El diácono y jesuita segoviano Daniel Cuesta Gómez se está convirtiendo en una autoridad en religiosidad popular con sus libros sobre este tema como Luces y sombras de la religiosidad popular (aquí) y La procesión va por dentro (aquí).
Recientemente presentó en Roma «Luces y sombras de la religiosidad popular», en la iglesia «española» de la Ciudad Eterna, dedicada a Santiago y la Virgen de Montserrat. Le acompañaba el cardenal arzobispo emérito de Sevilla, Carlos Amigo Vallejo, que como tal ha conocido de cerca la vitalidad de la religiosidad popular andaluza. Por su parte, Daniel Cuesta sintió nacer su vocación a la vida religiosa en la hermandad de San Andrés, en la Semana Santa segoviana.
El cardenal recordó que «en la religiosidad popular no solo hay elementos religiosos, sino sociales y culturales” y que “cuando el cristiano se pone frente a una imagen, esta desaparece para mostrar lo que verdaderamente representa, y permite expresar el dolor, el gozo, el sufrimiento o la alegría ante ella”.
«Antes que cofrade, uno es cristiano»
Como punto débil de esta espiritualidad está su excesiva dependencia de unas fechas limitadas -Semana Santa, Corpus Christi o fiestas patronales- y por eso el cardenal animó a seguir trabajando en «concienciar a las hermandades, agrupaciones y feligresías que el cofrade, antes que cofrade es cristiano y debe ser responsable de lo que significa pertenecer a la iglesia”.
Como punto fuerte, recordó que muchas hermandades realizan un gran trabajo caritativo y asistencial que pasa desapercibido porque no presumen de ese trabajo como sí lo hacen de sus adornos e imágenes.
El cardenal cree que con los confinamientos del coronavirus ha crecido la devoción popular sin salir a la calle. “La gente se ha sentido muy sola en este confinamiento, y llevar la estampa de la patrona de su pueblo o besar la estampa de su imagen cofrade les ha permitido reafirmar su fe”.
Un joven experto enamorado en religiosidad popular
Daniel Cuesta Gómez (Segovia, 1987), jesuita, cofrade, bien formado en Historia del Arte, Humanidades y Teología, y en pastoral juvenil, no deja de señalar la importancia de la religiosidad popular.
«No son solo las procesiones ni la Semana Santa, sino mucho más. Es difícil de definir, porque comprende también la imagen de la Virgen que tiene una persona en casa, o la estampa en la mesilla de noche de un hospital, hasta cualquier romería», recuerda.
Su último libro analiza esta religiosidad desde el magisterio de los últimos Papas y del Concilio, «para mostrar sus oportunidades de una manera realista».
Las devociones populares, dice, «suponen de alguna manera un freno a la secularización que vivimos en España. Podrá ser un modo más o menos perfecto, pero la realidad es que hay mucha gente que se encuentra con Dios y con la Iglesia a través de ella», afirma. «Sitúa la fe en la plaza pública y muchos viven en este escenario su fe, eso es innegable».
Para el autor, este fenómeno «nos desconcierta como Iglesia porque es muy potente y muy rico», pero tiene claro que con él «Dios nos quiere decir algo y nosotros tenemos que saber cómo acompañarlo y vivirlo»
Entre los riesgos de esta religiosidad, señala los siguientes:
– lo que Pablo VI llamaba “formas culturales sin adhesión a la fe”
– superficialidad,
– individualismo
– afán de protagonismo,
– la secularización «que quiere secar nuestra cultura religiosa»
Así, las obras religiosas, al pasar a un museo, pierden «su alma religiosa», y lo mismo puede pasar cuando se presentan como «algo meramente antropológico, turístico y social».
Por eso exhorta: «Tenemos que defenderla de quienes quieren secularizarla, y cuidarla desde dentro para no jugar con la fe de muchas personas».
Daniel Cuesta Gómez en una procesión; este jesuita experto en devociones populares vio nacer su vocación en su hermandad de Segovia
Devoción desde niño
Entrevistado a finales de enero por el Diario de Jerez recuerda su infancia en Segovia. «Empecé a salir en procesión con seis años recién cumplidos, llevando un farolillo con una vela de cera para acompañar al Cristo Yacente de la Catedral de Segovia. Se trata de una imagen impresionante de Gregorio Fernández, una obra barroca que conmueve a todos los que rezan ante ella en su capilla durante el año, y que sobrecoge y hace derramar muchas lágrimas a los que la ven pasar en procesión».
Sobre las diferencias entre la Semana Santa castellana y la andaluza pide matizar sin exagerar. Son, dice, «dos celebraciones con una misma esencia (la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo) pero dos modos de expresarse muy diferentes. Los tópicos dicen que la Semana Santa castellana es austera, rigurosa y penitencial, mientras que la andaluza está revestida de un carácter más festivo. Creo que estos tópicos, teniendo algo de verdad, son también muy matizables».
