También para el hombre bíblico, la salud es uno de los bienes principales. Moisés, con ciento veinte años, muere habiendo conservado una visión física perfecta y su vigor (Cf. Dt 34,7), que alude a una gran condición física con capacidad de generación. La bendición de DIOS se extendía a los bienes materiales, pero de modo especial a la salud. De DIOS depende la salud, y en caso de enfermedad lo primero a realizar es la oración por el enfermo, y después llamar al médico, según prescribe el libro del Eclesiástico (Cf. Eclo 38,9-12). El Pueblo elegido teme la enfermedad y se protege frente a ella. Las normas recogidas en el libro del Levítico, disponen todos los recursos posibles para mantener la salud general de todos los que se encaminaban hacia la Tierra Prometida. Una enfermedad contagiosa podría hacer perecer al Pueblo en el desierto totalmente. Eran temidas las enfermedades de la piel, que se relacionaban con la lepra. Hoy sabemos, que la lepra tiene un periodo largo de incubación, que puede ir desde los nueve meses hasta los veinte años; pero en aquellos tiempos cualquier enfermedad parecida era cortada de raíz. Por eso se comprende la normativa estricta y exigente en torno a cualquier enfermedad cutánea.
El control de la enfermedad
En nuestra época conjugamos la lucha por mantener un aceptable nivel de salud con el control de las dolencias emergentes, que se van haciendo crónicas. Hemos sido capaces de cronificar la diabetes, la hipertensión, el virus del SIDA; o la gran cantidad de alergias, que surgen cada día, de los actuales estilos de vida desconectados de un contacto suficiente con el medio natural. La fatiga física y psíquica, que llamamos estrés, pone al límite durante mucho tiempo a nuestras capacidades físicas y psíquicas, abriendo un abanico de dolencias psíquicas para las que existen placebos, pero muy escasos remedios farmacológicos. Pocas cosas más preciadas que el restablecimiento de la salud al precio que sea.
El hombre es una unidad
La salud del hombre mantiene en buena armonía y vecindad los distintos niveles constitutivos del ser humano. La comprensión de san Pablo con respecto a las dimensiones del hombre deben tenerse en cuenta, pues asistimos a un desierto conceptual sobre la identidad del hombre. Se podrá replicar que nunca se ha estado más preocupado del hombre como en estos tiempos; pero el gran vacío viene de la comprensión real del mismo que nos aportan las diversas ciencias. La filosofía moderna se niega desde hace tiempo a considerar en el hombre una dimensión espiritual trascendente; es decir, nada tiene que decir el pensamiento moderno sobre alguna realidad operante en el hombre, que no pase por las mediciones neurológicas; con lo que el hombre es, para muchos, un gran computador biológico muy poco aprovechado, pues quedan grandes zonas cerebrales latentes o vacías. Los psicólogos bastante tienen con dar razón de un conjunto de reacción psíquicas con repercusión en el nivel físico.
La vuelta a la breve síntesis, que san Pablo hace del hombre, se hace urgente para mejorar la salud. El apóstol no tiene reparo en señalar: “que el DIOS de la paz, os custodie totalmente. Que todo vuestro cuerpo, alma y espíritu sea custodiado sin reproche hasta la venida de nuestro SEÑOR JESUCRISTO“ (Cf. 1Tes 5,23). Este texto cobra más importancia cuando lo consideramos dentro del conjunto de la doctrina del apóstol sobre la corporeidad humana, que está llamada a la eternidad con DIOS. La enfermedad puede tener lugar en la vida del cristiano, pero debe estar en función del bien integral del hombre: “¿hay alguien que enferme, sin que yo enferme?” (Cf. 2Cor 11,29). Cuerpo, alma y espíritu forman una unidad indisoluble, que debe estar dentro de la paz de DIOS, aún en la enfermedad. La enfermedad no alcanza al espíritu del hombre, salvo cuando aparece el pecado, por el que el espíritu humano se rebela contra DIOS. La salud, entonces, no quedará preservada y se perderá. La salud se pierde, pero en realidad quien se pierde es el hombre mismo. La enfermedad del espíritu tiene un remedio, que sólo depende de DIOS. La medicina divina es la Gracia, que vuelve al hombre por el arrepentimiento. Y tenemos al hombre necesitado de una permanente conciencia moral para mantener la vitalidad espiritual.
