En una rampante cultura anticristiana emergen de pronto testimonios de fe que son luminosos porque brillan en medio de las tinieblas de la incredulidad y se muestran puros en medio de la inmundicia de inmoralidad. Es el caso de la joven italiana Laura Vincenzi cuyo proceso de beatificación comenzó en el 2016.
Laura era una joven comprometida en la Acción Católica Juvenil, en 1982 conoció en un retiro a Guido Boffi, con quien se comprometió un año después, respecto a su noviazgo ella decía “que no eran dos sino tres experimentando la presencia de Dios”. En septiembre de 1984 Laura fue diagnosticada con un cáncer en el pie y pese a que le fue amputado, la enfermedad se le extendió por todo el cuerpo llegando hasta los pulmones lo que la llevó a la muerte el 4 de abril de 1987, contando apenas con 23 años. Cuando recibió el primer diagnóstico dijo: “”Como hija de Dios, como prometida y como hija, expreso mi voluntad de reaccionar, de luchar, de vivir. No quiero ser esclava del miedo. En medio de su sufrimiento manifestó no querer vivir en la autocompasión, sino que sentía una gran llamada a estar atenta a los demás”. Sin perder nunca la esperanza, en la etapa final de su vida confesaba a sus amigos los dos maravillosos caminos que tenía por delante: recuperarse, graduarse y casarse con Guido o morir e ir al cielo.
Laura antes de morir dejó un mensaje a su prometido que decía: “Seguiré viva, amándote, interpelándote, rezando por ti… me gustaría mucho que sigas siendo un buen hijo de Dios, que te mantuvieras en una actitud de oración, escucha de la Palabra, vigilancia y testimonio. …Siempre te ayudaré con la fuerza de Dios, seré tu ángel de la guarda, …esperaré para abrazarte de nuevo”.
En su testamento espiritual Laura escribió: “Señor Dios te agradezco los dones, ante todo la vida que me has dado y que amo, te doy gracias porque te me has dado a conocer y eres un padre para mi, un padre fiel que no me abandona; te agradezco por la familia en la que vivo donde puedo respirar tu amor, y te agradezco porque a través de mi novio me haces sentir lo mucho que me quieres”.
“Por favor, Señor, ayúdame cada día a sonreír a la vida que se me da, enséñame a desapegarme cada vez más de mí misma, a acoger con amor y delicadeza el don de los demás que son el reflejo de tu presencia. Aumenta mi fe, Señor, fortalécela, porque sin tu apoyo todo es tan difícil; guarda mi serenidad y mi natural optimismo, …que mis ojos permanezcan siempre atraídos por lo que realmente importa, y que es la certeza del reino, de la eternidad junto a ti, todo lo demás es efímero y de poca trascendencia”.
“Señor, da serenidad y paz a los que me aman, especialmente a mi prometido, a los que no amo lo suficiente, a los que sufren en la enfermedad y en el espíritu, a los que se dedican a tu servicio en la Iglesia como ministros y bautizados, a los que te buscan, a los que aún no te han conocido. Amén.