El Buen Pastor da la vida por sus ovejas, a imitación de Cristo: arzobispo Rodríguez Vega (Yucatán, México).

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Muy queridos hermanos y hermanas, les saludo con el afecto de siempre y les deseo todo bien en el Señor, en este cuarto domingo del Tiempo de Pascua, en el cual celebramos con toda la Iglesia la fiesta de Jesús Buen Pastor, y en nuestra Arquidiócesis de Yucatán celebramos el “Día del Seminario”.

Puede ser que alguien no encuentre relación inmediata entre la celebración del Buen Pastor y la resurrección de Cristo. Cuando hablamos de los Santos Padres de la Iglesia, nos referimos a los primeros obispos y maestros, que luego de los Apóstoles, fueron precisando más y más con sus enseñanzas el riquísimo contenido de la revelación que Cristo trajo al mundo. Padres como San Ireneo, San Ambrosio, Orígenes, San Jerónimo, San Gregorio de Nisa y San Agustín, coinciden en relacionar la encarnación, muerte y resurrección de Cristo con la parábola del buen pastor.

En el evangelio de hoy según san Juan, Jesús dice: “Yo soy el buen pastor” (Jn 10, 11), y cada vez que en este texto evangélico dice “yo soy”, está afirmando su divinidad. El nombre de Yahvéh, que en algunas otras iglesias cristianas le siguen llamando Jehová, por un malentendido en el uso de las vocales hebreas, ya que en realidad significa “Yo soy”. Jesús pues, en varios pasajes del evangelio dice “Yo soy”, añadiendo alguna característica más que define su divinidad: “Yo soy el pan de vida”; “Yo soy la luz del mundo”; Yo soy la resurrección y la vida; “Yo soy el camino, la verdad y la vida”; “Yo soy la vid”; “Yo soy el buen pastor”.

Los santos Padres de la Iglesia afirman que Jesús es ese buen pastor que bajó del cielo para llevar sobre sus hombros a la oveja descarriada, quien regresa a la Casa del Padre llevando esa oveja que somos cada uno de nosotros, que es también la Iglesia entera, la humanidad entera. San Ireneo decía: “El Señor ha venido a buscar la oveja que se había perdido y al hombre que se había perdido”.

Orígenes decía: “¡Por una sola pequeña oveja que se había perdido, él ha descendido a la tierra; la ha encontrado; la ha tomado sobre sus espaldas y la ha devuelto el cielo!”. En este sentido, aunque Cristo ya nos redimió con un solo sacrificio y ya llevó nuestra humanidad para sentarla con él, es decir, en su persona a la derecha del Padre; el buen Pastor sigue descendiendo a la tierra, se sigue encarnando en el Sacramento Eucarístico, en su Palabra y en sus pastores de hoy, así como en todas las personas que nos ayudan a creer en él y a entregarle nuestra vida, para que nos cargue sobre sus hombros y nos lleve junto a su Padre. Deja ya de cargar el peso de tus pecados, de todos tus problemas y angustias, y permite que Jesús te lleve sobre sus hombros.

San Agustín nos recuerda el carnero que nuestro padre Abraham encontró enredado entre espinas, mismo que tomó para ofrecerlo en sacrificio en lugar de su hijo Isaac, y afirma que aquella era una figura remota del Cordero inmaculado que, coronado de espinas, subió al Calvario para redimirnos. También antes san Ireneo comparaba la pasión de Cristo con la parábola del buen Pastor diciendo: “Entonces la ‘parábola de la Pasión’ nos recuerda cómo Cristo, entrando en la muerte, ha debido descender en las profundidades de la tierra para reencontrar a la oveja perdida”.

Un texto guía para los primeros cristianos y para nosotros cristianos del siglo XXI, es la “Didascalia Apostolorum”. En este libro encontramos unas palabras dirigidas a un obispo que dicen: “Tú, pastor lleno de ternura y pastor diligente, ponte a la búsqueda, cuenta el rebaño, busca la oveja que falta, regresa a la extraviada al recto camino, reconduce a la que se ha alejado… como el Señor Dios, nuestro buen Padre, que ha enviado a su Hijo, buen pastor y salvador nuestro, nuestro maestro Jesús”.