Veamos, pues: A san Pablo le importa el hombre que se va a presentar ante JESUCRISTO en su Parusía; y este hombre no es sólo espíritu, sino alma y cuerpo glorificados. El hombre íntegro y total es el que se presenta ante JESUCRISTO en su Parusía. Y mientras caminamos por este mundo, la salud integral es un reflejo de la salvación final realizada por el SEÑOR. El malestar físico, la tensión psíquica, pueden coexistir con una salud espiritual y unirnos de modo especial a la Cruz redentora de nuestro SEÑOR: “tengo que completar en mi cuerpo lo que falta a la Cruz de nuestro SEÑOR, JESUCRISTO” (Cf. Col 1,24). No se podrá decir, que el apóstol propone el sufrimiento, el dolor o la enfermedad por sí misma; pero apunta el ámbito de la verdadera salud que resuelve para siempre la enfermedad del cuerpo y del alma.
El Levítico
El tercer libro de la Biblia es el manual de los sacerdotes de la Antigua Alianza. La vida social y religiosa encuentran su regulación en las prescripciones dadas por el libro sagrado. La pureza de costumbres es el objetivo principal para pertenecer al Pueblo elegido por el DIOS tres veces SANTO (Cf. Is 6,3). El propio libro del Levítico insiste: “seréis santos, porque YO, YAHVEH vuestro DIOS, SOY SANTO” (Cf. Lv 19,2). La pureza ritual con sus normas tenía por objeto preservar la salud y alejar la enfermedad; y, por otra parte, las costumbres prescritas ejercieron una función pedagógica, que iba del ámbito externo al interior del devoto israelita. El efecto perseguido no siempre se consiguió, ni mucho menos, y el Judaísmo acumuló de forma prolija una cantidad de preceptos, que lo hicieron impracticable. El Levítico legisla sobre el culto en el Templo, el régimen de ofrendas y sacrificios, las fiestas religiosas, los alimentos, el trato con los extranjeros e inmigrantes, establece un incipiente código penal con sanciones, que pueden llegar a la pena de muerte por lapidación. Pero sobre todo lo establecido como puro e impuro se trata de moldear con la mayor precisión posible, pues esa pureza externa es el salvoconducto para participar del culto en el Templo.
La descomposición de los cadáveres, las enfermedades de la piel y la lepra de modo especial, preocupaban y se disponían normas muy estrictas. En torno a la lepra cundía el temor de la maldición divina sobre el afectado. El leproso es un excluido o excomulgado de la comunidad, y tiene que permanecer al margen del campamento o de la ciudad, en un lugar apartado. La reintegración de alguien afectado por una dolencia que pareciese lepra, tenía que pasar por la supervisión del sacerdote, realizar los ritos de purificación y llevar a cabo la ofrenda prescrita.
En tiempos de JESÚS, la pureza ritual seguía siendo norma social, que decía con quién se podía relacionar el judío ortodoxo. Entrar en casa de paganos, gentiles o publicanos estaba reprobado, y sentarse a la mesa con cualquiera de ellos y aceptar su hospitalidad era inaceptable. Si el anfitrión era un publicano, el caso podía interpretase como alta traición al Pueblo elegido. JESÚS relega las purificaciones rituales para las comidas con los propios judíos a una cosa accesoria, y eso le acarrea severas críticas, que irán acumulándose en su contra hasta terminar en la Cruz. No es exagerado decir que JESÚS es ajusticiado por los rigoristas que toman como bandera y excusa la propia Ley, de la que el Levítico es el principal texto regulador. Dice san Pablo, en Gálatas, que “JESÚS nació bajo la Ley, de Mujer, para rescatar a todos los que estaban bajo la Ley; y por la Gracia hacernos hijos de adopción” (Cf. Gal 4,4); pero se podría completar y decir, que JESÚS nació bajo el imperio de la Ley, y fue esa misma Ley, la que le dio muerte, pues las falsas acusaciones contra ÉL se sustentaron en la fuerza de la misma Ley.
