El Domingo de Ramos en la Pasión del Señor abre la Semana Santa, la celebración de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. En la Liturgia de este domingo se unen la memoria de la entrada de Cristo en Jerusalén, donde fue aclamado como Rey y como Mesías, y el anuncio del misterio de su Pasión. Cristo es el “Hijo de David”, saludado como “el que viene en nombre del Señor, el Rey de Israel”, y el siervo doliente, profetizado por Isaías, aquel que no ocultó “el rostro a insultos y salivazos” (cf Isaías 50, 4-7).
La Iglesia nos invita a contemplar el anonadamiento del Salvador, que se hace hombre, y que muere en la cruz: “se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz”, escribe San Pablo (cf Filipenses 2, 6-11). Su muerte es ejemplo supremo de humildad y obediencia. Frente a Adán, que siendo hombre ambicionó ser Dios, Jesucristo, siendo Dios, “se despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos”.
Jesucristo nos ha asumido a cada uno de nosotros, a toda la humanidad, desde el alejamiento con relación a Dios causado por nuestro pecado, hasta el punto de exclamar, en nombre nuestro, en la Cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Salmo 21; cf Catecismo de la Iglesia Católica, 603).
Son nuestros pecados el motivo de la Pasión del Salvador: “los demonios no son los que le han crucificado – afirmaba San Francisco de Asís -; eres tú quien con ellos lo has crucificado, y lo sigues crucificando todavía, deleitándote en los vicios y en los pecados”. En su muerte se plasma el misterio de la redención, de nuestro rescate de la esclavitud del pecado.
“Al morir, destruyó nuestra culpa, y al resucitar, fuimos justificados” (Prefacio del Domingo de Ramos). Que no seamos espectadores impasibles ante el drama de la Cruz, sino, como la Virgen María, la Madre de los Dolores, creyentes que contemplan en la muerte del Señor el comienzo de la Vida.
Guillermo Juan Morado.
Infocatólica.