San José es un santo de casa. Así lo sentimos muchos. La devoción que le tenemos por ser padre de Jesús y esposo de María exhala esa fragancia propia del hogar. Su figura, incansablemente representada por innumerables artistas a lo largo de los siglos en iconos, pinturas, estatuas… ha servido para profundizar en su personalidad, misión y mediación, lo que ha propiciado el aumento de su devoción. Esto ha hecho que su patronazgo abarque muchos campos, siendo así no solo patrón universal de la Iglesia, sino también de los padres de familia, del trabajo, de la buena muerte, así como protector de muchas instituciones, ciudades, congregaciones, hermandades…
Si, debido a tantos patronazgos, el día de su fiesta (19 de marzo) era ya muy festejado, la celebración de este año adquiere un brillo especial por haber sido declarado 2021 año jubilar dedicado a San José, al haberse cumplido –el día de la Inmaculada de 2020– el 150º aniversario de su declaración como patrón universal de la Iglesia. Con tal motivo, el Papa Francisco ha publicado la preciosa carta apostólica Patris Corde.
Hay que decir además que “José”, el nombre del santo, está muy extendido por todo el mundo. Nos resulta muy familiar. ¿Quién no conoce en su ámbito cercano a alguna persona con el nombre de José, María José, Josefa, o el cariñoso apelativo de Pepe (derivado de las siglas “p.p.”, pater putativus). Se calcula que en España hay más de 600.000 personas que llevan este nombre, lo que hace que hoy sea un día muy propicio para felicitarlas.
A propósito de esta cercanía y familiaridad, quisiera mencionar a alguien para quien San José supuso mucho en su vida; tanto, que nos habló sobreabundantemente de él en sus escritos: Santa Teresa, quien fue gran propagadora de su devoción. El capítulo VI del libro de su Vida es una clara muestra.
Allí ella nos relata cómo, al poco tiempo de entrar en La Encarnación –con 20 años–, se resintió gravemente su salud y, viéndose tan necesitada de ayuda, acudió a San José. «Pues como me vi tan tullida y en tan poca edad y cuál me habían parado los médicos de la tierra, determiné acudir a los del cielo para que me sanasen […]. Y tomé por abogado y señor al glorioso San José y encomendéme mucho a él».
La enfermedad padecida por Santa Teresa fue extremadamente dura, desconocida por los médicos de la época. La tuvo postrada en cama varios años, hasta que, tras un paroxismo, la dieron por muerta; de hecho, ya tenían en La Encarnación la fosa preparada para su sepultura.
Ciertamente su curación fue un milagro a los ojos de los médicos y personas que la atendieron, pues no cabía otra explicación tras todo lo sufrido. Santa Teresa no duda en adjudicar este milagro a San José, a quien tan de corazón se había encomendado. «Vi claro que así de esta necesidad como de otras mayores de honra y pérdida de alma este padre y señor mío me sacó con más bien que yo le sabía pedir […]. Pues él hizo como quien es, en hacer de manera que pudiese levantarme y andar y no estar tullida».
El favor concedido por San José a Santa Teresa en los años en que comenzaba su andadura en La Encarnación –curándola de tan dura y extraña enfermedad–, la llevó a una encendida devoción por este santo, devoción que no dejó de propagar tanto mediante sus escritos, como con sus hechos. «Procuraba yo hacer su fiesta con toda la solemnidad que podía […]. Si fuera persona que tuviera autoridad de escribir, de buena gana me alargara en decir muy por menudo las mercedes que ha hecho este glorioso santo a mí y a otras personas».
Es sintomático que, tras salir de La Encarnación para comenzar la gran obra de la Reforma, pusiera como titular y protector de su primera fundación a este glorioso santo. «Un día después de la comunión, Nuestro Señor me mandó a trabajar con todas mis fuerzas por este fin. Él me hizo grandes promesas, que el convento sería ciertamente construido, que Él se complacería en él y San José haría de custodio en un puerta y Nuestra Señora de custodia en la otra. Que Cristo estaría en medio de nosotras». Tras este primer convento, muchas de las otras fundaciones también tendrán como titular al glorioso Patriarca.
Ante los excelentes resultados obtenidos por su intercesión, Santa Teresa no deja de recomendar que acudamos a él, pues nunca la decepcionó en todo lo que le pidió. «No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer […]. Paréceme ha algunos años que cada año en su día le pido una cosa, y siempre la veo cumplida».
A él acudía a menudo. Como botón de muestra, se conserva en La Encarnación una imagen del santo que llaman “San José, el Parlero”. Esta talla la trajo Santa Teresa al regresar como priora al monasterio. Después de realizar alguna de sus obligadas visitas a las fundaciones, cuando regresaba a La Encarnación, ella decía que el santo le contaba todo lo que había ocurrido en la clausura durante su ausencia, motivo por el cual las monjas le pusieron el mote de «el Parlero».
Con una fogosidad que contagia, Santa Teresa nos quiere hacer a todos devotos de San José. «Querría yo persuadir a todos fuesen devotos de este glorioso santo, por la gran experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios». Como es habitual en nuestra Santa, Teresa pone por delante su experiencia, lo que la ha convertido en muy buena maestra. «Sólo pido por amor de Dios que lo pruebe quien no me creyere, y verá por experiencia el gran bien que es encomendarse a este glorioso Patriarca y tenerle devoción«.
Esta relación y sintonía de la Santa con el santo esposo de María ha propiciado, como por ósmosis, que todas las carmelitas tengan una profunda devoción a San José y así la promuevan entre todos los que se acercan a sus conventos.
Animados por todo lo que nos ha dicho Santa Teresa, acerquémonos al santo padre de Jesús en su fiesta y pongamos con confianza ante él nuestras peticiones. En especial la que llevamos todos en los labios y en el corazón: que nos libre de la epidemia del Covid-19. Pero además, no quisiera terminar estas líneas sin añadir otra petición: recuperar la celebración de San José como día festivo nacional.
No me parece normal que una fiesta de tanta raigambre, tradición, devoción y popularidad (en la que además se celebra el día del padre y es día de precepto en España), se recoja en el calendario de tan solo 8 comunidades autónomas, mientras que los que pertenecemos al resto nos tengamos que ver con dificultades para celebrarla como es debido, por ser día laborable. Por otro lado resulta chocante que se nos hayan puesto en el calendario fiestas o celebraciones que carecen del significado y transcendencia que siempre ha tenido la fiesta de San José.
Por mi parte aprovecho para dejar aquí también esta petición al bueno de San José. ¡Ah!, y no nos olvidemos de felicitar a todos los José, Pepe, María José, Josefa… para todos: ¡muchas felicidades!
Por P. Arturo Díaz.
ReL.