Otros pueblos y lugares
Los caminos de la alta y baja Galilea señalan los ámbitos de la evangelización, que trae la llamada a la conversión para entrar a formar parte del Reino de DIOS (Cf. Mc 1,15). JESÚS da los pasos iniciales de su misión, buscando una renovación desde dentro de la religión de sus antepasados, y acude en primer término a la sinagoga. Cerca de la sinagoga está la casa de Pedro, que prefigura la nueva Iglesia de JESÚS, en la que se predica y devuelve la salud a toda clase de enfermos muchos de ellos abrumados por el dolor y sufrimiento de enfermedades incurables. Al final de este capítulo primero, JESÚS realizará su misión, también, en espacios abiertos, al descampado, añadiendo más fuerza a la universalidad del Mensaje. El Evangelio supera los límites de la religión oficial y de la misma convención social.
El encuentro con el leproso
“Se acerca un leproso a JESÚS, y suplicándole de rodillas le dice: si quieres puedes limpiarme” (v.40) El leproso tenía que vivir fuera de la ciudad, vestirse con harapos y hacerse notar gritando,: ¡impuro! Pero este leproso rompe con las normas y se acerca a JESÚS lo suficiente para que ÉL lo toque. Cierra el primer capítulo de Marcos este episodio y deja planteado el escenario futuro de JESÚS en cuanto a su misión. El leproso se postra de rodillas; pues, sin duda alguna, le habían llegado noticias de las curaciones realizadas por JESÚS en las aldeas del entorno. Suplicar de rodillas es una actitud de máxima humillación. El hombre religioso judío sólo se ha de poner de rodillas ante DIOS. Aquel, JESÚS, transmitía una presencia que sobrepasaba los límites de lo humano por los efectos de sus palabras y signos realizados. Aquella enfermedad mortal unida a la fama que se iba extendiendo sobre JESÚS movió al leproso a romper todas las barreras sociales y religiosas. Nosotros haremos bien en trasladar esta escena del leproso al campo netamente espiritual, pero eso es otro tema.
JESÚS supera la Ley
“JESÚS compadecido de él, le dijo: si quiero queda limpio”(v.41). A veces es una palabra, en otras ocasiones pone barro en la zona afectada como en el caso del ciego de nacimiento (Cf. Jn 9,6-7); aquí fue el gesto del brazo extendido y de la mano que toca al leproso, la señal externa del milagro. En alguna ocasión la Fe del que solicita el favor de DIOS recibe la gracia pedida, sin gesto alguno por parte de JESÚS como fue el caso de la curación del criado del Centurión romano (Cf. Lc 7,1-10); o de la hija de la mujer del territorio fenicio (Mc 6,24-30). El poder de JESÚS actúa merced a su compasión: JESÚS se compadeció de él. JESÚS se definió a SÍ mismo como “manso y humilde de corazón” (Cf. Mt 11,29) El Reinado de DIOS va notándose con intensidad a través de las predicaciones y signos de JESÚS, porque carga sobre SÍ las dolencias de las personas (Cf. Is 53,4). Por su humildad, JESÚS, permanece unido en todo momento con el PADRE en su santa y amorosa voluntad. En su mansedumbre, JESÚS, no esquiva el dolor y el sufrimiento de las gentes aplastadas, en muchos casos, por causas imposibles de superar. El leproso de este pasaje es un representante de todos los leprosos del mundo, en el sentido continuo del tiempo. Y aquella lepra no era sólo el resultado del bacilo de Hansen. Este hombre está representando a toda la humanidad que carga con todo tipo de males físicos y morales. JESÚS no se mantiene a distancia de la miseria humana, de la corrupción, de las situaciones calificadas por nosotros de imposibles. Si JESÚS no toca la condición humana doliente y sufriente no hay salvación, porque no existe otro poder real para resolver la corrupción que nos afecta. No estamos sólo ante el pecado, sino ante los efectos aniquiladores del pecado: esos efectos dan como resultado la corrupción. Esto último no quiere decir en absoluto, que la lepra o cualquier otra enfermedad sea consecuencia directa del pecado personal; tan sólo pretendo señalar el carácter representativo del leproso de este pasaje.
