Mal manejo financiero del Vaticano: menos libertad y pérdida de patrimonio de la Iglesia

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Al momento de escribir estas líneas, el Papa Francisco todavía se encuentra en el hospital. Ha tenido sus altibajos y su pronóstico es reservado, pero las versiones oficiales dicen que está trabajando cuando y como puede, y la semana pasada el Vaticano incluso organizó recepciones [1].

Mientras el Papa Francisco se encuentra en el hospital, la Santa Sede ha publicado el documento –un “quirógrafo” para quienes lo siguen desde casa, término que originalmente se refería a un documento legal escrito a mano– con el que el Papa instituyó la Comisión Commissio de donationibus pro Sancta Sede [ AQUÍ ], una comisión permanente dedicada a recoger donaciones y ofrendas para la Sede Apostólica, que es más o menos exactamente lo que sugiere su nombre.

Compuesta por un presidente y cuatro miembros, la comisión tiene su mandato dentro de la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica y de la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano, «cuya tarea específica será incentivar las donaciones con campañas específicas entre los fieles, las Conferencias Episcopales y otros potenciales benefactores, subrayando su importancia para la Misión y para las obras de caridad de la Sede Apostólica, así como recaudar fondos de donantes voluntarios para proyectos específicos presentados por las Instituciones de la Curia Romana y de la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano, sin perjuicio de la autonomía y competencias específicas de cada Entidad, según la legislación vigente».


La creación de la comisión es una prueba más, si es que hacía falta alguna, de una grave crisis estructural en las finanzas de la Santa Sede.

En los últimos tiempos, las intervenciones del Papa se han multiplicado, pidiendo incluso a los cardenales que busquen personalmente las donaciones necesarias, estableciendo que ya no habrá apartamentos a precios controlados ni siquiera para los jefes de los dicasterios y externalizando muchas de las competencias financieras de la Santa Sede a empresas de consultoría externas.

Pero el estado de crisis también cuenta otra historia. La promoción que hace el Papa Francisco de la Iglesia como un “hospital de campaña” no puede funcionar. Por el contrario, la respuesta de la Iglesia a las emergencias con emergencias la deja cada vez más sin aliento.

Metafóricamente hablando, el Papa Francisco había sido elegido –él mismo lo dijo, en varias ocasiones– con el mandato de reformar la Curia. Uno de los ámbitos de reforma fue precisamente el sector financiero, el primero en el que intervino.

  • El Papa Francisco estableció primero dos comisiones (la COSEA sobre la administración [2] y la CRIOR sobre el IOR [3]).
  • Luego inició una importante reforma de la economía de la Santa Sede, que fue puesta en manos del cardenal George Pell, entonces nombrado Prefecto de la Secretaría de Economía.

Esta reforma, sin embargo, puso en crisis todo el sistema financiero de la Santa Sede, que se basaba en unos equilibrios específicos.

La Santa Sede es un Estado peculiar, sin un verdadero mercado propio ni una balanza comercial que le permita fortalecer su economía.

Los únicos ingresos líquidos provienen de los Museos Vaticanos y del alquiler de los inmuebles propiedad de la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica y del Dicasterio para la Evangelización.

Otros ingresos provienen de inversiones financieras, concentradas desde los años 30 principalmente en el sector inmobiliario, a través de cuatro fundaciones vinculadas a la APSA y establecidas en Francia, Suiza e Inglaterra.

  • La Secretaría de Estado vio su administración llamada a invertir y crear activos, con la autonomía dada a los órganos gubernamentales.
  • El IOR, una pequeña institución con 4.400 millones de euros en activos y poco más, tenía inversiones financieras que generaban un beneficio seguro. Cada departamento recibió donaciones específicas.

El sistema funcionó principalmente porque los presupuestos funcionaban según un principio de ayuda mutua. En 2015 se publicaron por última vez juntos los estados financieros de la Curia Romana y de la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano. El presupuesto de la Gobernación, que incluye los ingresos de los Museos Vaticanos, fue utilizado para cubrir el déficit presupuestario de la Curia Romana, que no tiene ingresos y se destina casi en su totalidad al pago de los salarios de los empleados.

No sólo eso. El Óbolo de San Pedro, nacido en la Edad Media como apoyo a la Sede Apostólica y desde el siglo XIX vehículo de los fieles de todo el mundo para apoyar la actividad del Papa, sigue sufriendo las consecuencias de una mala gestión y una comercialización poco clara.

