Al inicio del pontificado de Francisco, durante cierto tiempo, existió una corriente que se denominó críticamente continuista.
Eran aquellos que, partiendo de una adhesión convencida e incondicional a la doctrina católica (sociológicamente eran los católicos conservadores, mediáticamente, los ultracatólicos), se negaban a ver las numerosas señales de discontinuidad de dicho magisterio con respecto a la doctrina católica, a la que siempre habían adherido.
El fallecido Mario Palmaro ya hablaba de estas personas como “normalistas” en 2013.
Sin embargo, el número de estos signos de discontinuidad aumentó tanto con el tiempo que les resultó cada vez más difícil negarlos. El continuismo, por lo tanto, era un partido que, con el tiempo, vio cómo disminuía el número de quienes se reconocían en esta postura. A partir de cierto punto, casi se extinguió para regenerarse como justificacionismo. Comenzaron a admitir la existencia de la discontinuidad, pero objetaron que era necesaria.
Hoy, en cierto sentido, quienes toman la antorcha del continuismo forman parte de los católicos progresistas que quedaron huérfanos del anterior pontífice. Anhelan ver una continuidad entre la revolución magisterial, a menudo conocida como la «Iglesia del Papa Francisco», y el magisterio actual e inicial del Papa León.
La Revolución Francesa nos enseña: al terror termidoriano le sigue la reacción del 18 Brumario como medida tranquilizadora.
Puedo estar equivocado, pero en mi muy humilde opinión la continuidad fue entonces un error de ilusión y sigue siendo el mismo error hoy.
Ya lo había notado, pero el hecho que lo repita hoy el Papa León es una confirmación difícil de superar.
Hablando con motivo del Jubileo de las Familias, el actual pontífice afirmó:
“El matrimonio no es un ideal, sino el canon del verdadero amor entre un hombre y una mujer”.
Repito: no es un ideal, sino el canon, es decir, la norma, la regla del verdadero amor entre un hombre y una mujer.
En Amoris laetitia, la exhortación postsinodal del Papa Francisco, la palabra ideal aparece 19 veces, a menudo para indicar el matrimonio y el amor conyugal.
Aquí el Papa León nos dice hoy que esa perspectiva era engañosa y, aunque muy indirectamente, restituye el honor a los cuatro cardenales que valientemente resistieron ese enfoque a través de los dubia (Caffarra, Meisner, Burke y Brandmüller), soportando la marginación que de ello resultó.
En todo esto que está sucediendo percibo una evidente discontinuidad y un retorno a la doctrina, a la teología de San Juan Pablo II y al magisterio del Papa Benedicto XVI.
No creo que el Papa León dé vuelta a la mesa puesta por el pontífice anterior, pero espero y tengo motivos para pensar que estas señales provocarán una corrección de esa mesa, implementada muy gradualmente, porque él, a diferencia de su predecesor, está muy preocupado de no exacerbar las ya grandes y dolorosas divisiones entre los católicos.
Desde su primer discurso y ya en el lema elegido, tiene en el corazón la unidad de los fieles que se debe lograr, me parece, recurriendo a la ley de la gradualidad que forma parte de la más noble tradición pastoral.
Se lo digo a los hermanos en la fe que llevan las heridas de los últimos 12 años, saben esperar, la Providencia de Dios obra a su tiempo, confíen en un arrepentido impaciente, impetuoso.

Por RENZO PUCCETTI.