La nueva unción

Hechos 2,1-11 Salmo 103 1Corintios 12,3b-7.12-13 Juan 20,19-23

Pablo Garrido Sánchez

Numerosas fiestas dedicamos a JESUCRISTO, una específicamente al ESPÍRITU SANTO y a continuación celebramos la fiesta de la Santísima TRINIDAD, que de forma implícita reconoce al PADRE. La distribución de las fiestas ofrece el diseño de nuestra Fe. Creemos en JESUCRISTO que nos revela quién es el PADRE, y lo aceptamos por el ESPÍRITU SANTO que nos lo confirma desde distintos ángulos. JESÚS, el HIJO, no cesa de referirse al PADRE con sus enseñanzas, parábolas y oración personal. El ESPÍRITU SANTO multiplica su presencia con diversidad de dones, carismas y todo tipo de gracias que van formando la Iglesia en marcha, o Pueblo de DIOS. Al celebrar el Pentecostés cristiano, reconocemos al Artífice de la obra de DIOS. La Fe pone delante de nuestra consideración a tres Personas que forman una unidad perfecta como único DIOS, pero se distinguen por las relaciones establecidas entre SÍ. El PADRE lo es, porque desde siempre -toda la Eternidad- engendra al HIJO. El HIJO es perfectamente uno con el PADRE con una piedad filial, que es el AMOR desbordado del PADRE hacia el HIJO, y de ÉSTE hacia el PADRE. Lo expuesto vale para referirnos a la TRINIDAD, pero nos ayuda a reconocer la importancia capital de la Tercera Persona de la Santísima TRINIDAD, de la que hoy celebramos su fiesta. Esta fría exposición no mueve los corazones pero da forma racional a lo que nos es dado fundamentalmente en el Nuevo Testamento y el Magisterio de la Iglesia a lo largo de los siglos. Los primeros tiempos de la Iglesia tuvieron que resolver las visiones o interpretaciones desviadas de la Revelación, que especifican nuestra Fe en el único DIOS, que es PADRE, HIJO y ESPÍRITU SANTO. A este punto de partida fundamental se debe añadir todo lo que concierne al HIJO, JESUCRISTO, que es nuestro único SALVADOR. DIOS en la persona de su HIJO vino a este mundo para redimirnos, y ese hecho trascendental no puede quedar relegado al olvido, la indiferencia o el desprecio. El ESPÍRITU SANTO, el verdadero TESTIGO de todo lo acontecido en la persona de JESUCRITO, tiene que venir de forma especial sobre los que reciben la misión de extender el Mensaje. DIOS mismo habla a las conciencias y corazones de todos los hombres. De forma paradójica, DIOS está dispuesto a tratar con los hombres a través de otros hombres, que previamente se vean ungidos por el Poder carismático del ESPÍRITU SANTO. El vehículo privilegiado será la predicación, pero el ESPÍRITU SANTO se reserva todos los medios posibles para establecer la Verdad de DIOS sobre los hombres. JESÚS refiere: “el ESPÍRITU SANTO vendrá y os conducirá a la Verdad completa” (Cf. Jn 14,26;16,13). Las obras de DIOS son complejas, y sólo ÉL conoce la trama interna de las mismas. La lentitud de los procesos establecidos es una apariencia o espejismo. La Verdad que la humanidad debe conocer parece difuminarse entre grandes sombras y caos, pero nada cae fuera del control del ESPÍRITU SANTO, que tiene la misión de mostrar la Verdad de JESUCRISTO a todos los hombres. DIOS piensa llegar hasta los confines del tiempo y del espacio con el insignificante número de Doce testigos. El libro de los Números, el cuarto de la Biblia, da cuentas de los israelitas dispuestos para la guerra, y superan los seiscientos mil (Cf. Nm 1,45-46). YAHVEH Sabaot -DIOS de los ejércitos- rebaja extraordinariamente el número de luchadores para el combate espiritual que en Pentecostés inicia su nueva fase.