En nuestro tiempo, alguien sacaría un móvil y recogería la escena en una foto, divulgándose por todas las redes, y llegando de forma inmediata a oídos de las autoridades religiosas, pues de momento las instancias políticas no perciben peligro alguno. Los romanos se habían acostumbrado a las extrañas creencias de aquellas gentes judías. Ahora aparecía un predicador con un discurso de paz, reconciliación y amor fraterno; por tanto, ningún motivo de inquietud para el Imperio. Otra cosa muy distinta comenzaban a percibir las autoridades religiosas judías.
JESÚS no hace magia
“Al instante le desapareció la lepra y quedó limpio” (v.42). El ilusionismo produce efectos ficticios al instante: lo irreal es su mundo. Pero la instantaneidad que genera salud sólo puede venir del poder extraordinario de DIOS. Hay personas que participan de dones carismáticos de sanación, pero los efectos de esta gracia tienen un carácter diferente y la recuperación de las dolencias, en el caso de verdaderos carismas, no es instantánea. Esta instantaneidad es una característica del poder del VERBO. Por otra parte la petición del leproso y la respuesta de JESÚS pueden tener dos significados distintos y complementarios: la limpieza pedida y concedida puede ser entendida en cuanto limpieza ritual; y la otra vertiente se la concedemos al aspecto de la curación física. El leproso no le pide a JESÚS que le cure la lepra directamente, sino que pone el acento en la impureza que le impide la pertenencia al Pueblo elegido dada su excomunión formal. Pero la acción de JESÚS realizó al instante las dos vertientes de la sanación: la curación física y la desaparición de la impureza. Aquel hombre estaba limpio sin necesidad de todas las abluciones prescritas por la autoridad religiosa.
Periodo transitorio
JESÚS no quiere quemar etapas, y los acontecimientos deberán suceder por su propio desenvolvimiento. JESÚS sabe que el enfrentamiento con las autoridades judías va a ser inevitable con un incremento progresivo de la tensión, pero de momento, en sus primeros pasos, es aconsejable la discreción. De esta forma, “al instante”, despide al leproso curado: “advirtiéndole severamente: Mira, no digas nada a nadie, muéstrate al sacerdote, y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés, para que le sirva de testimonio” (v.44). JESÚS no quería romper ni con la sinagoga, ni con el Templo, pues formaban parte de las instituciones que habían hecho posible el mantenimiento de la Ley, con todas sus deficiencias, y de las promesas. Estas instituciones religiosas sostenían las Escrituras, en las que se recogía la Revelación sobre los tiempos mesiánicos y la figura del MESÍAS, por tanto, no era lícito desmantelar las instituciones sin darles el tiempo necesario para su renovación interna. Algunos años más tarde la cerrazón de las autoridades religiosas provoco el colapso del Templo y la dispersión de la ciudad santa; Jerusalén. Las tropas de Vespasiano y de su hijo Tito demolieron la Ciudad Santa y su Templo. Pero antes de todos esos acontecimientos, se mantuvo por parte de JESÚS y sus seguidores la intención de agotar todas las posibilidades. La cuestión era y sigue siendo la aceptación de JESÚS como el MESÍAS esperado.
En una fracción de tiempo
En un instante Pedro y Andrés, Santiago y Juan, lo dejan todo y siguen a JESÚS (v.19-20). En un instante desaparece la lepra del hombre enfermo, y “al instante, JESÚS advierte con severidad al que ha sido curado, de no hablar de ello a nadie” (v.43-44). Estos instantes enigmáticos reflejan momentos de una especial revelación, pues basta un instante para el entendimiento de las cosas por el conocimiento revelado. En un instante el poder de DIOS se manifiesta en el leproso y queda absolutamente curado. Y en un cambio de actitud por parte de JESÚS, Marcos señala la severidad con la que JESÚS habla al leproso. ¿Qué está contemplando JESÚS en ese instante? ¿Contempla, acaso, la trascendencia del prodigio realizado? Las curaciones descritas, hasta ahora, en este primer capítulo no recogen la presencia de leproso alguno, y nadie tuvo que desplazarse a Jerusalén para realizar los sacrificios en el Templo por la purificación y rehabilitación religiosa y social. La curación del leproso al final de este capítulo uno, en san Marcos, marca un verdadero punto de inflexión: a partir de ahora la misión entraría en un creciente estado de tensión con las autoridades religiosas, y JESÚS lo contempló. No fue su estilo esquivar las dificultades, pero tampoco le era permitido actuar de forma desaprensiva. La prudencia se imponía y de ahí su severa advertencia al hombre curado, que resueltamente no obedeció la consigna dada por JESÚS. Pareciera que la providencia del PADRE permitiese un factor más en el juego de libertades, con el que JESÚS tenía que contar.
