Hoy nos presenta el Evangelio, la invitación clara de Jesús a la conversión. Recordemos que la conversión no es un acto, sino que es un proceso de esfuerzo diario del cristiano para vivir acorde a lo que quiere Jesús. Es y será una invitación no sólo del tiempo de la cuaresma, sino una invitación constante del Evangelio y que debe durar todo el ciclo litúrgico y toda la vida.
Al inicio del Evangelio, se nos narra aquellos sucesos catastróficos que habían sucedido, como son: los asesinados por Pilato y los que fueron aplastados por la torre de Siloé; nos quiere dejar claro sobre la necesidad de aprovechar el tiempo para el arrepentimiento, para la conversión; que vivamos alertas, pero ¿alertas para qué? No diríamos para morir, aunque pueda parecer que ese es el sentido del texto, sino más bien para vivir con dignidad, con sabiduría, con fe y con esperanza, y si llega la muerte no nos ha de encontrar con las manos vacías. El Evangelio finaliza con una hermosa parábola: “La higuera estéril”; para remarcar la misericordia de Dios para con cada uno de nosotros, pero también para que no olvidemos que debemos dar frutos.
Digamos una palabra sobre la pregunta de Jesús ante la admiración de quienes lo escuchaban: “¿Piensan ustedes que aquellos galileos, porque les sucedió esto, eran más pecadores que todos los demás galileos?”. Recordemos que el ser humano siempre busca una explicación ante lo que sucede, el sufrimiento o la muerte repentina la atribuían al castigo de Dios, ese castigo que provenía del mal comportamiento de la persona; eso conducía a darle un sentido distinto al acontecer humano. En nuestros días, muchas veces seguimos pensando de esa manera, vemos que alguien sufre alguna enfermedad y pensamos que está pagando algo que cometió, incluso muchos expresan: “Aquí en la tierra se paga todo”, “es un adelanto del purgatorio”. Con estas ideas, se proyecta a un Dios duro, justiciero y esto está muy lejos de lo que Jesús desea expresar. Es verdad que Dios quiere que demos frutos, pero también nos da el espacio y el tiempo para que los demos. Las desgracias no suceden por pecados personales, Jesús quiere corregir esa imagen distorsionada de Dios que tenían los judíos, pensando que Él castiga con desgracias los pecados de sus hijos. Los sufrimientos y males de la vida, no son voluntad de Dios, ni mucho menos, resultados de pecados personales.
Con la parábola de la higuera estéril, nos queda bien clara la invitación a la conversión, a enmendar la conducta, a reflexionar si estamos dando los frutos esperados.
El simbolismo de esta parábola de la higuera, representa al pueblo de Israel y a cada persona. El dueño de la higuera representa a Dios, que manifiesta su disgusto y contrariedad al ver que la higuera no dio fruto. El viñador de la parábola, es Cristo, quien a pesar de la obstinación de la higuera que no da fruto, sale en defensa del árbol
sentenciado; desea que se dé un tiempo más antes de ejecutar la sentencia. Ese tiempo hace referencia a la misericordia de Dios.
Nos encontramos con una parábola que podemos aplicar a cada uno de nosotros: si no damos los frutos esperados, seremos cortados. Se compara la vida estéril de una persona con una higuera que no da frutos; de allí que se pregunte: ¿para qué va a ocupar un terreno en balde? Pero la pregunta más esencial es: ¿qué sentido tiene vivir una vida estéril?
¿tendrá sentido ocupar un lugar y no contribuir a la construcción de un mundo más humano?
Es tiempo que nos detengamos a reflexionar y analizar los frutos que estamos dando, preguntémonos: ¿qué he hecho con el tiempo que Dios me está dando para producir sus frutos? Y ¿qué frutos concretos espera el Señor de mí? ¿acaso frutos de servicio y de atención a los miembros de mi familia? ¿frutos de perdón y de reconciliación con quienes me han o he ofendido? ¿frutos de solidaridad y de caridad con los necesitados? o ¿frutos de generosidad con quienes me piden cualquier tipo de ayuda? ¿frutos de estudio y conocimiento de la propia fe para poder dar razón de ella a muchos? ¿acaso frutos de un apostolado irradiante? Dios nos ha concedido un tiempo más de vida ¿qué necesitamos hacer para producir esos frutos? ¿cómo aflojaremos esa tierra? ¿qué abono nos falta?
Hermanos, es necesario analizar nuestra vida, echar una mirada a nuestro interior, a ese espacio que sólo nosotros y Dios conocemos y veamos de qué debemos convertirnos; dejar aquello que nos aparta de Dios. Todos tenemos algo que dejar para acercarnos más a Dios.
Recordemos, Dios sigue siendo misericordioso, nos sigue dando un tiempo más; todos necesitamos la conversión. Hago un llamado a nuestros hermanos que viven haciendo tanto daño al participar en el crimen organizado; la invitación a la conversión también es para ustedes, dense cuenta del tiempo que Dios les sigue concediendo, esperando su conversión. Hermanos, todos estamos llamados a la conversión; la vida es corta y debemos aprovechar ese tiempo para dar los frutos esperados por nuestro Creador. Dios nos sigue dando una oportunidad, debemos dar fruto en medio de las difíciles condiciones en que nos encontremos.
Cuaresma, es el tiempo de la misericordia y una de las manifestaciones concretas, y no fácil, de la misericordia es la paciencia. La paciencia de Dios es nuestra salvación. Dios misericordioso es infinitamente paciente con nosotros, con nuestras incoherencias, con nuestros fallos y debilidades. Su paciencia no conoce límites, los límites se los ponemos nosotros. Y además, la paciencia de Dios, como su misericordia, no es pasiva, sino activa, así lo da a entender el viñador: “voy a aflojar la tierra alrededor y a echarle abono, para ver si da fruto”. Dios no deja nunca, ni un solo instante, de ayudarnos con la gracia de su Espíritu, aunque tantas veces somos incapaces de reconocerlo y de acogerlo.
Les bendigo a todos, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. ¡Feliz domingo para todos!