin subir a Jerusalén a ver a los Apóstoles anteriores a mí, me fui a Arabia de donde nuevamente volví a Damasco. Luego de allí a tres años subí a Jerusalén para conocer a Cefas, y permanecí quince días en su compañía, y no vi a otro Apóstol y sí a Santiago el hermano del SEÑOR. Luego me fui a las regiones de Siria y Cilicia; pero personalmente no me conocían las iglesias de Judea que están en CRISTO, y sólo habían oído que el antes perseguidor ahora anuncia la Buena Nueva que pretendía destruir, y glorificaban a DIOS a causa de mí” (Cf. Gal 1,15-24). Éste texto puede estar escrito unos treinta años antes que el libro de los Hechos de los Apóstoles, cuya base histórica está al servicio de la teología y el Mensaje. De esta forma la ubicación de los sucesos y acontecimientos se miran desde la óptica de la acción del ESPÍRITU SANTO. Es un hecho que Saulo de Tarso recibió una gracia de conversión, y pasó de perseguidor de la Fe a predicador de la misma. Lo que sucede en ese intervalo entra en las categorías evangelizadoras de la Iglesia, que encuentra en el Apóstol san Pablo el misionero más representativo de la evangelización de los gentiles; y, por tanto, el Apóstol reconocido que universaliza el Cristianismo, haciéndolo presente en toda la Cuenca Mediterránea.
Las grandes líneas biográficas
Este capítulo nueve nos señala los distintos frentes, en los que la evangelización de san Pablo se va a mover: las disputas con los judíos en las sinagogas, la comunión doctrinal con la Iglesia de Jerusalén en medio de un régimen de persecuciones, que lo llevará a la cárcel en más de una ocasión. Las amenazas de muerte que en este capítulo se describen casi lo lograron en otras ocasiones, hasta que el Apóstol entregó su vida en la persecución de Nerón contra los cristianos, en el año sesenta y siete. La lectura atenta de este texto nos revela que en este capítulo se adelantan acontecimientos que tendrán lugar más tarde, pero son identificativos de la forma de proceder del Apóstol. Entre los acontecimientos de san Pablo en Damasco inmediatamente a su conversión y su vuelta a Jerusalén el texto nos los separa señalando un largo periodo de tiempo entre los episodios en Damasco y la presencia del Apóstol en Jerusalén: “al cabo de bastante tiempo, los judíos toman la decisión de matarlo, y hasta las puertas de la ciudad estaban guardadas día y noche con la intención de llevarlo a cabo; pero los discípulos lo descolgaron en una cesta y se marchó a Jerusalén” (Cf. Hch 9, 23-26). Lo descrito en estos versículos habría que leerlo teniendo en cuenta la narración, en el mismo libros de los Hechos, de la vuelta a Jerusalén del tercer viaje misionero de san Pablo, que viene hacer entrega de la colecta recogida en sus comunidades en favor de la Iglesia de Jerusalén.
