Transcurrido el tiempo de la purificación de María, según la ley de Moisés, ella y José llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley: Todo primogénito varón será consagrado al Señor, y también para ofrecer, como dice la ley, un par de tórtolas o dos pichones. Y cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y fortaleciéndose, se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios estaba con él. (Lc 2, 22.39-40).
Todos tenemos una experiencia de lo que es la familia. Para muchos es un ambiente de amor, respeto, donde se conocen y practican los valores de justicia y solidaridad. Aunque para otros, la realidad es que en ella han tenido muchas carencias de aceptación y cariño y no se dio una buena educación para la vida.
La persona es, por naturaleza, un ser familiar. Le es debido en justicia tener padres y hermanos. Cada hombre y mujer tienen derecho a nacer en familia, a vivir en familia y a morir en familia, y esto les hace más humanos en sentido propio. Si alguien no alcanza este ser y este vivir en familia, tendrá indudables carencias en su vida. También por esta razón la sociedad tiene el deber de proteger y cuidar la familia. Es necesario que la familia siga siendo patrimonio de la humanidad.
¿Cuál es el panorama actual de las familias? En los últimos años la familia ha sido una de las instituciones más afectadas por los cambios sociológicos, como es la pobreza, la influencia de algunas ideologías, como la ideología de género; el atentado contra la vida humana por medio de la violencia, el aborto, la eutanasia, etc. Pensemos en la situación de las familias afectadas en este año por la pandemia del Covid-19, que ha causado muchos enfermos y la muerte de sus seres queridos; y además sufren la angustia del desempleo, de una economía frustrante.
En la exhortación apostólica La alegría del amor (No.32-49), el Papa Francisco enuncia, entre los problemas más importantes sobre la situación actual de las familias: el individualismo exacerbado; el entender a la familia como lugar de paso; afectividades narcisistas; la cultura de lo provisorio; y la sensación de abandono por el desinterés de las instituciones. Y propone que se den más motivaciones para optar por el matrimonio; ayudar a formar las conciencias; dar una atención especial a las situaciones de pobreza en que viven muchas familias.
La familia cristiana está llamada a ser una escuela de fe y amor, especialmente a través de estas tareas: Formar una comunidad de personas; participar en el amor de Dios y en su poder de Creador, y educar a los hijos hasta la madurez; participar en el desarrollo de la sociedad; participar en la vida y misión de la Iglesia. Quien tiene esta primera escuela de manera adecuada, logrará desarrollarse integralmente con grandes frutos.
Este domingo celebramos dentro de la fiesta de la Navidad a la Sagrada Familia de Jesús, María y José. Un modelo concreto para iluminar la vocación de las familias de hoy. En ella encontramos lo que es necesario para que nuestras familias sean una escuela de amor, fe, esperanza y de servicio. El matrimonio de José y María, su noble vocación de esposos y padres, llenos de fidelidad, sencillez, dando cada día lo mejor a favor de su hijo Jesús. Cada uno de ellos fueron creciendo en sabiduría, en santidad; su relación con la comunidad, con las leyes y tradiciones fue corresponsable y llena de generosidad, como lo recuerda el Evangelio de hoy: ella y José llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley: Todo primogénito varón será consagrado al Señor, y también para ofrecer, como dice la ley, un par de tórtolas o dos pichones. Y recordemos lo que hicieron para cuidar y proteger a Jesús en su infancia y adolescencia, hasta tener que emigrar a Egipto.
Sigamos comprometidos con el aprecio y cuidado de las familias de nuestro tiempo, con todos sus desafíos que se están dando, pero con la firme convicción que, si seguimos apostando por ellas como patrimonio de la humanidad, como Iglesia doméstica y escuela de fe y amor, estaremos en el camino para fortalecer no sólo el presente y futuro de la Iglesia, sino de toda la humanidad. Renovemos y fortalezcamos continuamente la labor pastoral de la familia.
La pastoral familiar debe hacer experimentar que el Evangelio de la familia responde a las expectativas más profundas de la persona humana: a su dignidad y a la realización plena en la reciprocidad, en la comunión y en la fecundidad. No se trata solamente de presentar una normativa, sino de proponer valores, respondiendo a la necesidad que se constata hoy, incluso en los países más secularizados, de tales valores (La alegría del amor, 201).
¡Feliz Navidad con la presencia y el testimonio amoroso de la Sagrada Familia!