«Muchos de los que dicen que la Semana Santa en Andalucía es más jovial que en Castilla, olvidan que cuando el Nazareno del Silencio (por poner el ejemplo de una Hermandad a la que pertenezco) sale a la calle en la Madrugada del Viernes Santo sevillano, el ambiente no puede ser más silencioso, devoto, riguroso y penitencial. Y, por poner un ejemplo castellano, creo que la escena de las familias reunidas para merendar en las inmediaciones de la Catedral de Zamora (tradición que se produce desde tiempo inmemorial mientras los pasos hacen “fondo” para descansar), muestra que la Semana Santa castellana también es una fiesta», añade.
Más aún, «estudiando me di cuenta de que en realidad estas dos maneras de ver la Semana Santa que hoy conocemos de una manera estereotipada, son en realidad algo mucho más reciente de lo que nos imaginamos, puesto que vienen de la época del Romanticismo. Si se consulta los documentos antiguos, y las publicaciones de los estudiosos, uno se da cuenta de que durante el Renacimiento y el Barroco las procesiones de Semana Santa en Castilla y Andalucía eran prácticamente iguales en su formato (aunque con sus peculiaridades, claro está)».
Duelo solemne y lujoso: es por el Rey de Reyes
Así, durante el Barroco, tanto en Andalucía como en Castilla las procesiones estaban «rodeadas de un ambiente penitencial y de oración. Estaban marcadas por el rigor del luto y del silencio roto por las voces y los instrumentos musicales que marcaban no solo el paso, sino también el tono del desfile procesional. Pero, tanto en Castilla como en Andalucía, estas procesiones eran lujosas, puesto que el fasto no estaba reñido con el rigor del luto y la penitencia. Hay que pensar que se trataba del duelo por el Hijo de Dios, por el Rey de Reyes, y por tanto debía de hacerse con toda la solemnidad posible».
Por eso, «en las procesiones castellanas no faltaban los pasos tallados y dorados por grandes maestros, los bordados, la orfebrería y tantas otras cosas que solemnizaban la procesión. Esto en el fondo es algo lógico, puesto que, si el ajuar y la decoración de las iglesias eran exuberantemente barrocos, ¿cómo no iban a serlo también las procesiones?»
Un cambio histórico llegó cuando a finales del s.XVIII el rey Carlos III, llegado de Italia, empezó a atacar la Semana Santa. «Esto, unido a la crisis que azotó a Castilla posteriormente, hizo que las cofradías castellanas tuvieran que malvender su patrimonio para poder salir a la calle. Básicamente ahí nace lo que hoy conocemos como “austeridad castellana”, que nunca fue tal. Después, el Romanticismo empezó a dibujar estos dos tópicos, espoleando a los miembros de las hermandades de barrio andaluzas a no reprimir los sentimientos y dar a la Semana Santa el carácter de una fiesta. Y así, hoy día conocemos estas dos celebraciones de una manera diversa a como eran en origen», detalla el autor.
Caridad cristiana auténtica
Sobre la espiritualidad de raíz popular, señala que «mi experiencia personal es que, tanto en la Iglesia como en la religiosidad popular (que es una realidad eclesial, no lo olvidemos), me he encontrado con personas de una fe profundísima, un espíritu evangélico hondo, y una vivencia de la comunidad y la fraternidad cristiana impresionantes. Los conozco con nombres y apellidos y he vivido con ellos muchas historias que me hacen constatar que el Espíritu de Dios está vivo y sigue actuando en la Iglesia y en la religiosidad popular, pese a lo que digan algunos. Por ello, creo que sus vidas y sus testimonios son la mejor manera de afrontar estas críticas y también de contagiar a otros de este espíritu evangélico que late en el corazón de aquellos que viven su fe con profundidad y radicalidad».
Pone el ejemplo de las cofradías y hermandades durante la pandemia: «el testimonio de aquellas religiosas y mujeres de cofradías que se han dedicado a hacer mascarillas, aquellos jóvenes cristianos y cofrades que han repartido alimentos por las casas, llamado por teléfono a los que están solos, etc. En definitiva, hay personas que no responden al espíritu evangélico en la religiosidad popular y en la Iglesia (y hacen mucho ruido), y luego hay otras muchas personas que, de manera silenciosa, responden».
Para seguir durante otros largos meses de pandemia pide acudir a «la oración, la fraternidad (que lleva de suyo la solidaridad) y la paciencia. […] Toca tener mucha fe y mucha paciencia, para cuidar los unos de los otros siguiendo el modelo del Señor Jesucristo y pidiéndole a Él la fuerza y la creatividad para llevarlo a cabo».