Los enemigos de San Pablo
Saulo de Tarso después de recibir la unción del ESPÍRITU SANTO en Damasco y ser bautizado, se convirtió en el apóstol Pablo; y, ahora, los que antes eran amigos comienzan a ser sus enemigos, y los perseguidos por él comenzaban a representar su nueva familia. Pero todo esto tuvo un proceso más largo del que aparece en el libro de los Hechos de los Apóstoles, y testimonia la carta a los Gálatas. El texto de la primera lectura de hoy nos menciona a los helenistas como un grupo de judíos especialmente beligerantes contra el apóstol Pablo. La categoría de helenista corresponde a los judío impregnado de la mentalidad griega por vivir en esa zona de influencia. En la propia comunidad cristiana de Jerusalén hay una facción de creyentes helenistas, que en capítulos anteriores presentan la cuestión polémica de la atención a sus viudas; cosa que el grupo apostólico resuelve eligiendo a los primeros diáconos de la Iglesia: “nosotros, dice Pedro, debemos dedicarnos a la oración y a la predicación, por lo que elegiremos a varones llenos de sabiduría y del ESPÍRITU SANTO para la atención de las mesas” (Cf. Hch 6,1-3). El sector helenista, por tanto, también estaba presente en la propia comunidad cristiana. Pero del resultado de esta coyuntura, el grupo de los principales de la comunidad deciden llevar a Pablo a Cesarea marítima para que vuelva a Tarso (Cf. Hch 9,30)
El ESPÍRITU SANTO está presente en las comunidades
“Las iglesias, por entonces, gozaban de paz en toda Judea, Galilea y Samaria; se edificaban y progresaban en el temor del SEÑOR y estaban llenas de la consolación del ESPÍRITU SANTO” (Cf. Hch 9,31). La coherencia de este versículo con el resto de lo expuesto en el capítulo está en la última frase: “las comunidades gozaban de la consolación del ESPÍRITU SANTO”. No es necesario vivir en una bonanza social para experimentar la consolación espiritual del ESPÍRITU SANTO. Más aún, pueden ser los momentos de tribulación los que proporcionen una paz interior y una alegría en el ESPÍRITU SANTO, que no se daría en un estado de confort. Estaban cercanos los días en los que los discípulos habían pasado por la prueba más dura de su vida: la muerte y crucifixión de JESÚS, el dolor y remordimiento de haberlo abandonado a su suerte y la gran soledad por su ausencia. Fue, entonces, cuando tuvo lugar el tiempo de las apariciones, que disiparon aquellas espesas tinieblas. Ahora son las comunidades las que van a experimentar en medio de las persecuciones una acción carismática por parte del ESPÍRITU SANTO con unas características especiales, pues están protagonizando los comienzos del Cristianismo y tienen muy vivas las enseñanzas de los testigos directos de JESÚS, al que desean volver a tener ardientemente. San Pablo dirá en otro momento: “sobreabundo de gozo en la tribulación” (Cf. 2Cor 7,4). No es un masoquismo, sino el cumplimiento de la promesa de JESÚS: “venid a MÍ los que estáis cansados y agobiados, porque YO os aliviaré” (Cf. Mt 11,28).
Permanecer en JESÚS (Cf. Jn 15,1-8)
La viña es una imagen utilizada por el Antiguo Testamento, haciendo siempre referencia al Pueblo de Israel. También JESÚS recurre a la metáfora de la “viña” para evocar a este mundo que DIOS desea transformar y convertir en su Reino mediante la colaboración de los hombres. No se puede perder de vista la versión anterior dada por los sinópticos, y disponerla en relación con el enfoque aportado por la analogía de la “vid” del evangelio de san Juan. Lo importante en esta versión de san Juan está en la unión del discípulo con su MAESTRO. En los ocho versículos de este evangelio se repite seis veces el verbo “permanecer” de diversas maneras. La acción de permanecer con JESÚS es sinónimo de “seguir” o de “estar”. En definitiva, el discípulo es el que sigue a su MAESTRO, el que siguiéndolo permanece con ÉL en cualquier circunstancia y desea “estar” con ÉL para siempre, al modo de san Pablo, que considera la vida futura como “estar con CRISTO” (Cf. Flp 1,23).