Apoyar la actividad del Papa significa, en realidad, mantener el aparato de la Curia. Sin embargo, durante décadas, el Óbolo de San Pedro ha solicitado donaciones directas e indirectas en todo el mundo al publicitar la oportunidad que ofrece a los fieles de contribuir a la obra caritativa del Papa.

De hecho, es a través del gobierno de la Iglesia que el Papa puede distribuir ayudas y llevar a cabo su misión. La Santa Sede y el Estado de la Ciudad del Vaticano no son los fines del gobierno del Papa. Sin embargo, una cosa es que un padre en dificultades haga una donación con la idea de que el Papa la traslade a los más necesitados del mundo, y otra que el Papa utilice las donaciones para tapar agujeros en el presupuesto operativo o incluso invertir las donaciones y utilizar los ingresos de forma discreta.

La realidad es un poco más complicada. Son los medios del Papa, garantizando a la Iglesia una cierta libertad. La autonomía financiera ha permitido a la Iglesia no depender de ayudas externas, sino poder cubrir sus propias necesidades a través de sus propias actividades.

Como se ha mencionado, el sistema preveía la ayuda mutua y el “ajuste” de los presupuestos. El IOR, por ejemplo, hacía cada año una contribución voluntaria a la Curia Romana para ayudar a equilibrar el presupuesto. Por supuesto, se recogieron donaciones y fueron bien recibidas. Pero la Santa Sede tuvo que vivir sola. Por supuesto, hubo dificultades que resolver. Como siempre ocurre en las organizaciones dirigidas por hombres, hubo corrupción e ingenuidad.

Pero también era necesario considerar que la campaña mediática contra las finanzas de la Santa Sede, que se desató en particular en los últimos años del pontificado del Papa Benedicto XVI, se debía precisamente al hecho de que la Santa Sede había creado, paso a paso, un sistema financiero autónomo, funcional y reconocido internacionalmente. En realidad, el Papa Benedicto XVI había iniciado procesos de reforma que también habían alejado a la Santa Sede de la privilegiada relación bilateral con Italia [ AQUÍ ], proyectándola en cambio entre las naciones virtuosas de Europa.

Bastaría leer los informes del Comité Moneyval del Consejo de Europa de aquellos años para darse cuenta de la labor realizada por la Santa Sede y de su marcado carácter vanguardista. ¿Por qué entonces se atacó esta obra?

En primer lugar, parece que la influencia de la opinión pública fue fundamental y luego recayó en el deseo un tanto propagandístico del Papa Francisco de tener una “Iglesia pobre para los pobres”. Este lema sólo funciona cuando no se sabe realmente cómo funciona una máquina compleja como la Iglesia y su caridad. La Iglesia es pobre porque no guarda nada para sí. Pero no puede ser pobre en estructura, organización o profesionalismo.

Como resultado de esta influencia, se crearon comisiones con miembros externos a la Santa Sede y se buscó el asesoramiento de entidades que trataban a la Santa Sede no como un Estado sino como una institución financiera. Se aplicaron entonces los controles y contrapesos de las instituciones financieras, pero todos los balances fueron separados para su depuración contable, lo que causó sufrimiento financiero.

La Santa Sede ha desinvertido en algunas inversiones que plantean cuestiones éticas.

Sin embargo, la desinversión y reinversión también implicó inversiones éticas con buenos rendimientos que fueron sustituidas por otras que no garantizaban los mismos rendimientos. Además, la desinversión conlleva pérdidas financieras porque se pagan penalizaciones por desinversión.

Nos encontramos pues ante un patrimonio que pierde valor y que es difícil de gestionar, mientras que las reformas financieras han ido y venido con frecuencia en estos diez años. Baste decir que la APSA fue despojada de sus competencias, que luego le fueron devueltas, como ya ocurrió al inicio de la reforma [ AQUÍ ] (con el Motu proprio I beni temporali de 2016). También hubo que modificar un contrato de auditoría, porque daba acceso a cuentas estatales que ningún estado aceptaría jamás [ AQUÍ ].

Pero todo esto ocurrió porque el Papa Francisco dejó que dos mundos chocaran, no dio una dirección precisa al gobierno y luego eligió la estrategia que más le dictaba la opinión pública. Es decir, la de la especulación financiera, de los profesionales externos, del recorte de sucursales institucionales.

