Los cristianos celebramos en estos días el acontecimiento más grande de nuestra fe: Jesús resucitó de entre los muertos y su victoria no sólo es personal, sino que es también nuestra, pues quienes creemos en él, de forma misteriosa, por el bautismo, participamos de su muerte y resurrección. Si Cristo resucitó, también nosotros resucitaremos, si Cristo venció la muerte, estamos ciertos que también venció nuestra muerte y permanece firme nuestra convicción en sus palabras: “El que cree en mi no morirá para siempre, yo lo resucitaré en el último día”. Al fondo, la fe cristiana no es otra cosa sino la certeza absoluta de que Jesús resucitó, de que la muerte fue vencida y estamos llamados a vivir para siempre, y todavía más, estamos destinados a ser Dios por participación, pues al darnos Jesús su vida divina, después de muertos contemplaremos a Dios tal cual es y seremos para siempre semejantes a él.
La Iglesia, cuerpo de Cristo cuya cabeza es él, está en el mundo fundamentalmente para una cosa: para que los hombres conozcan la verdad y se salven. La verdad que nos hace libres, es una persona viva, actuante, siempre presente, es Jesús resucitado que sigue presente en su Iglesia no de forma simbólica, sino real. Jesús sigue cumpliendo su misión de salvar a los hombres, de rescatarlos de la maldad del demonio y del pecado, de reconciliarlos con Dios y los hermanos, y a partir del arrepentimiento y la conversión llevarlo a la construcción del reino de Dios, que es un reino de amor, de justicia y de paz.
La Iglesia no está en el siglo para hacer obras humanitarias y de filantropía, no necesita justificar su existencia en el mundo asumiendo roles que no le corresponden como pueden ser el combate de la pobreza, el cambio climático y la ecología, las migraciones y la construcción de una fraternidad universal ficticia cimentada en puro sentimentalismo. Si la sal se vuelve insípida, dijo Jesús, solo sirve para arrojarla a la calle y que la gente la pise. Si la Iglesia se vuelve insípida porque se vuelve light, es decir ecológica, climática, y filantrópica sólo sirve para ser arrojada y pisada, no sirve para nada porque ha traicionado a su Señor que no vino a salvar a la naturaleza y al planeta, por cierto, destinado a ser destruido, no a ser preservado, ni a crear una fraternidad sentimentaloide, Jesús vino para salvarnos de nuestros pecados y su consecuencia, la muerte, Jesús vino a reconciliarnos por su sacrificio en la cruz con el Padre, Jesús vino no para prolongar nuestra vida en este planeta, sino para darnos vida eterna.
La Iglesia no fue puesta para dialogar con el mundo, sino para confrontarlo, como lo hizo por dos mil años, no está para dialogar con las religiones y ponerlas a todas en el mismo nivel, sino para proclamar sin complejos y sin falsa humildad la verdadera fe, la verdad no negociable ni ecuménica de que fuera de Cristo y su Iglesia no hay salvación. Volverse la Iglesia políticamente correcta, acomplejada por sus miserias pasadas y presentes, volverse timorata en el anuncio del Evangelio y la evangelización de los paganos, no es más que traicionar a Jesús que dijo: Si alguno se avergüenza de mí, yo también me avergonzaré de él delante de mi Padre.