San Chárbel, ermitaño del Líbano, irradia a los fieles un ejemplo de sencillez y humildad.
Nació en una familia maronita pobre, en un pequeño pueblo de las montañas del Líbano. Ya desde niño se caracterizó por la piedad y el amor a la oración, lo que le impulsó el deseo de buscar a Dios en silencio. Lo logró uniéndose a los antonitas maronitas en Maifug en 1851, y más tarde se trasladó al monasterio de Annaja, donde – aparte del tiempo de estudios filosóficos y teológicos – permaneció hasta 1875.
Ese año también fue a un retiro en la montaña, donde estuvo casi separado de todo lo terrenal y pasó los 23 años restantes de su vida.
Alejado de los ojos de la gente, Chárbel desarrolló su espiritualidad, guiada por el principio: vivir y actuar según el Evangelio.
Cada día estuvo lleno de trabajo, ascetismo y oración. Sacó fuerzas de la Santa Misa, desde el momento en que despertó se dispuso a celebrarla.
Murió en fama de santidad, y las noticias de milagros gracias a su intercesión se difundieron rápidamente más allá de las fronteras de su patria. A la tumba de Sharbel acudieron no sólo cristianos, sino también musulmanes.
El Papa Pablo VI afirmó que “su ejemplo e intercesión son hoy más necesarios que nunca. (…) Este bendito monje de Annaja debe servirnos de ejemplo, mostrándonos la absoluta necesidad de la oración, la práctica de las virtudes ocultas y la automortificación”.
Nació Chárbel Makhlouf 8 de mayo de 1828 y murió 24 de diciembre de 1898.
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