La Tierra ha completado su giro alrededor del sol con los trescientos sesenta y cinco días que duró el dos mil veinte, y les añadimos seis horas más que computamos dentro de cuatro años con un mes de febrero de veintinueve días. Parece que el planeta no se mueve y viajamos a una considerable velocidad por minuto, tanto en la traslación alrededor del Sol como en el giro sobre el propio eje en la rotación. Magistral, pues parece que no se mueve nada, y sólo cuando las sombras se alargan nos damos cuenta que algo ha cambiado; pero todo queda dentro de una jornada que marca el ritmo de nuestra rutina diaria. A pesar del COVID nos damos tiempo para comenzar de verdad la actividad del dos mil veintiuno. Hay que ver todavía a los niños jugar con los regalos que los Magos les han traído. Nosotros, un poco más adultos, no debemos perder la ocasión de jugar a los buenos deseos para el año, que de forma pausada, va dando los primeros pasos: la Tierra de momento no se detiene y sigue la danza cósmica propia de un planeta que se mueve con su estrella en la inmensidad de un espacio cuyas magnitudes producen vértigo. El planeta azul aparece como una insignificancia dentro de este gran Universo que medimos torpemente en años luz: miles de millones de años luz, sabiendo que un año luz es el número resultante del recorrido de la luz durante un año a trescientos mil kilómetros por segundo. Al final, nos rodea un espacio y un tiempo inconmensurables.
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Aunque se tiene pensado disponer de plataformas estables con población, tanto en la Luna como en Marte, sin embargo todavía no se considera factible habilitar esos espacios cósmicos como lugares de vida permanente, pues eso llenaría de ilusión a determinados grupos. Los riesgos de irse a vivir a otros lugares en el espacio conocido producen, de momento, un cierto desaliento. Las plataformas mencionadas estarán en función de la obtención de minerales que en la Tierra podrían constituirse en fuentes de energía con una gran rentabilidad económica. Cómo ve el lector la pela es la pela, que diría un catalán: lo de siempre.
Aquí, casi perdidos, en la inmensidad del cosmos, los humanos nos sentimos dioses, diosecillos, elfos, ninfas o trasgus. Este es un espectro con malas pulgas que deambula, dicen, por la zona cantábrica de nuestra querida España. Pero algo más cristiano y recomendable nos ayuda en estos días como es la celebración de la fiesta de los Magos, que no sabemos si eran tres o trece, aunque los tenemos cuantificados por los regalos, e identificados por sus túmulos en la catedral de Colonia, en Alemania. Sin ellos, por otra parte, nuestra Navidad estaría lánguida, pues son depositarios de los deseos más nobles de pequeños y mayores en nuestro mundo occidental. Para el mundo judío aquellos Magos eran gentiles, que, de forma sorprendente, adoraron al SEÑOR, y quedaron para la posteridad como modelos de personas oferentes, que dan lo valioso con un alto grado de contenido estético: oro, incienso y mirra. Tres ofrendas que simbolizan todos los regalos que podamos intercambiar entre nosotros; e, incluso, las ofrendas mismas que dirigimos al SEÑOR. Estos Magos han quedado como depositarios para todos los siglos de las peticiones buenas que formulamos a DIOS mismo o a otras personas. Los Magos nos ayudan a pedir lo imposible con una confianza de niños. ¡Ah!, ¿nos habíamos olvidado que la petición así dispuesta es una fuerza divina? No exagero. Volviendo a Galilea, recordamos: “pedid y se os dará, llamad y se os abrirá, buscad y encontraréis”. ¿Alguien piensa que estas palabras dadas por el MAESTRO son huecas? Los niños escriben la carta a los Magos de Oriente. Nosotros deberíamos escribir los grandes deseos para el año comenzado. No sólo los grandes deseos, sino las grandes necesidades ante los graves riesgos que se aproximan. Otros problemas inconvenientes ya están dando de sí en nuestro mundo con fuerza.
Tres son los ámbitos para formular nuestras peticiones: el individual y personal, el social y político; y el eclesial, en nuestro caso. El pensamiento se esclarece con la palabra, y esta se fija con la escritura, que da fe de lo que se dice y piensa. Pocas peticiones a los Magos para que nos traigan todo durante este año, sabemos que a condición de ser buenos. Se me ocurre pedir en lo personal: menos televisión y más reflexión. En lo social: trabajo justamente retribuido, que permita sostener a la familia. En lo político: que los gobernantes psicópatas se vayan y vengan aquellos que honradamente trabajen por el bien común. En el campo eclesial: que se acaben los fanatismos y prime en todo momento la Caridad, en el mismo sentido dado por san Pablo, y el evangelio de san Juan en su capítulo quince. Como verá el lector, no es pedir demasiado, pues para DIOS nada hay imposible. Esto último se lo dijo el Ángel a la VIRGEN y nosotros lo creemos a pie juntillas. Feliz año para todos, volviendo a Galilea.