El 11 de diciembre de 2025, el Papa Pío XI dio al mundo la encíclica, Quas primas, dedicada al reinado de Cristo en la que instauró la solemnidad y fiesta que celebramos este domingo, el de la soberanía del Señor por quien fueron creadas todas las cosas. En su proemio, el Papa reconoció la existencia de un cúmulo de males que había invadido la Tierra “porque la mayoría de los hombres se habían alejado de Jesucristo y de su ley santísima, así en su vida y costumbres como en la familia y en la gobernación del Estado, sino también que nunca resplandecería una esperanza cierta de paz verdadera entre los pueblos mientras los individuos y las naciones negasen y rechazasen el imperio de nuestro Salvador”.
Los católicos mexicanos estamos acostumbrados al grito de ¡Viva Cristo Rey! Algunos lo cantan con nostalgia de una época donde la fe se defendía tomando las armas; otros, lo toman como una herencia y responsabilidad profundas, otros lo claman sin sentido alguno desconociendo la historia o, quizá muchos más, por el laicismo e ideologías de la cultura de la muerte tratan de acabarlo para siempre porque lo consideran fanático y de derecha.
En 1925, Pío XI advertía de la “peste” de su tiempo, de la negación del imperio de Cristo. Por eso, el Papa llamado “de entreguerras” llegó a la determinación de instituir la festividad de Cristo Rey para impulsar “felizmente a la sociedad a volverse a nuestro amadísimo Salvador”.
Las palabras del Papa Pío XI permanecen en la historia y se actualizan, especialmente en los tiempos confusos que vive nuestro país y la Iglesia misma. Ideologías contra la vida atentan contra la dignidad de las personas; los políticos alzan las estampitas de Cristo y del Sagrado Corazón revelándolos como amuletos personales para “protegerlos” y hacer su voluntad, no la de Cristo.
Al final, muchos políticos creen demostrar su fe haciendo la señal de la cruz para bendecir sus acciones corruptas porque creen es lo normal, amparando logros de gobierno que nada tienen que ver con un reinado que no es de este mundo sino de las pretensiones que encumbran el autoritarismo y la demagogia que también ha usado el nombre de Cristo en vano para justificar la polarización, el encono y la división.
Todo eso se asoma como una peste moderna, tal como lo había escrito el Papa Pío XI. Usar incluso a Cristo como campeón social y modelo de los pobres, resulta una forma de propaganda morbosa y acomodada para burlarse de la fe de millones de personas.
Actualizando las palabras de Pío XI, también desde la “alta tribuna” se ha querido que la religión cristiana fuera “igualada con las demás religiones falsas y rebajada indecorosamente al nivel de éstas. Se la sometió luego al poder civil y a la arbitraria permisión de los gobernantes y magistrados. Y algunos de éstos que imaginaron sustituir la religión de Cristo con una religión natural o cultos originarios con ciertos sentimientos puramente humanos…”
¡Viva Cristo Rey! es un grito e himno que hace huella y afila la espada, pero no nos equivoquemos. No es una espada de guerra. Porque su reino no es como el de los populistas. El reino de Cristo renueva todas las cosas, es cierto, no es de este mundo, pero es de paz y justicia. Y eso no lo da cualquier poderoso.