Pentecostés

A pesar del rechazo que la ciudad terrena de Jerusalén hizo del MESÍAS enviado, DIOS reitera el cumplimiento de las Escrituras, haciendo que el ESPÍRITU SANTO prometido tenga también como lugar de manifestación la Ciudad de David -Jerusalén-. Para los judíos de aquel tiempo, Pentecostés representaba la conmemoración de la manifestación de YAHVEH a Moisés en el Sinaí, dándole el núcleo de la Ley, que iba a representar el fundamento religioso del Pueblo elegido. La Ley escrita en tablas de piedra va a ser grabada interiormente como Nueva Alianza por parte del ESPÍRITU SANTO, en este nuevo Pentecostés, como había profetizado Jeremías (Cf. Jr 31,31-34). El ESPÍRITU SANTO irrumpe inesperadamente para todos, y lo hace como el viento recio y fuerte, que obliga a desperezarse y a tomar firmes resoluciones, y su presencia es como el fuego dispuesto a reducir a cenizas el pecado y transformar a los hombres con incesantes gracias. Sólo unos pocos judíos podían esperar una fiesta de Pentecostés diferente de las celebradas en años anteriores. Los discípulos del RESUCITADO tenían motivos fundados para esperar que se produjese alguna novedad. JESÚS les había dicho: “no salgáis de Jerusalén hasta que recibáis la Promesa del PADRE” (Cf. Hch 1,4). Es el evangelista san Juan quien de forma abierta propone la doctrina del ESPÍRITU SANTO, que los discípulos van a recibir, condicionando el hecho a su partida y vuelta al PADRE (Cf. Jn 16,7). Hasta que el ESPÍRITU SANTO no alcanza a los discípulos, estos no saben lo que han de hacer con todo el legado que les dejó el MAESTRO. Cada discípulo y la Iglesia en su conjunto tiene que ir viendo la gran herencia espiritual dejada por JESÚS y llenarse de una fortaleza interior y vencer así las incertidumbres, miedos, y todo tipo de obstáculos. Con Pentecostés se termina el tiempo de la reclusión “por miedo a los judíos” (Cf. Jn 20,19).

Todos reunidos

“Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar” (Cf. Hch 2,1). A cincuenta días de la Cruz y la Resurrección, llega el ESPÍRITU SANTO para confirmar de manera definitiva “el Año de Gracia del SEÑOR” (Cf. Lc 4,19). Los cincuenta días después de la Pascua evocan también los cincuenta años que marcan el Año Jubilar: siete semanas de años. En el Año Jubilar, o Año de Gracia, las tierras vuelven a los propietarios originales, los esclavos son liberados y las deudas son canceladas. El ESPÍRITU SANTO prometido devuelve al hombre a su verdadera patria, entrando en su corazón; hace al hombre verdaderamente libre, al infundirle el sentido de la Verdad y el Amor; y cancela todas las deudas contraídas por el pecado por la vía de la conversión. Con la venida del ESPÍRITU SANTO en Pentecostés se aclarará el significado de las palabras, obras y persona misma de JESÚS de Nazaret, y de forma esencial lo referente a su Cruz y Resurrección. Desde el comienzo, el ESPÍRITU SANTO encuentra un cierto orden en la Iglesia de JESÚS, que se manifiesta en el sentido de “comunión” presente entre los integrantes: “estaban todos reunidos en un mismo lugar”. No sólo los Doce, como núcleo principal y representantes de las Doce Tribus, sino los ciento veinte mencionados versículos más atrás (Cf. Hch 1,15). A pesar de las grandes tensiones vividas en Jerusalén, JESÚS había realizado importantes y numerosas curaciones enseñando en el Templo en distintas ocasiones; por tanto también en Jerusalén a pesar de las autoridades religiosas había un grupo nutrido de seguidores. Por otra parte, los allí reunidos contaban con hermanos venidos de la Galilea. Teniendo en cuenta todo lo anterior, el número ciento veinte reunidos en oración con MARÍA, la Madre de JESÚS, es una cifra prudente.