La singularidad para DIOS
“YO SOY la VID verdadera, y mi PADRE es el VIÑADOR. Todo sarmiento que en MÍ no da fruto lo corta, y todo el que da fruto lo limpia para que dé más fruto” (v1-2). El sarmiento representa al discípulo particular, que es objeto de la Providencia del PADRE en detalle. La poda sirve para que las partes secas o mortecinas sean eliminadas y toda la fuerza vital de la vid repercuta en mayor vitalidad para los sarmientos existentes. La analogía puede aplicarse a las diferentes facetas personales, que deben armonizarse para que las fuerzas estén mejor aprovechadas. Los hombres tenemos verdadera vida al tener parte con JESUCRISTO. El PADRE toma partido por nosotros, porque estamos insertados en su HIJO; que, a su vez, nos habla insistentemente del PADRE como el horizonte final de nuestra existencia. Siendo JESÚS el HIJO del eterno PADRE omnipotente no busca nada para SÍ y se propone como CAMINO hacia ÉL. Pero el PADRE no quiere ver a ninguna de sus criaturas ajenas a la vida divina de su HIJO, y el PADRE toma partido en esta empresa dando las gracias necesarias para una mejor unión con el HIJO por nuestra parte. Esta alegoría de la vid y los sarmientos mantiene un fondo trinitario, pues la presencia activa del ESPÍRITU SANTO se lee entre líneas. El ESPÍRITU de DIOS transmite Vida, Amor y Verdad en todo su recorrido divino que abarca al PADRE y al HIJO, y la comunión de todos los hijos de adopción, que empezamos a formar parte de la eterna familia de DIOS. Algo o mucho de verdad podría darse en lo siguiente: al PADRE pertenecen todas las leyes espirituales, morales y cósmicas; al HIJO el perfeccionamiento de todo lo que existe; y al ESPÍRITU SANTO la aplicación de todos los dones y gracias conseguidos en la Redención. Ninguna de estas tres funciones actúa por separado, y cada una incluye las otras. Quien diga voy a alterar el recto comportamiento de las leyes que rigen la propia antropología se verá expuesto a una reacción proporcional a la trasgresión. El daño producido puede tener reparación parcial o total de acuerdo con la actuación del HIJO, que pone en movimiento la Misericordia Divina con objeto de salvar todo lo que sea posible de la negligencia humana. Y el ESPÍRITU SANTO mediante su diversidad de dones irá aplicando en el tiempo lo que convenga al bien del que ha de heredar la vida eterna. Quienes han pasado por un proceso de conversión como el de san Pablo, aunque sea en un grado mucho menor, reconocerán que lo descrito no es un artificio.
Poder transformador de la Palabra
“Vosotros estáis ya limpios por la Palabra que os he anunciado” (v.3). DIOS se ha revelado, porque ha hablado. La Creación de este Cosmos inmenso es el primer libro en el que DIOS escribe y deja patente su carácter omnipotente y todos los atributos que nuestra inteligencia alcance a enumerar. Pero lo que ofrece el carácter personal a nuestro CREADOR es el haber hablado a los hombres. La Escritura hace perenne la Palabra revelada a los autores inspirados. Las Escrituras son vasos que contienen alimento espiritual inagotable cuando recogen las palabras humanas del que desde siempre es el VERBO de DIOS. Cada vez que el sacerdote proclama el Evangelio en la Santa Misa reza en voz baja: “por la proclamación de este Evangelio sean perdonados todos nuestros pecados”. El sacerdote pide el perdón para sí mismo y para el pueblo reunido, que acaba de escuchar con devota atención la Palabra evangélica. Esta Palabra no está vacía, sino que viene ungida por la presencia del ESPÍRITU SANTO; por tanto con la fuerza suficiente para realizar cambios en nuestro interior. El eco de la Palabra no debiera de apagarse en ningún momento de la jornada. Este es un objetivo ascético de primer nivel, que se debe cultivar. El gusto por la Palabra surge del hábito por su meditación. “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a DIOS” (Cf. Mt 5,8). La limpieza de corazón es la limpieza de la mente, de los criterios. La limpieza de corazón hay que realizarla quitando la suciedad de esquemas mentales corruptos o nocivos; y modificando tendencias que nos destruyen y hacen daño al prójimo. El espíritu del hombre es básicamente su inteligencia que comprende y guarda en la memoria la Palabra. En el alma del hombre se asientan las fuerzas subconscientes que afloran para bien o para mal. Del trabajo realizado en el área de nuestro espíritu se verá beneficiada nuestra alma; y, por tanto, las fuerzas profundas que deben estar dominadas por el bien y la verdad. La Palabra de DIOS no es un libro de autoayuda en el que el individuo es el centro de todas las recetas. Por el contrario, el centro que siempre nos va a señalar la Escritura es DIOS, que es en realidad el que puede realizar los cambios personales, que estamos necesitando.
