¿Socava el Sínodo la unidad de la Iglesia?

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El 26 de octubre de 2024 se hizo público el Documento Final de la Segunda Sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos , celebrada del 2 al 27 de octubre de 2024, cuyo título es: “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación, misión”. Según el Papa Francisco, no habrá una exhortación apostólica postsinodal. “A la luz de lo que ha surgido del camino sinodal, hay decisiones que tomar, y habrá más”, afirmó el Pontífice.

“No pretendo publicar una exhortación apostólica; basta con el documento aprobado. El documento ya contiene orientaciones concretas para la misión de las Iglesias en los distintos continentes y contextos. Por lo tanto, lo pongo inmediatamente a disposición de todos; por eso dije que se publicara. De este modo, deseo reconocer el valor del camino sinodal emprendido, que entrego al santo Pueblo fiel de Dios a través de este Documento”.

En esta última fase del llamado Sínodo sobre la Sinodalidad han participado 368 “padres y madres” sinodales (¡sí, de verdad!), de los cuales 272 eran obispos y 96 no obispos, reunidos en torno a mesas redondas en el Aula Pablo VI (un poco vergonzoso, la verdad). Según el Papa Francisco y la Oficina de Prensa del Vaticano, el Documento Final debe considerarse como un documento con valor de magisterio auténtico.

Sin embargo, como nos recuerda el Derecho Canónico, el magisterio auténtico no implica infalibilidad, pero sí exige la “sumisión de la inteligencia y de la voluntad” de los fieles, permitiendo hasta cierto punto un diálogo y un debate respetuosos sobre el tema. La doctrina católica enseña también que la desobediencia a ciertos actos no sólo es posible sino necesaria cuando dejan lugar a ambigüedades o permiten interpretaciones peligrosas e incompatibles con el depósito perenne de la fe.

Examinemos ahora los principales puntos críticos que plantea este Documento Final.

El tema central del Documento es, de hecho, la “descentralización” de la autoridad, un paso crucial en el camino de la revolución dentro de la Iglesia. El Papa afirmó que para las diaconisas “aún no ha llegado el momento”. Francisco no descartó por completo la posibilidad de que haya diaconisas, sino que simplemente la pospuso para un futuro próximo.

La nota de “sinodalidad” vs. la nota de “unidad”

Como bien señaló Julio Loredo, presidente de la Asociación Italiana de Tradición, Familia y Propiedad, los conservadores –quizás inesperadamente– tuvieron cierta influencia, y las expectativas de los progresistas, especialmente en lo que respecta a las diaconisas y la moral sexual y LGBT+, se vieron defraudadas. Sin embargo, las palabras del Papa suenan casi como una amenaza: Hay decisiones que tomar, y habrá más por venir”. De hecho, el tema central del Documento es la “descentralización” de la autoridad, un paso crucial en el camino de la revolución dentro de la Iglesia.

En otro contexto, el Papa afirmó que para las diaconisas “aún no ha llegado el momento”. A diferencia de Pablo VI y Juan Pablo II, por nombrar dos papas históricamente recientes, Francisco no descartó por completo la posibilidad de las diaconisas, sino que simplemente la pospuso para un futuro próximo.

Es muy diferente decir “las diaconisas son imposibles, fuera de cuestión” y “aún no ha llegado el momento”. La consecuencia lógica es que primero debe llegar el “momento” y luego las mujeres pueden ser admitidas al primer grado de las Sagradas Órdenes. Sencillo, ¿no?

Consideremos entonces cómo se está reduciendo la autoridad doctrinal en el Documento Final del Sínodo sobre la Sinodalidad.

Como se dijo en otro lugar, una de las tácticas más comúnmente utilizadas por los revolucionarios dentro y fuera de la Iglesia para confundir y engañar a las almas fieles es adoptar palabras tradicionales, vaciarlas de su significado clásico y rellenarlas con nuevas definiciones.

En el documento, leemos: “Los términos sinodalidad y sinodal se derivan de la antigua y constante práctica eclesial de reunirse en sínodo. En las tradiciones de las Iglesias de Oriente y Occidente, la palabra ‘sínodo’ designa instituciones y eventos que han tomado diversas formas a lo largo del tiempo, involucrando una variedad de sujetos. En su diversidad, todas estas formas están unidas por el encuentro para dialogar, discernir y decidir. Gracias a la experiencia de los últimos años, el significado de estos términos se ha comprendido mejor y se ha vivido aún más profundamente. […] La sinodalidad es el caminar juntos de los cristianos con Cristo hacia el Reino de Dios, en unidad con toda la humanidad. […] La sinodalidad es una dimensión constitutiva de la Iglesia. En términos simples y resumidos, la sinodalidad es un camino de renovación espiritual y reforma estructural para hacer la Iglesia más participativa y misionera”.