El viento como metáfora

“De repente vino del Cielo un ruido como de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa donde se encontraban” (v.2). DIOS irrumpe con Poder en medio de todos los reunidos y deja sentir su Presencia para realizar en los presentes una profunda transformación especialmente en los Doce. Dos episodios relacionados con el Monte Sinaí dan luz sobre este momento: la Entrega a Moisés de la Ley (Cf. Ex 20,1-17); y la manifestación a Elías (Cf. 1Re 19,12-13). Para los israelitas la manifestación de DIOS en el Monte Sinaí resultaba insoportable, y le pidieron a Moisés que él mismo se entendiese con YAHVEH (Cf. Ex 20,18-19). Elías aprecia la presencia del SEÑOR como si de una brisa suave se tratara (Cf. 1Re 19,12-13). Ahora no están en el Monte Sinaí o en cualquier otro, sino que la elevación resulta estrictamente espiritual, en un marco doméstico, pues están reunidos en una casa, que podría haber sido la que utilizaron para la Última Cena. El viento o el aire se notan, pero no se ven; así también debemos entender esta imagen, que nos quiere transmitir la experiencia inequívoca, que aquellos tuvieron de la Presencia Poderosa de DIOS para que abrieran sus corazones al fuego transformador que los cambiaría en militantes por el Evangelio.

El fuego del ESPÍRITU SANTO

“Se les aparecieron unas lenguas como de fuego, que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos, y quedaron todos llenos del ESPÍRITU SANTO” (v.3-4). Un modo nuevo de estar del ESPÍRITU SANTO se produce elevando la conciencia y transformando el corazón. La extensión del Reino de DIOS surgido con JESÚS, empieza a ser posible, pues la pretensión del ESPÍRITU SANTO es encender de forma paulatina el corazón de todos los hombres. El conocimiento que proporciona el ESPÍRITU SANTO da la comprensión verdadera del Mensaje de JESÚS, su persona y obra, con un conocimiento especial de su Cruz y Resurrección. La Caridad del ESPÍRITU SANTO dispone a los discípulos a una entrega sin reservas a la obra de DIOS y al establecimiento de una nueva fraternidad, que tiene su base y raíz en el AMOR mismo de DIOS. Lo extraordinario y aparentemente alejado del mundo sobrenatural se hace inmediato. El receptor del Don del ESPÍRITU SANTO sabe que él y todas las cosas visibles e invisibles   están en DIOS, y “en ÉL vivimos, nos movemos y existimos” (Cf. Hch 17,28). Los discípulos reunidos en Pentecostés fueron arrancados por un tiempo de las ataduras humanas para llevarlos interiormente a la contemplación de las grandes maravillas de DIOS, de las que no es posible dar razón con palabras del lenguaje humano. Una gracia tan extraordinaria como este primer Pentecostés es probable que no se haya vivido en lo sucesivo de forma comunitaria, pero encontramos en la vida particular de un buen número de santos procesos similares, que se ajustan a lo vivido en el primer Pentecostés de la Iglesia.

