Tú, Señor, eres nuestro padre y nuestro redentor; ése es tu nombre desde siempre. ¿Por qué, Señor, nos has permitido alejarnos de tus mandamientos y dejas endurecer nuestro corazón hasta el punto de no temerte? Vuélvete, por amor a tus siervos, a las tribus que son tu heredad. Ojalá rasgaras los cielos y bajaras, estremeciendo las montañas con tu presencia. Descendiste y los montes se estremecieron con tu presencia. Jamás se oyó decir, ni nadie vio jamás que otro Dios, fuera de ti, hiciera tales cosas en favor de los que esperan en Él. Tú sales al encuentro del que practica alegremente la justicia y no pierde de vista tus mandamientos Estabas airado porque nosotros pecábamos y te éramos siempre rebeldes. Todos éramos impuros y nuestra justicia era como trapo asqueroso; todos estábamos marchitos, como las hojas, y nuestras culpas nos arrebataban, como el viento. Nadie invocaba tu nombre nadie se levantaba para refugiarse en ti, porque nos ocultabas tu rostro y nos dejabas a merced de nuestras culpas. Sin embargo, Señor, tú eres nuestro padre; nosotros somos el barro y tú el alfarero; todos somos hechura de tus manos. (Isaías 63, 16b-17. 19b; 64, 2b-7).
Inicia un nuevo ciclo para celebrar el misterio salvador centrado en Jesucristo, de manera sobresaliente, al comenzar cada semana con la liturgia dominical. Es el primer domingo del tiempo del Adviento que nos va a preparar para conmemorar la encarnación de Cristo, fiesta que conocemos como la Navidad. Una oportunidad más para llenar nuestra vida y ambientes de renovada esperanza.
¿Qué motivos tenemos en esta época para esperar que la fe en Dios nos lleve a confiar en un cambio importante de nuestra vida personal y comunitaria preparando la celebración del nacimiento de Jesucristo? Los hechos de la realidad tienen hoy un peso muy fuerte que nos pueden llevar a responder que no se espera mucho del mejoramiento de nuestra vida y entorno social. Los problemas de violencia, inseguridad, una economía precaria y la crisis por la pandemia de salud del Covid-19 influyen de forma negativa para esperar pronto un cambio. Además, todo el peso de otros problemas que ya traemos de tiempo atrás; Vgr. un sistema de educación deficiente, familias desintegradas, la trata de personas, los atentados contra la vida humana, etc.
¿Somos conscientes que la gran mayoría, de una u otra forma, hemos colaborado para tener hoy esta realidad llena de sombras? El mensaje de la lectura primera de este domingo, tomada del profeta Isaías, nos da una razón por la cual estamos en esta situación, porque nos hemos dejado atrapar por la fuerza del mal, por nuestros pecados: Estabas airado porque nosotros pecábamos y te éramos siempre rebeldes. Todos éramos impuros y nuestra justicia era como trapo asqueroso; todos estábamos marchitos, como las hojas, y nuestras culpas nos arrebataban, como el viento. Hemos permitido que nuestras acciones guiadas por el mal desfiguren el rostro de Dios en la vida de nuestros hermanos. Mucha veces también hemos cerrado el corazón a Dios, no le hemos permitido un espacio en nuestra vida: Nadie invocaba tu nombre nadie se levantaba para refugiarse en ti, porque nos ocultabas tu rostro y nos dejabas a merced de nuestras culpas.
¿Cómo, entoces, estar dispuestos a confiar y colaborar para transformar este ambiente difícil y cargado de interrogantes y desconsuelo y participar activamente en su cambio?
El mismo texto de Isaías nos abre una nueva perspectiva para volver por el camino de Dios: Sin embargo, Señor, tú eres nuestro padre; nosotros somos el barro y tú el alfarero; todos somos hechura de tus manos. ¡Hermoso mensaje saber que Dios es nuestro Padre y un artesano único, que nos moldea con sus manos maravillosas para hacer una obra de arte de cada uno de nosotros!
El Adviento tiene por objetivo ayudarnos a despertar de este letargo influenciado por la fuerza de la oscuridad, del mal, de esos problemas fuertes enunciados que nos impiden reaccionar con fuerza, con determinación para llenar nuevamente de esperanza la realidad. Nos recuerda lo valioso que somos para Dios, esa obra de arte que no desea que se eche a perder. Es encender más luces en medio de la oscuridad hasta lograr debilitarla e incluso hacerla desaparecer. Es la gran oportunidad para renovar en serio la vida porque Cristo viene a salvarnos.
La propuesta es entrar en un dinamismo de preparación intensa que nos lleve a estar cada día haciendo ejercicio de vigilancia. Requiere que utilicemos los medios espirituales necesarios como es la oración, el encuentro con la Palabra del Señor, la Eucaristía; y, desde luego, la práctica de la caridad al estilo samaritano, que siempre será el signo por excelencia de los discípulos de Cristo. Debe ser el Adviento el tiempo para también revisar la vida de cada uno de nosotros en lo que tenemos que cambiar, purificar para no seguir colaborando en acciones de pecado, oscuridad, injusticias.
Pidamos a Dios nos llene de entusiasmo y entrega para iniciar o fortalecer el camino del cambio hacia una vida más llena de esperanza que nos lleve a reconocer plenamente a su Hijo Jesucristo que, con su encarnación, se hizo uno de nosotros para redimirnos.