Para las personas interesadas en la política y los cambios económicos transcurridos en este transito generacional debe de ser de su atención observar como la dicotomía izquierda-derecha ha sufrido un trastorno importante al comparar ambos círculos ideológicos con sus respectivos antecedentes. Y es que las ideas y teorías dominantes para cada una parecen haber abandonado su “ortodoxia” para avanzar a posiciones más ad hoc a las profundas transformaciones de la sociedad dentro de la democracia liberal.
Así como apuntaba Gómez Dávila, en la nueva izquierda parece ya no haber espacio para la ortodoxia marxista, es más, parece no haber lugar para la figura de Marx, el cual a trascendido a una mera reminiscencia para la izquierda política.
Esta izquierda post-marxista resultaría una locura para quienes han rastreado a sus intelectuales y movilizadores de masas, pero la realidad es que solo la forma se ha mantenido: el materialismo, la dialéctica, la lucha de clases, la teoría revolucionaria y el socialismo científico ya no logran satisfacer completamente al izquierdista contemporáneo. La propuesta de la interseccionalidad toma la dialéctica entregada en el siglo XIX para construir un nuevo sistema más allá del economicismo que explicaba los modos de producción históricos, sino que abarca ideas surgidas gracias los movimientos de la 2da mitad del siglo pasado, especialmente en psicología y sociología, para establecer movimientos como el feminismo o el LGBTismo. La pugna por la lucha de clases parece funcionar más como un punto de referencia más que la bandera de resistencia por parte de los nuevos colectivos. Por eso no es de extrañar la tremenda sectarización presente dentro del movimiento.
Para aquellos en la derecha la situación no es ni por poco mejor que su contraparte, el movimiento del momento está permeado por la aparición del pensamiento neoconservador, con una defensa totalmente comprometida a proteger los nuevos valores y principios establecidos por la revolución, o globalización, del siglo XX. La popularización de la ola “libertaria” extendida gracias a internet representa un paso adelante hacía el economicismo materialista, dejando atrás las débiles bases que representaban la filosofía deísta y agnóstica de la vieja derecha política. La secularización promovida por estos “nuevos conservadores” es el sueño de los izquierdistas de antaño que anhelaban la ausencia de la iglesia en la esfera política, separada por una cortina de hierro de la vida democrática, dedicada solamente a los servicios religiosos y dar “sermones”. Por otro lado, las reinvención de la económica neoclásica a través de la escuela austriaca para atrapar la atención de aquellos opuestos a la economía centralizada, pero sin salir de la esfera de pensamiento liberal, terminando por encontrar culpables a todos los males económicos apuntando al “estatismo” o “socialismo” y cuando sus axiomas son criticados, la utopía del viejo liberalismo ha vuelto en la forma ultima de la democracia liberal.
Nuestra consigna sigue siendo la misma. En vista del crecimiento agigantado de las corporaciones que obtienen cada vez más poder que la mayoría de los Estados del mundo y de las superpotencias que tienen en la palma de su mano la voluntad de decidir el futuro de sus socios y enemigos no podría verse ahora más que nunca que el verdadero bienestar social no puede hallarse en cualquiera de los frutos del liberalismo, llámese capitalismo o liberalismo, el sujeto puede elegir más allá que ser esclavo del capital privado o del Estado. Hoy más que nunca la prensa oficialista y sensacionalista, los círculos intelectuales influyentes, los medios de entretenimiento y el burgués manifiestan sin restricción su odio contra la pequeña propiedad, la familia que depende de ella y al hombre que se declara dueño de su trabajo.