Otras lenguas

“Se pusieron a hablar en otras lenguas, según el ESPÍRITU SANTO les concedía expresarse” (v.4b). Todo lo que DIOS ha creado posee su propio lenguaje, pues todo posee orden, estructura interna y finalidad. Todo lo que DIOS realiza es inteligible. El Mensaje del Evangelio trasciende la lengua en la que fue escrito, y el evangelizador ha de estar asistido por el ESPÍRITU SANTO para llegar al corazón del que lo recibe. Las señales de la presencia del ESPÍRITU SANTO se multiplican en la medida que cada receptor entiende lo que se anuncia y esa Palabra se vuelve operativa dando como resultado la conversión. Pero en este caso estamos en el punto donde los discípulos adquieren una ciencia nueva y se sienten seguros para comenzar a hablar y difundir el Mensaje a hombres de toda condición, lengua, raza y nación. En este acontecimiento de Pentecostés, DIOS revela aquellas cosas que son necesarias a los discípulos de JESÚS para que procedan de forma conveniente en la tarea o misión a la que son enviados. Unos mil años después del primer Pentecostés, asistimos al testimonio de lo realizado por el ESPÍRITU SANTO en santa Hildegarda de Bingen alemana (1098-1179). El fuego transformador del ESPÍRITU SANTO invadió la mente y el corazón de la religiosa, capacitándola para entender distintos tipos de lenguajes, en orden a la misión para la que se estaba disponiendo. Santa Hildegarda recibió una comprensión de la Escritura muy superior a la obtenida por el estudio exegético, recibió el conocimiento de las propiedades de un buen número de plantas y minerales, así como de la aplicación de distintos remedios para paliar enfermedades con los recursos de su tiempo. A santa Hildegarda se le dio la facultad de traer a moldes musicales humanos distintos cantos pertenecientes al mundo angélico. Son extraordinarias las visiones de santa Hildegarda representadas algunas en miniaturas pictográficas, que podía vivir y reconocer sin perder en momento alguno el contacto con el mundo circundante. Además de abadesa benedictina y fundadora de distintos conventos, santa Hildegarda era predicadora en correspondencia a los dones recibidos, que la capacitaban para esa labor primordial en unos tiempos cruciales para la Iglesia. Esta gran santa medieval completa la ciencia infusa de los distintos lenguajes con la creación de un código propio. Santa Hildegarda fue reivindicada en nuestros días por el papa Benedicto XVI, y es un ejemplo vivo de lo que el ESPÍRITU SANTO hizo en los comienzos y siguió realizando particularmente a lo largo de los siglos. Uno de los aspectos extraordinarios que acompañan a santa Hildegarda es la ausencia de éxtasis en las diversas experiencias místicas, cosa aún más extraordinaria que la realizada por el éxtasis para aislar del mundo en orden a la contemplación de las cosas divinas. Santa Hildegarda puede vivir de manera simultánea en distintos mundos, sin perder el contacto con el presente. Algo así multiplica en gran medida lo extraordinario de la acción del ESPÍRITU SANTO. El discurso de Pedro a los que se convocaron en Pentecostés muestra un cambio súbito en la comprensión de las cosas. En este punto, como se viene diciendo, no se trata del otro aspecto de las lenguas propias que cada uno entiende en la exposición del Mensaje.

De todas partes

“Había en Jerusalén hombres piadosos, que allí residían, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo” (v.5). A su manera, este versículo nos dispone a considerar la universalidad de la acción del ESPÍRITU SANTO en Pentecostés. En los siguientes versículos se concretan las naciones o pueblos, cuyos representantes son mencionados, pero no van a llegar a la cifra de ciento cincuenta y tres sugerida por san Juan en la pesca milagrosa que cierra el Evangelio (Cf. Jn 21,11). El ESPÍRITU SANTO, en Pentecostés, empieza a dar cumplimiento a todas las profecías de unificación que aparecen en la Biblia incluido el Nuevo Testamento. El verdadero domicilio de cada hombre como hijo de DIOS está en Jerusalén. La Ciudad Santa -Ciudad de David- sigue siendo aceptada por DIOS como preludio de la Jerusalén Celeste (Cf. Ap 21,10). Las fuentes de Agua Viva que saltan hasta la Vida Eterna (Cf. Jn 4,14) tienen su nacimiento en Jerusalén. El Templo de Jerusalén todavía podía incorporarse a las promesas mesiánicas, pero parece haber cerrado sus posibilidades con la contumacia ejercida contra los discípulos de JESÚS, por lo que en el año setenta fue destruido hasta los cimientos. El emperador Juliano el apóstata (361-373) intentó reconstruir el tercer templo, pero distintos sucesos, entre ellos un gran incendio, hicieron desistir de la empresa. El emperador Juliano quería desacreditar al Cristianismo apoyando la convicción de los judíos, que aseguran la aparición del Mesías con la reconstrucción del tercer templo. En la actualidad esta convicción ha adquirido una gran relevancia, hasta el punto de la creación de entidades a que tengan a punto todos los elementos necesarios para levantar el tercer templo en tiempo record. Algunas facciones evangélicas apoyan esta tesis, asociando el evento a la Segunda Venida del SEÑOR. Sólo la acción del ESPÍRITU SANTO, como en Pentecostés, da la razón de pertenencia a la Ciudad Santa, que no tendrá Templo, pues DIOS mismo, que todo lo llena es su Santuario (Cf. Ap 21,22-23).