En estas primeras líneas se pone de manifiesto toda la intención revolucionaria de este Sínodo sobre la sinodalidad.

Contrariamente a lo que se ha escrito, el concepto de sínodo no ha cambiado en los últimos dos milenios; siempre ha significado la reunión del cuerpo episcopal bajo la autoridad de San Pedro, es decir, el Papa, para defender y definir verdades sobre la fe y la moral.

Fue sólo con la infiltración del pensamiento modernista y neomodernista en los últimos dos siglos que esta palabra comenzó a sufrir una transformación interna. Hoy, cuando hablamos de “sínodo”, queremos referirnos a un mecanismo y un régimen democráticos.

Parece que a las características clásicas de la Iglesia –unidad, santidad, catolicidad (universalidad) y apostolicidad– se les ha unido la “sinodalidad” o democracia. Sin embargo, la Iglesia nunca ha sido ni puede ser democrática si no quiere perder su identidad y su propósito en el mundo.

Atención: “La sinodalidad es una dimensión constitutiva de la Iglesia”. Como han señalado muchos comentaristas en los últimos meses y años, parece que a las características clásicas de la Iglesia –unidad, santidad, catolicidad (universalidad) y apostolicidad– se les ha unido la “sinodalidad” o democracia.

Sin embargo, lo cierto es que la Iglesia nunca ha sido ni puede ser democrática si no quiere perder su identidad y su propósito en el mundo.

El documento afirma además: “La sinodalidad puede describirse como un camino de reforma estructural ”.

Esas palabras no son accidentales ni crípticas. Alguien en la Iglesia está presionando para que se produzca una revolución en toda regla, un cambio drástico en la estructura misma de la Iglesia tal como se la ha concebido hasta ahora.

Socavando la autoridad petrina

Un modelo de sinodalidad de este tipo, si se aplicara realmente, tendría consecuencias desastrosas.

En primer lugar, se socavaría seriamente el carácter unitario. La unidad de la Iglesia se basa en su estructura jerárquica, que va de los sacerdotes a los obispos y al Papa, en virtud de la autoridad conferida por Cristo a los apóstoles, y especialmente a Pedro y a sus sucesores. Podríamos decir que la Iglesia tiene una estructura triangular, desde una base amplia hasta una punta en la cima.

Al mismo tiempo, la Iglesia opera de manera subsidiaria: el Papa, como regla viva de la fe y garante de la unidad, tutela la doctrina y la moral e interviene sólo en los casos que afectan a todas las iglesias del mundo; en todos los demás asuntos que pueden resolverse en niveles inferiores, no interviene. Ésta, en resumen, es la forma tradicional de gobernar la Iglesia católica.

Una reforma democrática, que sustituyera esta jerarquía por decisiones basadas en el voto mayoritario o en el voto popular, crearía divisiones internas, fragmentando la Iglesia en grupos con diferentes puntos de vista e intereses.

De hecho, este problema ya lo vemos hoy: cada párroco parece actuar como un “papa” dentro de su propia parroquia.

Una estructura de este tipo socavaría la unidad que Cristo quiso, en la que los fieles están unidos bajo una única guía y doctrina, y llevaría a la Iglesia a conformarse a las opiniones cambiantes de la sociedad en lugar de a la verdad inmutable.

El Papa Francisco siempre ha parecido orientado a dirigir la Iglesia con un enfoque democrático. Sin embargo, este estilo de gobierno ha creado una paradoja: por un lado, la mayor apertura al debate ha llevado a la confusión y fragmentación doctrinal; por otro, en lugar de promover la autonomía de gobierno (nota: no doctrinal) de las Iglesias locales, Francisco ha creado y mantenido una fuerte centralización, interviniendo en cuestiones locales y disciplinarias y fortaleciendo el control desde el Vaticano.

El Papa Francisco, ciertamente inspirado en los modelos políticos modernos típicos de Europa y Sudamérica, siempre ha parecido orientado a dirigir la Iglesia con un enfoque democrático, aparentemente abierto al debate y a la consulta (como se evidencia en los sínodos y en sus declaraciones alentando una mayor participación laica y una Iglesia sinodal).

Sin embargo, este estilo de gobierno ha creado una paradoja:

  • Por un lado, la mayor apertura al debate ha llevado a la confusión y fragmentación doctrinal, con diferentes interpretaciones sobre cuestiones clave de la fe e incluso sobre quién ostenta la autoridad suprema;
  • Por otro, en lugar de promover la autonomía de gobierno (nótese: no doctrinal) de las Iglesias locales, Francisco ha creado y mantenido una fuerte centralización, interviniendo en cuestiones locales y disciplinarias y fortaleciendo el control desde el Vaticano.