Una situación paralela, tiene lugar en la “Boda de Caná” (Cf. Jn 2,1-11) con la falta de vino en aquella celebración, y la intermediación de MARÍA señalando el hecho: “no tienen vino”. La respuesta de JESÚS es también enigmática: “qué nos va a ti y a MÍ, MUJER; aún no ha llegado mi Hora” (Cf. Jn 2,4). MARÍA alcanza el significado último de la actitud de su HIJO, y les dice a los criados, que hagan lo que ÉL les mande (Cf. Jn 2,5). Sabemos el resto de la escena, que concluye con la confirmación de la Fe de los discípulos, pues JESÚS manifestó su gloria (Cf. Jn 2,11). Pero el evangelista san Juan sitúa en este capítulo dos, por si fuera poco, la expulsión de los vendedores del Templo, que podía representar un verdadero terremoto para JESÚS, pero ÉL lo afronta con toda su autoridad mesiánica (Cf. Jn 2,13-22). De una u otra forma era inevitable la confrontación con las autoridades religiosas, que iban a determinar el desenlace de los últimos días de JESÚS en este mundo.
Un evangelizador furtivo
El hombre recién curado se pone a divulgar el hecho de su curación con todo entusiasmo (v.45). La cosa no era para menos, pues un leproso era alguien que veía como su sentencia de muerte se iba ejecutando de forma paulatina, y en todo ese recorrido tenía que soportar la absoluta exclusión social, que supone otro tipo de muerte. La lepra era el mismo infierno en su propio cuerpo. Por tanto, la cosa era para gritar de entusiasmo y hablar del hecho a todo el mundo. El leproso se había convertido en un testigo poderoso del mismo poder de JESÚS. Parece ser, que de forma momentánea, JESÚS no podía entrar en las ciudades y aldeas y se quedaba en descampados, pero acudían de igual modo las multitudes para escucharlo y presentarles a los enfermos (v.45). Con este breve sumario termina el primer capítulo. El segundo capítulo devuelve a JESÚS al escenario de Cafarnaum, pero ahora teniendo en frente la supervisión de los fariseos, pero eso queda para otro domingo.
San Pablo, 1Corintios 10,31-11,1
“Sed imitadores míos, como yo lo soy de CRISTO” (v.1). Esta es la conclusión de la segunda lectura de este domingo, y constituye el punto conclusivo de todas las recomendaciones, que el apóstol propone a lo largo del capítulo diez. Al modelo cristiano le precede en el tiempo lo vivido por el Pueblo en los siglos anteriores. Todo aquello formó un cuerpo sólido de la Historia de la Salvación; pero dice el apóstol que todo lo anterior “sucedió en figura”, pues las realidades pertenecen al tiempo cristiano (v.6). Ahora san Pablo se ofrece a los de Corinto como modelo a seguir, porque él tiene recta conciencia de ser discípulo de JESUCRISTO. El apóstol no recoge en sus escritos, por otra parte, episodio alguno del ministerio público de JESÚIS. Lo que subraya con toda intensidad es el hecho capital de la muerte y Resurrección de JESÚS, por lo cual somos salvados. La Fe en CRISTO muerto y Resucitado es el Evangelio de san Pablo. El apóstol vive de modo radical la experiencia cristiana: su conversión se produce por un encuentro con el SEÑOR, que en un instante cambia su vida ciento ochenta grados; fruto de esa experiencia, reconoce la absoluta centralidad de la Cruz y la Resurrección para establecer la vivencia de la Fe; y, en tercer lugar, la acción y presencia del ESPÍRITU SANTO acompañan sin tregua toda su misión y vida posterior a su conversión. La acción realizada por la Gracia en la persona de san Pablo fue única en la historia del Cristianismo. Por todo esto, la llamada de san Pablo a tomarlo como modelo no viene de un narcisismo espiritual, pues el “aguijón en la carne” (Cf. 2Cor 12,7)le obligaba a tomar conciencia de su gran debilidad, si le faltaba la Gracia. San Pablo conocía mucho de la condición humana, y sabía que los modelos de comportamiento son básicos para el desarrollo personal. El modelo perfecto es CRISTO, pero la acción de la Gracia mantiene una vía de signos, entre los que están los distintos modelos de comportamiento personales. Padres, profesores, maestros, distintos tipos de autoridades sociales, sacerdotes y personas cercanas ejercer un papel ejemplificador de primer nivel. Los valores, virtudes y pautas de comportamiento se van fijando en la persona gracias a los modelos dados en la infancia y elegidos cuando se toman decisiones personales. Los dirigentes sociales, aquellos que ejercen algún tipo de influencia social, se preocupan minuciosamente de crear los modelos de conducta, que canalicen los modos de actuación de las personas particulares y de la sociedad en su conjunto. San Pablo no quiere que lo sigan a él, sino que los de Corinto encuentren a CRISTO; pero él es una señal en el camino, y una referencia segura.