Alcance de la señal

“Al producirse aquel ruido, la gente se congregó y se llenó de estupor al oírles hablar cada uno en su propia lengua” (v.6). La acción del ESPÍRITU SANTO llega a los que están alrededor en forma de un ruido extraño. A los discípulos reunidos, la presencia del ESPÍRITU SANTO les había parecido un viento huracanado. Los discípulos reunidos identifican la poderosa Presencia de DIOS, sin embargo los de alrededor perciben un ruido extraño en la señal que viene del Cielo. La gente de alrededor “se llenó de estupor”, que es siempre un estado confuso ante algo extraordinario. Lo que perciben con claridad es el Mensaje que les llega en la propia lengua, siendo los predicadores personas sencillas de aquella región. La comunión de lenguas es una señal de alto valor, que sugiere la restauración de una humanidad acorde con el Plan de DIOS, dejando atrás las divisiones y enfrentamientos de lenguajes antagónicos causantes de la dispersión descrita en la Torre de Babel (Cf. Gen 11,7-9) El ESPÍRITU SANTO da una señal que tiene dos facetas: quien predica o canta las maravillas de DIOS lo hace en una lengua desconocida para él hasta entonces, o el discípulo sigue expresándose en su lengua natal y el receptor recibe la instante “traducción simultánea” por parte del mismo ESPÍRITU SANTO.

Lengua nativa

“¿Es qué no son galileos todos estos que nos están hablando? ¿Cómo es que nosotros los oímos hablar en nuestra lengua nativa? (v.8). Los de la región de Judea eran considerados los judíos de primera, y los galileos eran vistos inclinados hacia la marginalidad o casi extranjeros. El habla de los galileos presentaba rasgos propios en el modo de hablar el arameo -lengua común- en toda la región. Al galileo lo podía delatar el modo de hablar. Parece ser que el auditorio reunido el día de Pentecostés detecta, que aquellos hombres son galileos, y ese aspecto no añade garantía a lo que sucede. Pero, al mismo tiempo, se acentúa que el Mensaje es recibido en la lengua natal, que añade ciertas particularidades. Multitud de distintas hablas hace que nos entendamos en el idioma español. Pero no sólo eso es así, sino que en cada pueblo pequeño puede haber terminología propia. El léxico de un determinado municipio tiene verdadero significado, aunque sea utilizado sólo en esa zona. Pero todavía podemos descender un escalón más y llegamos al ámbito familiar donde se enmarca la “lengua natal”: palabras, giros, expresiones, que vienen de generación en generación y transmiten los mayores. En este punto nos encontramos con la verdadera lengua natal; es decir, el coloquial y de conversación en el que comenzamos a escuchar las primeras palabras con verdadero significado. Aquellos torpes y rudos galileos tenían la extraña habilidad de llegar a los presentes reunidos en el contenido semántico de sus lenguas natales. Los versículos nueve y diez de este texto enuncia las distintas regiones de la geografía que se extiende alrededor de Jerusalén. La lengua de uso común en toda la Cuenca Mediterránea era el griego, pero cada región poseía la suya propia. Como nos refiere el mismo libro de los Hechos, en Licaonia hablaban en licaonio (Cf. Hch 14,11). Los propios judíos hablaban arameo y reservaban el hebreo para la lectura de los textos litúrgicos. Alguien muy poderoso estaba eliminando las barreras espirituales y se proponía conducir a la más perfecta unidad en el Amor. Los hombres comenzaremos a entendernos en la medida que el AMOR de DIOS intervenga en nuestras vidas.