Permanecer en JESÚS
“Permaneced en MÍ como YO en vosotros” (v.4). De nuevo JESÚS nos marca un imposible como meta. Esta palabra hay que situarla al lado de los textos que nos hablan de la inhabitación en el discípulo del PADRE y del ESPÍRITU SANTO. El discípulo es visto y amado por DIOS desde el ámbito más íntimo y personal. DIOS es fiel y permanece en el discípulo mientras éste no lo rechace de forma expresa. De esta forma que DIOS tiene de estar en el discípulo, así pide JESÚS que el discípulo esté en ÉL. Por tanto, de nuevo nos enfrentamos a un gran objetivo espiritual, al que debemos atender con toda paciencia y no menos diligencia, sabiendo que es un imposible. Como en otros casos, al encontrarnos con estas indicaciones o mandatos de JESÚS no tenemos otro recurso que la súplica: “SEÑOR, concédeme la gracia de que se cumpla en mí, lo que TÚ mismo me pides, porque excede todas mis capacidades”. El resultado podría ser la permanencia en la presencia de DIOS de forma continua y en el grado que ÉL disponga.
El fruto debido son las obras
“Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en MÍ” (v.4) Se establece en estas palabras el lugar correcto de la acción o de la necesidad de las obras. Las acciones humanas pueden estar acompañadas de la unción del ESPÍRITU SANTO o desposeídas del mismo. Un cristiano puede estar asistido por la unción del ESPÍRITU SANTO o vivir bajo mínimos en este sentido. No parece que en principio al cristiano se le encargue realizaciones extraordinarias, sino que todo lo que haga esté ejecutado en la presencia del SEÑOR, permaneciendo unido a ÉL. Por tanto, no son las obras las que nos llevan al SEÑOR, sino que es la unión con el SEÑOR la que hace posible las obras adecuadas, que no precisan ser extraordinarias. Si entramos con esta Palabra en el campo de la evangelización el criterio se vuelve todavía más luminoso: el fruto evangelizador se produce cuando el discípulo está en presencia de su MAESTRO. La palabra del evangelizador está llamada a ser un “memorial”; es decir, una verdadera actualización de lo que está narrando o proclamando. Los ejemplos los tenemos descritos en el libro de los Hechos de los Apóstoles: la misma predicación realizaba la efusión del ESPÍRITU SANTO sobre los reunidos.
Las obras sin JESÚS
“Sin MÍ no podéis hacer nada” (v.5 ). Desde el momento de la Resurrección, DIOS es para los hombres en el encuentro con JESUCRISTO. En la doxología de la Santa Misa, que finaliza la Plegaria Eucarística, rezamos: “por CRISTO, con ÉL, y en ÉL; a ti DIOS PADRE OMNIPOTENTE, en la unidad del ESPÍRITU SANTO; todo Honor y toda Gloria, por los siglos de los siglos. Amén”. Desde la Resurrección, los hombres vivimos en DIOS, existimos en ÉL de una forma nueva, pues la humanidad de CRISTO es el nuevo germen que transforma misteriosamente el Cosmos. La obra de la evangelización no se verifica al margen de JESUCRISTO, pues ÉL da el ESPÍRITU SANTO y confirma la Palabra. Pero además, cualquier resultado beneficioso para el hombre vendrá de la mano del modelo de hombre perfecto, que lo es por ser al mismo tiempo DIOS. Los tiempos presentes son de frontera y estamos a muy pocos pasos de que el hombre sea reducido a una máquina cibernética interfiriendo en nuestra propia naturaleza de forma inimaginable en otros tiempos. Por otra parte, la inteligencia artificial podrá hacer en muy pocos años imitaciones extraordinarias similares a los modos humanos de actuar. La disolución de las religiones en un mismo magma constituirá la disolución del hombre mismo, por eso se hace más que urgente una antropología cristiana que preserve las esencias del hombre y ofrezca un horizonte de realización personal y comunitario a nivel universal. No se puede prescindir de una ética evangélica a favor de un progreso científico indiscriminado. Hace sesenta años existía el temor de una autodestrucción por una guerra nuclear; hoy los agentes autodestructivos son más variados, y si cabe más sofisticados, por lo que resultan más peligrosos. Ante lo crucial de estos tiempos, la analogía de la “Vid y los sarmientos” marca una línea definida de personalización. Las soluciones generales tienen poca credibilidad, pues la acción cristiana se abre paso en la adhesión particular a CRISTO, persona a persona, que avanza en la integración fraterna y comunitaria al mismo tiempo. Son los procesos de personalización en CRISTO los que mantienen el resto suficiente para seguir avanzando en la historia.