Esta invitación, hoy en día, es para el Papa, es para cada obispo, es para mí y cada uno de mis sacerdotes; es para nuestros seminaristas, para que desde ahora adviertan cuál será su tarea en el sacerdocio; es para que nuestros adolescentes y jóvenes hagan su discernimiento y consideren si acaso el Señor les está llamando a semejante ministerio, de representar debidamente a Jesús, el Buen Pastor. Cada uno ha de pensar a quién debe pastorear: a su pareja, a su hijo, a su hermano, a su amigo, a su compañero; también cada uno debe pensar a quién ha puesto Dios en mi vida para que me pastoree.

Hemos de sentirnos orgullosos y agradecidos con Jesús, el Buen Pastor, por nuestro Seminario de Yucatán, el cual está cumpliendo doscientos setenta años de estar formando sacerdotes, pastores para nuestro pueblo yucateco. Nos toca sostener a nuestro Seminario, y hoy nuestra colecta es toda para esta venerable institución. Nos toca orar, hoy más que nunca, por cada seminarista, por su perseverancia, por su santificación, y si alguno no llegara al sacerdocio, sí todos lleguen a la santidad.

En la primera lectura tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles, encontramos a Pedro y Juan dando razón a los jefes del pueblo y a los ancianos, del poder con el cual fue curado el paralítico que se sentaba a la puerta del templo. Afirmaban con certeza y valor que este hombre fue sanado en el nombre de Jesús de Nazaret, a quien ellos llamaban, siguiendo la alegoría del salmo 117, “la Piedra”; la cual fue rechazada por ellos mismos, la autoridad judía, pero que ahora se había convertido en la Piedra Angular.

Así lo repetimos hoy en el salmo responsorial: “La piedra que rechazaron los constructores es ahora la piedra angular” (Sal 117). Y tú, ¿sobre qué edificas tu vida?, ¿cuáles son las seguridades que te sostienen?, ¿cuál es el fundamento de tu existencia? Ojalá puedas proclamar con toda certeza, firmeza y gozo lo que dice este salmo: “Más vale refugiarse en el Señor, que poner en los hombres la confianza; más vale refugiarse en el Señor que buscar con los fuertes una alianza”. A nosotros, los pastores del Pueblo de Dios, nos toca edificar la Iglesia sobre Cristo, nuestra Piedra Angular. A ti, cristiano, te toca edificar tu propia vida y la de tu familia sobre la Roca espiritual que es Cristo el Señor.

En la segunda lectura tomada de la Primera Carta del apóstol san Juan, se nos recuerda la grandeza del amor de Dios por nosotros, puesto que nos llamamos y somos hijos de Dios; pero la plenitud de lo que seremos al fin, se nos manifestará cuando podamos contemplar a Dios tal como es y nos veamos a nosotros mismos semejantes a Él (cfr. 1 Jn 3, 1-2).

Durante la reciente Asamblea de los Obispos de México, hubo un hecho que me recordó mi propia experiencia, cuando como Obispo de Nuevo Laredo, pude estar cercano al dolor de aquella Diócesis a causa de los estragos y sufrimientos que le causaba el crimen organizado, pues Mons. Cristóbal Ascencio, Obispo de Apatzingán, por segunda ocasión nos compartió todo el dolor que ha experimentado junto a su pueblo, particularmente por la parroquia de Aguililla. Todos los Obispos de México lo pudimos ver como un buen pastor, dispuesto a dar la vida por su pueblo.

Este pasado viernes 23 de abril, el Nuncio Apostólico en México, Mons. Franco Coppola, despojándose de su calidad de embajador del Vaticano en nuestra Patria, visitó la comunidad de Aguililla en Apatzingán, haciendo presente con su visita, al Papa Francisco, revistiéndose del Buen Pastor, llevando consuelo a los hermanos que habitan aquel lugar con la Eucaristía que les celebró. No se portó de modo temerario, sino como pastor dispuesto a dar la vida por sus ovejas.

Muchos pastores han muerto en la Iglesia por servir a sus ovejas. Pidamos al Buen Pastor que en nuestros seminaristas se vaya infundiendo desde hoy, el deseo de entregarse apasionadamente imitándolo a él, sirviendo a las ovejas del rebaño, cueste lo que cueste.

Que tengan todos una feliz semana. ¡Sea alabado Jesucristo, el Buen Pastor resucitado!

 

+ Gustavo Rodríguez Vega.
Arzobispo de Yucatán.

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