“Ya comáis, ya bebáis, hacedlo todo para gloria de DIOS” (v.31). Se planteaba entre los de Corinto el problema de qué hacer con las carnes vendidas en el mercado, que habían sido ofrecidas en cultos idolátricos. San Pablo no pone objeción alguna a que esas carnes se compren y sean consumidas por los cristianos, a pesar de haber sido ofrecidas a los ídolos tras los cuales están los espíritus de las tinieblas. Pero establece el apóstol una excepción: la consideración reticente o escrupulosa de un hermano en la Fe o de otra persona, pues si para estos hermanos resulta escandaloso consumir este tipo de carnes, entonces el que se considere con una Fe más sólida también se abstendrá. Coincide san Pablo con lo expuesto por san Marcos en su capítulo siete, en el que JESÚS declara puros todos los alimentos. Es un acto de gran caridad ceder en lo que personalmente se podría realizar, por no perturbar la sensibilidad religiosa del hermano.
“Lo mismo que yo, que me esfuerzo en agradar a todos en todo, sin procurar mi propio interés, sino el de la mayoría, para que se salven” (v.33). San Pablo está diciendo en estos versículos, que no todo en la Iglesia de JESUCRISTO es fijo, inamovible y dogmático. Este texto debiera ser leído por distintos sectores eclesiales, que ven en cualquier modificación secundaria un gran atentado a las raíces de la Fe, promovido por los modernistas infiltrados, que pretenden dinamitar a la Iglesia desde dentro. En los momentos de crisis social y eclesial, los rigoristas afloran cargándose de razones, y atribuyendo las causas de los posibles problemas en la Iglesia a cuestiones, que en nada son motivos para los males señalados. Sólo un ejemplo: la comunión en la mano. En la plataforma de internet, youtube, proliferan los garantes de la ortodoxia, atribuyendo a la comunión en la mano la mayor parte de los males que se pudieran señalar en la Iglesia. La normativa actual, que viene de años atrás, da a elegir el modo de recibir la sagrada comunión: de rodillas y el la boca; de pie y en la boca, y de pie y en la mano. Cuando se opta por esta última modalidad, el fiel tiene que consumir la forma en presencia del ministro de la comunión. Ahora con el COVID 19, por razones obvias, las conferencias episcopales han determinado que la comunión se reciba en la mano. Pues los adeptos de las posturas integristas afirman que la comunión debe recibirse en la boca, porque no existe peligro alguno, y la concesión de recibirla en la mano es una forma de socavar la integridad de la Santa Misa. Otro tanto se difunde ante la decisión del papa Francisco de ministeriar acólitas y lectoras, como si en la práctica no se viniera realizando el servicio por parte de mujeres en cuanto a la proclamación de las lecturas en la Santa Misa, y la distribución de la comunión. Lo que mina o dinamita a la Iglesia por dentro es el establecimiento de castas de perfectos, que ven la decadencia por todas partes, excepto por la suya. Naturalmente que es preciso discernir, y analizar con rigor las cuestiones que nos atañen, pero hagámoslo en la caridad cristiana.
Pablo Garrido Sánchez.