Las maravillas de DIOS 

“Todos les oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de DIOS” (v.11). Aquella especie de viento huracanado, que habían percibido y los había atraído, se vuelve inteligible. El viento fuerte del desierto es como el rugido del león. Parecía que emergían los ecos del “Ruah” originario que puso orden a todo lo existente (Cf. Gen 1,1). Algo nuevo estaba surgiendo y se expresaba cantando y contando “las maravillas del SEÑOR”. Los judíos devotos, que allí se encontraban, reconocían en los Salmos las obras de DIOS con agradecimiento religioso, pero aquella efusión de alegría y alabanza tenía características propias. Entre todas las maravillas que el SEÑOR había realizado estaba la proclamación sin reparo alguno de la victoria de JESÚS sobre la muerte, la condición de único SALVADOR, por el que se han de bautizar para que les sean perdonados todos los pecados (Cf. Hch 2,37). Todos los allí presentes están siendo testigos de la efusión del ESPÍRITU SANTO, del que habló el profeta Joel cuando llegasen “los últimos tiempos” (Cf. Jl 2,28). Había que contar y cantar las maravillas de DIOS a toda la tierra, empezando por Jerusalén.

Todo comienza de nuevo

DIOS en su HIJO JESUCRISTO hace nuevas todas las cosas. Esta verdad teológica se abre paso como verdad histórica con ciertas dificultades, pues requiere la colaboración humana. Como en los comienzos, DIOS había dispuesto un jardín para el hombre como símbolo de una tierra en armonía perfecta, pero las cosas no salieron bien. Ahora el núcleo esencial de la regeneración es inamovible, porque JESÚS ha resucitado y venció al pecado y la muerte que lo acompaña, pero la Divina Providencia se encuentra con el mismo problema a resolver: las decisiones humanas que no siempre se ajustan al Plan de DIOS.

Al atardecer de aquel Día

DIOS comienza a realizar su obra con los hombres al atardecer. Cada día de la Creación, según el Génesis da inicio al atardecer (Cf. Gen 1,1ss). Al atardecer, DIOS bajaba al Edén para encontrarse con el hombre (Cf. Gen 3,8); y un día DIOS vino como de costumbre y el hombre se había escondido, porque estaba desnudo y sentía miedo. Al atardecer de aquel Día, DIOS pensaba comenzar de nuevo todas las cosas y se acercó para ver a los suyos. Todo daba comienzo el Primer Día de la Semana, y como en el inicio aparece la LUZ que disipa las tinieblas del miedo y la gran depresión en la que estaban sumergidos aquellos discípulos.

Puertas cerradas

La Divina Misericordia traspasa las barreras del miedo: “el primer Día de la Semana estaban los discípulos con las puertas cerradas por miedo a los judíos” (v.19) Aquel miedo instintivo desaparece cuando JESÚS resucitado se sitúa en medio de ellos. Los discípulos recuperan la centralidad en JESÚS y todos los miedos desaparecen. La aparición de JESÚS no es un fantasma, ilusión personal o colectiva. JESÚS bendice con la Paz inmediatamente a los suyos: “la Paz esté con vosotros” (v.19). De nuevo fijamos la atención en el poder transformador de las palabras de JESÚS y con toda propiedad en la Resurrección. “Las palabras de JESÚS son Espíritu y son Vida” (Cf. Jn 6,63) y ante ellas el corazón del hombre no puede permanecer indiferente. La Paz del RESUCITADO es una bendición de bienaventuranza que trae un poco de Cielo a la tierra. El corazón transformado por la Paz crea las condiciones óptimas para el Reino de DIOS.

Las señales de la Pasión

La identidad del RESUCITADO es la misma que la del CRUCIFICADO: JESÚS es el mismo ayer, hoy y siempre” (Cf. Hb 13,8). La señal de los clavos y el costado abierto por la lanza del soldado romano son perfectamente visibles, y JESÚS se las muestra. La presencia de JESÚS ya no ofrece dudas para los reunidos. De distintas formas JESÚS tuvo que mostrarse en la Resurrección para ser identificado. JESÚS es el mismo, pero presenta ligeras variaciones que acentúan el cambio de estado: las apariencias no borran la identidad. El mismo JESÚS que está en la EUCARISTÍA se hace presente en el ministro que preside. Lo mismo que encontramos el perfil de JESÚS en los evangelios, emerge en el dolor y sufrimiento del enfermo o el dolor plasmado en el rostro del sin-techo.