De aquí viene la gran temporada de los procesos vaticanos, que demuestra –entre otras cosas– a un Papa que interviene con fuerza en la microgestión, indicando incluso a la Secretaría de Estado, por ejemplo, cómo cerrar el trato del lujoso edificio en el centro de Londres, para luego aceptar que todos los protagonistas de ese asunto vayan a juicio, incluso aquellos que habían actuado según sus directivas.

Sin embargo, la destrucción del sistema no ha llevado a una Santa Sede más transparente, a pesar de los balances que ahora publican cada año el IOR, la APSA y la Santa Sede, en los que se certifican los vaivenes de la gestión. El IOR, por ejemplo, nunca ha repetido el beneficio récord de 86,6 millones que tuvo en 2012, el último año de Benedicto XVI, antes del actual pontificado.

El proceso sobre la gestión de los fondos de la Secretaría de Estado surge precisamente del rechazo al viejo sistema de ayuda mutua entre ministerios e instituciones financieras. La queja proviene del IOR, que primero acepta y luego repentinamente rechaza conceder a la Secretaría de Estado un préstamo que, entre otras cosas, habría sido devuelto con intereses.

Todo este sistema ha sido desmantelado por una mala gestión y una concepción financiera que no tiene en cuenta las peculiaridades de la Santa Sede y del Estado de la Ciudad del Vaticano. Así pues, volvemos a la Edad Media: la Santa Sede debe ser sostenida por donaciones externas, e incluso es necesaria una comisión ad hoc. Pero el Óbolo de San Pedro ya tenía esa tarea y, en cualquier caso, donaba parte de sus ingresos a personas en situación de pobreza.

No sólo eso. El presupuesto del Fondo de Pensiones del Vaticano, el único en negro porque está formado por dinero pagado por los empleados (que sigue siendo el dinero de los empleados) [ AQUÍ ], nunca ha sido publicado, y esto abre la puerta al riesgo de que el Fondo también pueda ser utilizado para llenar agujeros presupuestarios.

Y aún más: se están vendiendo propiedades históricas de la Santa Sede, muchos edificios de las Nunciaturas Apostólicas han sido vendidos o están en venta, las representaciones diplomáticas de la Santa Sede están perdiendo sus sedes y se ven obligadas, en cambio, a recurrir a soluciones que, al no ser propias, sólo pueden ser temporales. Esto borra también la obra del Papa Pío XI, que utilizó los primeros fondos de la Conciliación precisamente para reestructurar y dar nueva fuerza a las representaciones papales [ AQUÍ ].

De hecho, se ha erosionado un trozo de la historia, al igual que se ha erosionado la independencia de la Santa Sede.

Sigue siendo un Estado soberano con graves deficiencias estructurales. Depende de las donaciones de los fieles, volviendo a una situación similar a la del fin del Estado Pontificio en el siglo XIX.

Reconstruir el sistema será difícil, como también lo será ver las responsabilidades de quienes aceptaron y promovieron este cambio de mentalidad.

Mientras tanto, los activos se irán vendiendo pieza por pieza para cubrir los déficit presupuestarios. Los ingresos que se obtenían de cada pieza se perderán, lo que supondrá una exposición cada vez mayor para la Santa Sede.

[1] La historia de la hospitalización del Santo Padre Francisco en Gemelli desde el 14 de febrero de 2025 [ AQUÍ ]

[2] La Pontificia Comisión para el Estudio y Dirección de la Organización de la Estructura Económico-Administrativa (COSEA) fue instituida por el Papa Francisco el 18 de julio de 2013, con el fin de recoger información, en colaboración con el Consejo de Cardenales para el estudio de los problemas organizativos y económicos de la Santa Sede, con el fin de preparar las reformas de las instituciones curiales, encaminadas «a una simplificación y racionalización de los Organismos existentes y a una planificación más atenta de las actividades económicas de todas las administraciones vaticanas».

[3] La Comisión Pontificia para la Referencia del IOR (CRIOR) fue instituida por el Papa Francisco el 24 de junio de 2013, con el objetivo de comprender más profundamente la posición jurídica del Instituto para las Obras de Religión y permitir su mejor “armonización” con “la misión universal de la Sede Apostólica”. Era un organismo que tenía como objetivo estudiar la situación en el contexto de reformas útiles a la Santa Sede.

Por ANDREA GAGLIARDUCCI.
Korazim.

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