La ruina personal
“Si alguno no permanece en MÍ es arrojado fuera como el sarmiento y se seca; luego los recogen los echan al fuego y arden” (v.6) Fuera del revestimiento de CRISTO el hombre se reviste de otra aura espiritual que en nada lo favorece. La disposición al propio juicio se va fraguando en la modificación de escalas de valores y adquisición de modelos distintos a los que la Ley Natural y el Evangelio vienen proponiendo secularmente. En nombre de una modernidad que a menudo está preñada de destrucción el hombre va construyendo para sí mismo la pira en la que se va a consumir sus propios proyectos y persona. La advertencia de este versículo encontrará oídos de discípulo, pero también cerrará en la obstinación a los que lo escuchan en el pedestal de la soberbia. La modernidad y el progreso no pueden estar en la destrucción de las bases antropológicas del ser humano. La modernidad y el progreso no pueden estar en el transhumanismo o en la hibridación genética. La modernidad y el progreso no pueden estar en la fabricación de quimeras en los laboratorios. La modernidad y el progreso no pueden estar en la inversión de los cánones de la estética, haciendo prevalentes la fealdad, el caos y la desarmonía. La modernidad y el progreso no pueden estar en la destrucción de la vida humana en el seno de su madre, o la vida del discapacitado, o la del anciano considerado como un inútil comensal, improductivo y costosamente mantenido por su deterioro físico y psíquico. La advertencia de este versículo devuelve la mirada hacia un horizonte que está más allá de esta existencia, pero que acumula en este mundo de los humanos las razones y méritos para decidir el mundo por venir que trasciende a éste.
El poder de la oración
“Si permanecéis en MÍ y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseéis y se realizara (v.7). Con frecuencia tomamos versículos del evangelio para consumo particular con una habilidad sorprendente. Ocurre con los textos destinados a la oración. Este versículo leído de forma egoísta se transforma en una fórmula mágica: “pedid lo que deseéis y lo conseguiréis”; algo así como la petición al genio de la lámpara de Aladino. Naturalmente las cosas no van en ese sentido y las decepciones se producen hasta originar crisis de Fe. La decepción crece cuando las peticiones por personas enfermas que son cercanas, o por motivos laborales serios, no son atendidas de acuerdo a los propios criterios. No hay que descartar en estos casos deserciones temporales o definitivas. La premisa anterior a la afirmación de los deseos cumplidos no es tenida en cuenta, sin embargo la condición establecida por JESÚS es la clave para la eficacia de la oración: “si permanecéis en MÍ, y mis palabras permanecen en vosotros”. El alcance de la oración cumplida es la que se propone los mismos fines y objetivos de la oración de JESÚS, y para ello hay que conocer su Evangelio en comunión personal con ÉL. La oración que siempre será escuchada estará en la línea de hacer presente en el mundo el Reinado de DIOS, que en el evangelio de san Juan tiene un decisivo carácter cristocéntrico; es decir, el Reinado de DIOS coincide en todos sus extremos con la adhesión personal a JESUCRISTO, con el que es posible llevar adelante obras de transformación en el mundo: “aquellos que crean en MÍ, harán las obras que YO realizado, y aún mayores” (Cf. Jn 14,12). Ningún discípulo osará por sí mismo estar por encima del MAESTRO, pero entenderá que el MAESTRO a través de él hará presente su presencia y poder con obras adaptadas a las necesidades de los tiempos. A tiempos extraordinarios como los nuestros deberíamos estar pidiendo acciones extraordinarias de Misericordia sobre el mundo. Desgraciadamente lo que se escucha es un lamento plañidero, que desconfía del poder transformador de DIOS, que se presume, en todo caso, arremetiendo contra una humanidad que ya no sabe distinguir su mano derecha de la izquierda, como les ocurría a los habitantes de Nínive (Cf. Jon 4,11). Todos los cristianos deberíamos pedir con insistencia un nuevo Pentecostés adaptado a los tiempos extraordinarios que nos tocan vivir, al estilo de lo señalado en el mismo evangelio de san Juan (Cf. Jn 16,7ss).