JESÚS es la fuente del ESPÍRITU SANTO

JESÚS lo había dicho: “el que crea, que venga a MÍ y beba, y de él manará corrientes de Agua Viva. Esto lo decía refiriéndose al ESPÍRITU SANTO que recibirían todos los que creyeran en ÉL” (Cf. Jn 7,37-39). Los discípulos se encuentran al comienzo de una obra que todavía no se terminó: “JESÚS sopló sobre ellos, y les dijo: recibid el ESPÍRITU SANTO; a quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quien se los retengáis, les quedan retenidos” (v.23). Estamos “al atardecer de aquel Día” y el ESPÍRITU SANTO ha sido insuflado por el VERBO como en los comienzos, pero en aquel caso se trataba del alma particular de carácter inmortal que convertía al hombre en alguien con “ánima” para la eternidad. En este caso, JESÚS ofrece a los discípulos el mismo ESPÍRITU SANTO que une al PADRE y al HIJO en un vínculo misterioso, que nos sumerge en la TRINIDAD para toda la eternidad. ¿Quién es el ESPÍRITU SANTO? Nos acercamos a ÉL diciendo que es diferente del PADRE y del HIJO, y también es Persona. Otro modo de ver Pentecostés y acercarnos al momento en el que surge la Iglesia y aproximarnos a su misterio desde otro ángulo.

Enviados para ofrecer el Perdón

JESÚS nos había dicho: “tanto amó DIOS al mundo, que envió a su HIJO al mundo no para condenarlo, sino para que el mundo se salve por medio de ÉL” (Cf. Jn 3,16). JESÚS recibe por parte del PADRE la capacidad de perdonar a los hombres de modo incondicional: su misericordia no tiene límites, sin perjuicio misteriosamente de su Justicia. DIOS no es compatible con el pecado, por lo que el pecado debe ser perdonado y el pecador arrepentirse para recibir el perdón. Los discípulos tendrán que predicar, pero las exigencias de la Verdad impondrán que el pecado en su momento sea puesto a la luz para eliminarlo de la faz de la tierra. El pecado mata al hombre y entorpece el Plan de DIOS, pero a DIOS mismo no lo alcanza. Si es eliminada de la faz de la tierra, la violencia, la mentira, el odio, la soberbia o la depravación; y esas fuerzas satánicas fueran sustituidas por tendencias de fraternidad, sinceridad, espíritu de servicio y respeto de la integridad personal; entonces el mundo se haría verdaderamente humano. El pecado destruye al hombre y a la sociedad en su raíz, aunque aparentemente todo se quedara en el recinto privado. Una desestructuración personal se traslada a la familia, que genera a su vez individuos con dificultades de integración social. Lo que dio comienzo en el núcleo familiar es transferido a la sociedad en general.

El enviado

El mayor beneficio social que realiza la Iglesia es la verdadera evangelización, a través de personas ungidas por el ESPÍRITU SANTO. El invierno espiritual que se está viviendo se alimenta a sí mismo de fagocitar lo que pueda quedar de bueno y noble en una Iglesia que se percibe en retirada. La Iglesia, los discípulos de JESÚS deben leer los signos de los tiempos, pero en ningún caso adecuarse a las modas de los tiempos que se enfrentan de manera directa al mensaje. Tal y como está planteada la controversia ideológica y social, no se puede entender una Iglesia de JESUCRISTO que no esté claramente perseguida por defender al hombre en su verdadera naturaleza y el Mensaje de JESÚS.

