Corentin creció en una familia atea. Uno de sus hermanos era alcohólico, y el drama que esto supuso le hizo desarrollar «un odio por el ser humano«.
A los 14 años descubrió que era, según sus propias palabras, «muy abierto de espíritu». Investigó en internet y esto le llevó a concluir que tenía «un don para el magnetismo«, una práctica ocultista de sanación.
«Curaba» a sus allegados y a sí mismo y eso le alegraba: «Era feliz de poder servir a los demás, me sentía útil», confiesa.
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El valor del agua bendita
Sin embargo, lo que le inquietaba e intrigaba de verdad era el más allá: «A los 24 años empecé a hacerles preguntas a mi mejor amigo, que era católico. ¿Qué hay después de la muerte? ¿Nos reencarnaremos? ¿Vagaremos por el mundo como espíritus?»
Su amigo le hablaba de Jesús, «de lo que hace por nosotros, de Su amor entregado al ser humano». Así que Corentin le pidió que le acompañase a una iglesia cercana.
«Al entrar en la iglesia, me asperjó con agua bendita… y al contacto con esas gotas sentí que me quemaba interiormente, pero un calor muy agradable. Sentí una paz inmensa y una dicha extrema, no quería irme del templo. Nunca había experimentado algo así, era algo nuevo para mí», recuerda.
El agua bendita es un sacramental que, con una buena disposición de quien la recibe -y Corentin la tenía, pues buscaba sinceramente la verdad-, produce gracias actuales que, en su caso, fueron las descritas y le predispusieron a recibir el don de la fe.
De hecho, su conversión fue radical y quiso bautizarse, así que su amigo le sugirió que acudiese a su párroco a pedir el sacramento.
No tardó mucho. A la mañana siguiente fue a ver al sacerdote de su parroquia, quien le interrogó sobre sus razones para solicitar el bautismo: «He comprendido el amor de Jesús por nosotros, que no salvó del pecado y de la muerte. Y deseo pertenecer a su mundo, deseo seguir a Cristo», dijo el joven, según relata en Découvrir Dieu.
Catecúmeno
Y esa es su situación actual: desde septiembre es catecúmeno, a la espera de un bautismo que quizá llegue en la Pascua de 2021, cuando cada año miles de franceses sellan su conversión al cristianismo.
Pero Corentin tenía una cuenta pendiente: «Durante la preparación del bautismo creí que debía ir a ver al sacerdote que se ocupaba de la preparación para hablarle de mi don del magnetismo». Así entendió que aquello «venía de fuerzas ocultas, no venía de Dios«: «Una noche, ante el Santísimo Sacramento, puse ese famoso don al pie de la cruz. Desde entonces ya no practico el ocultismo«.
Aquel «odio por el ser humano» que había desarrollado desde su adolescencia se esfumó: «Yo antes deseaba que desapareciésemos, consideraba que no éramos dignos de la vida. Hoy he cambiado completamente. Ahora amo la vida, y Jesús es para mí como un padre que nos enseña a amar, da valor a la vida y quiere absolutamente lo mejor para nosotros«.
Con información de Religión en Libertad/C.L.