“La fidelidad brota de la tierra, y la Justicia mira desde el Cielo” (Cf. Slm 85,11)
Con la ayuda de DIOS el hombre es capaz de ser fiel en este mundo. De esta bondad humana se puede esperar una oración suplicante conforme a la voluntad de DIOS. De la tierra tiene que subir la súplica ardiente, para que la Gloria de DIOS se manifieste en el mundo: “la Gloria de mi PADRE está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulo” (v.8). Una gran liberación se puede esperar cuando DIOS escucha el clamor de su Pueblo (Cf. Ex 3,7). Un mundo revivificado por la misma vida del RESUCITADO si creemos: “si crees verás la Gloria de DIOS” (Cf. Jn 11,40).
Primera carta de san Juan (1Jn 3,18-24)
No existe dicotomía alguna en la doctrina de san Juan entre la Fe y las obras, aunque tanto el evangelio como las cartas mantengan como clave central de todo la Fe en JESUCRISTO: “hijos míos, no amemos ni de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad” (v.18). La palabra en san Juan es fundamento de la realidad que no puede prescindir de las obras concretas, que se convierten en signos visibles de la verdad y unción de la palabra.
La conciencia recta que conduce a la paz interior es aquella que vive la armonía entre la teoría y la práctica, entre la palabra y la acción, entre lo que se dice y lo que se hace. La correspondencia o desajuste entre lo que es y debe ser constituye motivo para el sano aviso de la conciencia, que demanda corrección. En esta misma carta, san Juan nos había prevenido del caso en el que incurriéramos en pecado; necesitamos, entonces, del perdón e intercesión del SEÑOR que abogue por nosotros ante el PADRE (Cf. 1Jn 2,1).Nuestra conciencia deja de recriminarnos en el momento que ajustamos la vida a los mandamientos de JESÚS y permanecemos en ÉL: “cuanto pedimos lo recibimos de ÉL, porque guardamos sus Mandamientos y hacemos lo que le agrada” (v.22). San Juan nos ofrece una nueva formulación o síntesis de los Mandamientos dispuestos por DIOS: “que creamos en su HIJO JESUCRISTO y nos amemos unos a otros tal como ÉL nos lo mandó” (v.23). Recordamos la pregunta inquisitiva por parte de los fariseos a JESÚS sobre el primer mandamiento de la Ley (Cf. Mt 22,36-39). JESÚS responde enunciando el Shemá y añadiendo el amor al prójimo como a uno mismo. Ahora el Amor a DIOS se realiza de forma explícita en la unión con JESUCRISTO, que deriva en una nueva forma de fraternidad. La medida anterior del amor al prójimo estaba en uno mismo; con JESÚS el Amor al prójimo está en su misma forma de amarnos ÉL: “amaos los unos a los otros como YO os he amado” (Cf. Jn 13,34). Según estos versículos las cosas cambiaron y han aparecido vertientes nuevas que antes no existían. La novedad del Cristianismo no está agotada con dos mil años de historia.