San Pablo, primera carta a los Corintios 12,3b-7,12-13

Bien sabemos que los dones de DIOS son variados y responden a las necesidades de la Iglesia, incluso si hablamos de los que parecen de interés al estrecho margen particular. Si tenemos en cuenta la Fe, la Esperanza y la Caridad como las virtudes básicas del cristiano también éstas inciden en el conjunto de la vida cristiana; y es algo que no necesita mucha insistencia. Este capítulo doce de la primera carta a los Corintios muestra una gran variedad doctrinal, y responde a cuestiones concretas planteadas por las comunidades de Corinto, y puede ser que estemos ante la compilación de fragmentos de distintas cartas formando este escrito. Todo ello no es obstáculo alguno para que el Apóstol haya expuesto una doctrina de valor inapreciable para los cristianos de todos los tiempos; pues se agradece, entre otras cosas, el grado de vitalidad con el que están propuestas las consideraciones. Todavía hoy podemos sentir, al leer el escrito, la energía del Apóstol que nos interpela, exhorta y enseña. Con unos versículos extraídos de este escrito da hoy la liturgia cumplida cuenta del sentido de esta celebración.

JESÚS es SEÑOR

La prueba de la presencia del ESPÍRITU SANTO en la Iglesia es su capacidad para anunciar que JESUCRISTO es DIOS: “nadie puede decir, JESUCRISTO es SEÑOR, si no está movido por el ESPÍRITU SANTO” (v.3b).

Diversidad de dones

Un único SEÑOR JESUCRISTO, y un único ESPÍRITU SANTO, que reparte diversidad de carismas, ministerios y operaciones, o funciones. Todos estos dones parten de un único DIOS que es TRINIDAD y san Pablo reconoce muy bien en sus escritos: “la Gracia de nuestro SEÑOR JESUCRISTO, el Amor del PADRE; y la Comunión del ESPÍRITU SANTO, estén con todos vosotros” (Cf. 2Cor 13,14). El ESPÍRITU SANTO concede diferentes carismas; el mismo SEÑOR da diversidad de ministerios, y hay numerosas operaciones dadas por el mismo DIOS que obra en todos (v.4-6). La finalidad es el bien o provecho común, que es la Iglesia (v.7).

Condición orgánica de los distintos dones

Todos los dones contribuyen al perfeccionamiento o santidad personal y de la comunidad, pero ninguno es autosuficiente. Cada don lleva consigo el sello de la comunión y complementariedad con otros dones. Si el Amor prescindiera de la Fe sería un sentimentalismo; y si la Fe carece de Amor, dice el Apóstol, no es más que una campana vacía (Cf. 1Cor 13,1). Los dones son visibles en las personas que los ejercitan y se sienten vinculadas a otros hermanos de la comunidad. En una comunidad viva cada miembro de la misma ostenta un don con una claridad que lo identifica en el servicio que presta.

El reconocimiento del laicado

Entre las grandes aportaciones del Concilio Vaticano II estuvo la relevancia dada al papel de los bautizados dentro de la marcha de la Iglesia. Después del Concilio se sucedieron bastantes documentos que incluían la acción directa de los laicos, pues siendo la evangelización la razón de ser de la Iglesia, los laicos ocupan un papel protagonista en ambientes específicos: el familiar, laboral y de ocio. San Pablo se había anticipado algunos siglos en medio de una sociedad altamente pagana, idolátrica y secularizada con respecto al Cristianismo. Distintos hábitos de comportamiento de acuerdo con la mentalidad idolátrica se presentaban enfrentados al Evangelio. El Apóstol apela al Bautismo recibido como la fuente de la diversidad de carismas y de la comunión con CRISTO y con los hermanos dentro de la Iglesia en Corinto: “en un solo ESPÍRITU hemos sido todos bautizados para no formar más que un Cuerpo, judíos y griegos; esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un solo ESPÍRITU” (v.13). Sumergidos en el mismo y único ESPÍRITU que nos une al PADRE y al HIJO de forma indeleble; y destinados a crecer en la vida cristiana bebiendo de un solo ESPÍRITU que sigue gradualmente nuestros pasos hasta llegar a la medida de CRISTO (Cf. Ef 4,13).

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