Esta dualidad –democratización doctrinal y gobierno centralizado– ha desestabilizado el orden católico y ha hecho más difícil para los fieles navegar en él.

La Iglesia: de adversaria a cortesana de la historia

El documento subraya repetidamente la imagen de una Iglesia que “acompaña” y “cura”, concepto válido en sí mismo pero arriesgado si no se enmarca en la visión más amplia de la misión cristiana.

Definir la Iglesia como un “hospital de campaña” corre el riesgo de oscurecer su esencia de arca de salvación, reduciéndola a una entidad auxiliar y filantrópica.

Una Iglesia preocupada sólo por el “acompañamiento” y el “cuidado” podría perder su vocación evangélica y olvidar que su fin último es la salvación de las almas, no el mero bienestar temporal o incluso psicológico.

Este enfoque, aparentemente destinado a acoger a las personas, corre el riesgo, en realidad, de abandonarlas privándolas de la verdad redentora y ofreciéndoles sólo una asistencia temporal. Como dijo una vez el poco conocido historiador italiano Andrea Emo:

Durante muchos siglos, la Iglesia fue protagonista de la historia; luego asumió el no menos glorioso papel de antagonista de la historia. Hoy es sólo la cortesana de la historia”.

Esta Declaración parece oficializar la intención de quienes están en los niveles más altos de la Iglesia de no ser más que cortesanos, compañeros o “enfermeras” de la historia, dejando gustosamente el papel de autoridad –es decir, origen, autor, fuente de la doctrina y de la moral– a otros actores, es decir, los Estados y las instituciones supranacionales como la ONU y la Unión Europea.

Si se lleva adelante esta nueva comprensión de la sinodalidad, la Iglesia podría perder su identidad y dejar de ser sal y luz para el mundo, para convertirse simplemente en su seguidora (y una seguidora no muy impresionante, además).

Consulta sinodal: ¿nueva y única fuente de revelación?

La Iglesia Católica siempre ha enseñado que sólo hay dos fuentes de la Revelación:

  • la Sagrada Escritura
  • y la Tradición Apostólica (inicialmente oral, luego escrita, especialmente en las obras de los Padres), interpretadas exclusivamente por el Magisterio del Papa y de los obispos unidos a él.

En cambio, este Documento parece sugerir que las fuentes de la Revelación ya no deben ser interpretadas por el Magisterio en este sentido, sino por el Pueblo de Dios. Esta intención se pone de relieve en las mesas redondas celebradas durante el Sínodo, en las que no había ningún presidente de la mesa, ni siquiera el propio Papa.

El Papa parece reducido a alguien que ratifica lo que el pueblo ha establecido democráticamente.

El documento afirma: “Gracias a la unción del Espíritu Santo recibida en el Bautismo, todos los creyentes poseen un instinto para la verdad del Evangelio, llamado sensus fidei . Consiste en una cierta connaturalidad con las realidades divinas. […] De esta participación nace la capacidad de captar intuitivamente lo que es conforme a la verdad de la Revelación dentro de la comunión de la Iglesia. Por eso, la Iglesia tiene confianza en que el santo Pueblo de Dios no puede equivocarse en la creencia cuando la totalidad de los bautizados expresa su consenso universal en materia de fe y de costumbres”.

Un concepto correcto en sí mismo y reiterado en la Constitución Lumen gentium (n. 12) del Concilio Vaticano II, aclara sin embargo también que el Pueblo de Dios debe permanecer “bajo la guía del sagrado magisterio, que permite, si se obedece fielmente, recibir no sólo una palabra humana, sino verdaderamente la palabra de Dios”.

El Documento, sin embargo, aunque precisa que “el ejercicio del sensus fidei no debe confundirse con la opinión pública”, en la práctica parece reducirlo a la opinión pública, sobre todo cuando vemos que el término “Magisterio” aparece sólo tres veces y nunca de manera significativa.

Quienes consideran positivamente la sinodalidad como una herramienta de renovación deben tener en cuenta que la renovación estructural y espiritual de la Iglesia no puede ignorar las raíces históricas y teológicas que garantizan su estabilidad.

Si se lleva adelante esta nueva comprensión de la sinodalidad, la Iglesia podría perder su identidad, y dejar de ser sal y luz para el mundo, para convertirse simplemente en una seguidora suya, y no precisamente una seguidora muy impresionante.

Spoiler : sabemos que esto nunca sucederá realmente.

Por: GAETANO MASCIULLO.

gaetanomasciullo.altervista/mil.

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