Ten misericordia de mí, ¡Señor! Mira, no te escondo mis heridas

Pbro. José Juan Sánchez Jácome
Pbro. José Juan Sánchez Jácome

La Biblia nos permite explicar el don de la fe de una manera que es accesible a todos. La Sagrada Escritura no ofrece demostraciones y explicaciones intelectuales, sino que a partir de la vida de los pueblos y las personas van saliendo los elementos y características, explicaciones vivas de las cosas de Dios.

Dentro de todos los textos que en la Biblia tienen el potencial de abrirnos maravillados al don de la fe, consideremos para nuestro propósito los elementos que van apareciendo en el evangelio de la curación de los diez leprosos (Lc 17, 11-19).

En la vida de fe se da, en primer lugar, una especie de intuición. Los leprosos intuyen que Jesús es el Salvador, que puede hacer maravillas en su vida. También nosotros, sin tener todos los conocimientos y todos los elementos a la mano, sin embargo, tenemos una intuición; es la intuición que da la fe la que nos lleva a Dios, la que nos hace sentirnos aceptados y socorridos por Dios.

Uno intuye que aquí está Dios, que tiene una respuesta a todas nuestras inquietudes, que puede sacarnos de los problemas que estamos viviendo. La intuición que experimentamos no se debe a que seamos muy inteligentes o muy capaces, sino que es una característica de la fe. Cómo vivimos, cómo experimentamos, cómo explicamos la fe, en primer lugar, a través de esa intuición como la que tienen los leprosos.

Uno intuye que la vida cobrará un sentido en la presencia de Dios, que en la presencia de Dios no hay imposibles y que eso que no hemos encontrado en tantos lugares, en la presencia de Dios será posible conseguirlo, porque esa es una de las cualidades de la fe, la intuición que uno tiene de que si estamos con Dios estamos en buenas manos, estamos en el lugar correcto, como la petición que le hacen los leprosos a Jesucristo.

Podemos señalar algunos casos concretos en los evangelios para fijarnos en el alcance que tiene este aspecto de la fe. Refiriéndonos a la situación de los apóstoles hay que decir que no se escoge a Dios como segunda opción, porque no funcionó lo que teníamos. Se elige a Dios dejando incluso todo lo importante de la vida, porque se intuye que en él se encuentra lo mejor. También podemos señalar el caso tan especial de Santa María Magdalena, pues hay amores que luchan contra lo imposible y se sobreponen a toda adversidad porque intuyen que encontrarán al Señor, como le sucedió a esta mujer la mañana de la resurrección.

La intuición, por tanto, es el primer elemento para explicar la dinámica de la fe, como la que nosotros -sin nuestras capacidades, sino como una cualidad de la fe- hemos desarrollado.

En segundo lugar, la fe muchas veces se expresa a través de un grito. Ojalá nuestra vida fuera tranquila y arreglada, y que la fe fuera pura cosa de oraciones y sentimientos, pero la fe no es así. La fe se expresa a veces como un grito desde lo más hondo del corazón. El salmista así expresa su oración al Señor: “A voz en grito clamo al Señor, a voz en grito suplico al Señor; desahogo ante él mis afanes, expongo ante él mi angustia” (Sal 141, 2-3).

Los problemas de la vida y hasta la desesperación nos hacen gritar a Dios; cuando incluso hemos querido hacer bien las cosas, la fe es muchas veces gritarle a Dios. No es una súplica tranquila, no es una petición reposada, sino un grito desesperado que sale del alma, como el grito de los diez leprosos: “¡Jesús, maestro, ten compasión de nosotros!”

Hay una súplica a través de un grito para que uno quede seguro que Dios no solo escucha, sino que se da cuenta de la angustia que hay en el corazón. ¿Por qué gritamos? No porque Dios sea sordo, sino para que además de escuchar la súplica concreta se dé cuenta de la angustia que hay en el corazón. Así se siente en la oración de San Agustín: «Ten misericordia de mí, ¡Señor! Mira, no te escondo mis heridas. Tú eres el médico, yo soy el enfermo; tú eres misericordioso, yo miserable» (Confesiones, X, 39).

En tercer lugar, la fe es obediencia. En la fe basta la palabra del Señor, basta lo que Él pida. Los leprosos piden ser curados y Jesús les dice: “Vayan a presentarse a los sacerdotes”, y ellos obedecieron. Jesús no les pidió cosas raras, no les dijo que hicieran un rito y realizaran una cosa extraña en particular; no les dijo que hicieran una oración con determinadas características, sino que Jesús actúa conforme a lo que sucede en esos casos y los manda con los sacerdotes.

La fe es obediencia; cuando es sincera nuestra súplica, cuando tenemos ganas de superar los problemas, cuando por la intuición que tenemos sabemos que lo que Dios dice nunca es un desperdicio, la fe se convierte en obediencia: lo que diga Dios, aunque nos parezca ordinario e intrascendente, pero lo que diga y lo que pida Dios eso es lo único que se necesita, porque no es tanto lo que uno hace, sino la obediencia que le debemos a Dios.

Cuando estás en un proceso de vida cristiana, cuando quieres saber lo que Dios te pide, no esperes cosas sofisticadas, como de repente sucede en otros lugares: “haz una oración con determinadas características, utiliza estos colores, envía ángeles, usa estos aceites”. Como son cosas novedosas y extravagantes, uno cae en la trampa.

Pero cuando la fe es obediencia, no importa cuando nos parezca una cosa burda, ordinaria e intrascendente lo que se pide, cuando no nos parezca emocionante lo que se pide, porque si viene de Dios no hay desperdicio y por eso en la fe se pone a prueba la obediencia del creyente.

Ahí está el caso de Abraham, nuestro padre en la fe, y de la Santísima Virgen María, la esclava del Señor para sorprendernos de su obediencia a los designios de Dios. Acerca de la Santísima Virgen María dice San Luis María Grignion de Montfort: “Lo que Lucifer perdió por orgullo, María lo ganó por humildad; lo que Eva condenó y perdió por desobediencia, María lo salvó por su obediencia”.

Finalmente, la fe que en las primeras etapas comienza con un grito termina con un grito, porque cómo callar el amor, cómo no ser agradecido cuando Dios toca el corazón, cómo no dar las gracias cuando Dios ha respondido a tantas necesidades. Se trata de algo que no se puede guardar y callar y aunque no toda le gente sea así, por lo menos uno de los diez leprosos fue agradecido; no le cabía la emoción y el amor en su corazón y por eso regresó con Jesús para darle gracias.

La fe es un grito de alabanza, de gratitud, de reconocimiento a la gloria de Dios. A partir de estas cuatro características podemos revisar nuestro propio itinerario de fe. Cómo vivimos la fe, cómo explicamos la fe que Dios nos ha concedido, cómo vamos fortaleciendo este proceso de fe, para que viendo la experiencia de los leprosos tengamos en cuenta estos cuatro elementos: la fe es intuición, la fe es un grito desgarrador, la fe es obediencia y la fe es un grito de gratitud y reconocimiento de la gloria de Dios.

Que no nos falten estas características en nuestra vida de fe para que cuando con muchas ganas le gritamos a Dios nuestra necesidad, también con muchas ganas le gritemos nuestro cariño y gratitud cuando nos bendice de muchas maneras en la vida.

Dice Fray Nelson que: “El que más reconoce su necesidad y el que menos cree merecer el remedio es quien mejor y más pronto ve la mano de Dios y la agradece. Y lo opuesto también es verdad: quien se considera muy fuerte o quien tiene asumido que se lo merece todo no encuentra apenas de qué dar gracias”.

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