La Providencia quiso que el Niño Jesús recibiera la visita de tres Reyes Magos -que según una venerable tradición también eran reyes- y de algunos pastores. Precisamente los dos extremos de la escala de valores humana, dado que el rey ocupa con razón la cúspide del prestigio social, la autoridad política y el poder económico, y el hombre sabio es la máxima expresión de la capacidad intelectual.
En la escala de valores el pastor se sitúa, en cuestiones de prestigio, poder y ciencia, en el nivel más bajo, en la planta baja.
Ahora bien, la gracia divina, que convocó a los Reyes Magos al pesebre desde lo más profundo de sus países lejanos, también llamó a los pastores desde lo más profundo de su ignorancia. La Gracia no hace nada malo o incompleto. Si los llamó y les mostró cómo ir allí, también les debió enseñar cómo presentarse ante el Hijo de Dios. ¿Y cómo se presentaron? Tan típicos como ellos.
Los pastores acudieron allí trayendo su rebaño, sin pasar primero por Belén en busca de un peinado que camuflara su humilde condición. Los Reyes Magos se presentaron con sus tesoros –oro, incienso y mirra– sin intentar ocultar su grandeza, que habría creado contraste con el ambiente sumamente humilde en el que se encontraba el Divino Infante.
La devoción cristiana, expresada en una abundante iconografía, ha comprendido desde hace siglos, y aún hoy comprende, que los tres Reyes Magos se dirigieron hacia la cueva con todos sus símbolos reales. Lo que significa que al pie del belén cada uno debe presentarse tal como es , sin máscaras ni disminuciones, ya que hay lugar para todos, grandes y pequeños, fuertes y débiles, sabios e ignorantes.
Lo único que es necesario es que cada uno se conozca a sí mismo, para saber dónde situarse al lado de Jesús .
Por PLINIO CORREA DE OLIVEIRA.
